Desde una mirada panorámica al concierto de países que conforman la
América Latina, se puede identificar con cierta exactitud, como los gobiernos
legítimos de estos pueblos, han inclinado la balanza del progreso a modelos
económicos extractivos; los cuales en vez de unir fuerzas para ayudar al éxito
nacional, en la creación de focos de producción sostenibles, generan un
conjunto de efectos secundarios totalmente negadores de los fines y metas que
se persiguen.
Este momento histórico que nos ha tocado vivir, pone de manifiesto como
a nuestra patria ha llegado el poder oscurecedor de un sistema economicista
antropocéntrico, caracterizado por contemplar su entorno natural como un medio
para sus fines, dentro de los cuales la Naturaleza pasa a ser vista como una
canasta de recursos inagotables que esperan su explotación, de manera que lo
natural, en tanto que patrimonio, se transforma en capital, mercancía, dinero.
Esto nos declara que el medio-entorno, nuestro hogar, se comercializa en
las plazas públicas de los países poderosos, se vende (regala) nuestro oro, se
contaminan nuestros ríos y se enferma a nuestra gente, todo esto con la falsa
idea de combatir la pobreza aprovechando los recursos naturales de que
disponemos, excusa ésta irrelevante, puesto que las grandes desigualdades
sociales que se observan en toda la América Latina, a lo cual no escapa
República Dominicana, son el producto de la amañada distribución de la riqueza,
que en Dominicana se expresa con la lógica de San Puñé: “Los menos que ganan más, y los
más que ganan menos”.
Luego al reflexionar sobre nuestro medio desde una perspectiva
antropocéntrica, se podrá entender que al mismo se le valora gracias al peso de
utilidad que representa para la humanidad, es decir, que lo natural se carga de
sentido, siempre que aporte un beneficio directo para las
personas, por lo mismo, su valor de uso constituirá su permanencia o
desaparición; pues habrá de apreciarse lo económicamente viable en detrimento
de aquello que no lo sea.
Contrario a este mundo de acciones en pro de lo humano, y olvido de lo
natural en sí, emerge una nueva postura (Biocentrismo), que aboga por el valor
de la vida, no reducida al ámbito meramente humano, sino en sentido
totalizador; defendiendo el hecho de la vida como valor supremo. Donde la
Naturaleza viene a ser vista como sujeto de valor, independientemente de que
ésta genere, o no, utilidad a las personas, pues el solo hecho de vivir ha de
producir respeto, cuidado y salvaguarda por parte de los vivientes humanos,
hacia los no humanos. De suerte que nuestra fauna y flora vale, no por ser
hermosa y útil, sino porque inherentemente contiene su valor, uno exclusivo e
irrepetible, el valor de vivir.
De este espíritu se levanta la necesidad de alzar la voz por nuestras
plantas, montañas, ríos y mares, demandar el reconocimiento al respeto de sus
derechos a la vida, así como establecer los límites a la introducción salvaje
de la mano humana en los campos de vida de nuestras especies, tanto animal,
como vegetal. Para procurarnos así un futuro promisorio de salud ambiental a
nosotros mismos, y a las generaciones después de nosotros.
EL AUTOR ES EL REPRESENTANTE DE
ESTE MEDIO EN EL DISTRITO NACIONAL 829 347 5481
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