Margarita
Cedeño De Fernández
El título de este artículo hace
alusión a la obra de Paul Krugman que demanda del mundo una salida a la crisis
económica mundial. En este caso, hacemos referencia a un problema humano que
como seres humanos nos debe avergonzar, que resulta ser una de las situaciones
más apremiantes para lograr justicia social en nuestros pueblos: es hora de
exigir el fin del hambre.
Recientemente nuestro país fue
reconocido por la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO),
como uno de los países que ha logrado reducir a la mitad el hambre antes del
2015, que es la fecha que ha fijado la Organización de las Naciones Unidas para que se
reduzca el hambre a la mitad en todo el mundo. Este reconocimiento significa
que en 20 años el porcentaje de personas en estado de malnutrición en nuestro
país se redujo de 30 a
15% (del trienio 1990-92 al trienio 2010-12).
Sin embargo, a pesar de que se trata
de una buena noticia para el país, es a la vez un recordatorio de que aún nos
falta erradicar el hambre que aún afecta a ese 15.6% de la población.
En el mundo hay 842 millones de
personas en situación de subalimentación, es decir, que no reciben la
alimentación mínima que su cuerpo requiere cada día y, en consecuencia, pasan
hambre. En la región de América Latina y El Caribe hay 47 millones de personas
en esa condición, de los cuales 1.2 millones están en la República Dominicana.
La existencia de hambre en nuestro
planeta no es por falta de alimentos. Es el resultado de una falla sistemática
en la distribución equitativa de los alimentos y en el acceso de los más
necesitados a una alimentación nutritiva.
Los datos que publican los organismos
expertos en la materia indican que el mundo produce suficientes alimentos para
alimentar a toda la población. Donde estamos fallando es en la correcta
distribución de los mismos, de manera que llegue a aquellos que más lo
necesitan. En la situación actual, una parte de la población está
involuntariamente sometida a una alimentación insuficiente y la otra está
voluntariamente sometida a una alimentación excesiva.
Es también una labor educativa sobre
cómo comer y qué comer. Vivimos en un mundo de una alimentación desbalanceada.
Así lo apuntaba José Graziano da Silva, director general de la FAO , en su artículo de opinión
con ocasión del Día Mundial de la Alimentación : “...Cerca de 840 millones de seres
humanos se enfrentan a diario a una escasez de alimentos que les impide
trabajar, retrasa el crecimiento de sus hijos, les exponen a las enfermedades y
les conducen a una muerte prematura... Otros 2,000 millones se ven amenazados
por un déficit de nutrientesÖ (y) hay 1,500 millones de personas obesas o con
sobrepeso, ya que consumen más alimentos de los que su cuerpo necesita”.
Para alcanzar la seguridad
alimentaria y nutricional en nuestro país hay que abordar estrategias que
incidan en la producción, distribución, comercialización y consumo de los
alimentos.
Por el lado del consumo, tenemos que
educar a nuestra gente sobre qué consumir y el potencial nutricional de los
alimentos, de manera que lo que forme parte de su alimentación aporte a su
cuerpo. Por el lado de la producción, es necesario promover la cosecha de
alimentos en un marco de protección a los recursos naturales y al medio
ambiente. Por el lado de la distribución, tenemos que mejorar los mecanismos de
transporte de los alimentos, para abaratar los costos y llevar los productos a
donde más se necesitan.
El escenario actual es propicio para
implementar las políticas que buscan erradicar el hambre. El presidente Danilo
Medina ha mostrado un firme compromiso de promover la producción agropecuaria,
tanto para la exportación como para el consumo local, de manera que la República Dominicana
eleve los niveles de autosuficiencia necesarios para alimentar al país.
Desde el Gabinete de Coordinación de
las Políticas Sociales, hemos implementado la Estrategia Nacional
de Seguridad Alimentaria y Nutrición “CERO HAMBRE”, que se sustenta en siete
pilares para mejorar la alimentación de los beneficiarios de los programas
sociales. Estos incluyen: la educación de los beneficiarios, orientar las TMC a
la nutrición sana, dotar a los beneficiarios de suplementos alimenticios y
alimentos fortificados (que hemos llamado Chispitas Solidarias y Progresina),
la producción de alimentos en agricultura familiar y la promoción de alianzas
público-privadas para el combate al hambre.
Como afirmó el Papa Benedicto XVI en
su comparecencia ante la FAO ,
durante la Cumbre
Mundial sobre Seguridad Alimentaria celebrada en el 2009: “El
hambre es el signo más cruel y concreto de la pobreza”.
Rompamos la cadena perversa que une
hambre, pobreza y exclusión. No podemos ser una sociedad libre, justa y
próspera si no lo es para cada uno de nuestros conciudadanos. Esto requiere
compromiso político, pero sobre todo, un compromiso ético y moral. Aspiremos a
que en un muy corto plazo, nuestro país sea declarado libre de hambre y
malnutrición.
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