1. Joanna
Guillén Valera.Úrsula Calvo
La naturaleza, con su infinita sabiduría, pone a nuestra disposición maravillosos y eficaces mecanismos que nos ayudan a detectar aquellos aspectos o situaciones que debemos atender para poder continuar llevando una vida plena y satisfactoria.
Las emociones son uno de esos mecanismos. Si nuestro cuerpo fuera un vehículo, podríamos compararlas con las luces “testigo” del salpicadero, que simplemente se encienden para indicarnos que debemos atender algo. Sin embargo, nuestra forma de vida acelerada, reactiva y automatizada las ha relegado, y la falta de atención en el momento que surgen, transforma esa maravillosa señal en sufrimiento, incapacidad, resentimiento, culpa, frustración, …
Somos capaces de atender raudos y veloces esos mails, WhatsApp, mensajes de Facebook, …que entran a todas horas en nuestros dispositivos, pero pasamos por alto atendernos cuando nuestro cuerpo nos envía una señal de alerta.
La emoción, que es una reacción del cuerpo a la mente ante una situación, tiene una duración de 90 segundos, según diversos estudios científicos. También es interesante descubrir que, en sí mismas, son neutras, sólo son un indicador. Lo que las convierte en sentimientos positivos o negativos son los pensamientos que aparecen en torno a ellas.
¿Qué provoca que un
momento natural de enfado, miedo, tristeza, … se alargue en el tiempo? La respuesta es sencilla: ¡No las atendemos! La
falta de atención en el momento en que aparecen, permite que los pensamientos
en torno a ellas entren en un ciclo de retroalimentación del que la mayoría de
las veces resulta muy difícil salir. De este modo, llegan a convertirse en
una carga emocional o un estado de ánimo permanente.
Solemos discriminar las emociones por agradables o desagradables en función de si lo que pretenden alertar está
relacionado con algo que “no va bien” o si por el contrario se trata de algo
motivador y positivo. Aunque toda emoción merece ser atendida (por ejemplo, una
alegría puede dar lugar a una falsa sensación de euforia), estaremos de acuerdo
en que son las emociones que etiquetamos como desagradables con las que más
difícil nos resulta lidiar: miedo, ira, asco y tristeza.
¿Cómo atenderlas?
Lo que quiero proponerte es un método sencillo y
transformador, basado en la atención plena. Podrás comprobar su eficia por ti mismo con la práctica
meditativa que te proponemos en el podcast. Atender de esta manera especial las
emociones evita que nos secuestren, y nos permite el espacio necesario para ver
con claridad la situación. Desde ahí, podremos responder a lo que requiera el
momento, si procede, en vez de reaccionar.
Además, evitamos que la emoción se quede acumulada en la
“mochila” distorsionando las experiencias que tengamos en el futuro.
Este método, de una forma simplificada, consiste en reconocer, permitir y
dejar ir. Con la práctica te
darás cuenta de que estos pasos se suceden de forma natural y espontánea.
1. Reconocer
Cuando te enfrentes a una situación emocional
difícil lo primero es reconocerla, darte cuenta de que está ahí. Dado que la
mente es muy cambiante y esquiva, una manera sencilla de hacerlo es a través de la
sensación o sensaciones que produce en tu cuerpo: tal vez un nudo en el estómago, en la garganta, en el
pecho, la tensión de alguna zona de tu cuerpo como el cuello, la espalda, las
manos, sudoración, tiritona… No pienses en la sensación. No la juzgues como agradable
o desagradable. Tan sólo toma
consciencia de ella, reconociéndola en el lugar concreto de tu cuerpo donde la
percibes.
2. Permitir
Lleva la atención hacia esa sensación física con
curiosidad. Puedes acercarte a ella despacio, poco a poco, hasta llegar a
sentirla plenamente. Observa cómo de intensa es, si cambia, se debilita o si se
extiende a alguna otra parte de tu cuerpo y, si es así, lleva también tu
atención ahí. Deja que sea como es. Céntrate en ella/ellas de manera
tranquila y serena. Sin juzgarla ni etiquetarla. Simplemente notando esa
sensación. Si adviertes que estás juzgándola, no pasa nada. Simplemente
date cuenta con amabilidad de que lo estás haciendo, y vuelve a observar la sensación
tal cual es de nuevo.
Aceptar las emociones de
forma consciente implica, no sólo abrir
nuestras puertas de par en par para que entren hasta la cocina, sino también ejercer de maravillosos
anfitriones, dejando que campen a
sus anchas, dándoles su espacio. Evita las quejas y las suposiciones y
simplemente acepta a esa emoción, a través de la sensación en tu cuerpo, tal
cual se presente. Una emoción observada es una experiencia más de vida, no es
ningún “problema”; mientras que una emoción no observada puede llegar a ser un
huracán devastador.
3. Dejar ir
Te darás cuenta de que reconocer, sentir sin
limitaciones y aceptar esas emociones tal cual se presentan, hace que se
disuelvan y puedas dejarlas ir. Recuerda que la naturaleza de toda experiencia
es su impermanencia. Lo que queda en su lugar es la sensación de una paz
profunda, y tu capacidad de
responder conscientemente a la situación, si es que procede una respuesta.
Cuerpo y mente están íntimamente relacionados de
manera bidireccional. Ambos se retroalimentan. Al tomar consciencia plena de
esas emociones, evitamos entrar en el bucle de sufrimiento, angustia,
frustración…del que hablábamos antes, y del que resulta difícil
salir. Como dijo Jorge Bucay: “No somos responsables de las emociones, pero si de lo que
hacemos con ellas”.
Practica con confianza. En realidad, sólo se trata
de observar lo que ya está ahí y evitar que alcance dimensiones incontrolables.
Puedes empezar con pequeñas cosas, practicando con amabilidad hasta que le
pierdas el miedo a sentir cualquier emoción, incluido el miedo.
Úrsula Calvo es fundadora de Úrsula Calvo Center,
creadora del método Yo Ahora® y meditaciones
guiadas para el autoconocimiento, la paz y el equilibrio interior. Asimismo, es
presidenta de la Asociación Española de Instructores de Meditación y
Mindfulness.
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