Contrario a lo que se piensa, la dictadura de Trujillo no asumió un solo lenguaje arquitectónico para las obras públicas, tal como sucedió en la mayoría de los regímenes totalitarios europeos y americanos de la época.
A pesar de que muchas de las obras públicas dominicanas
guardan una relación con los modelos neoclásicos, dentro del Gobierno se
encargaron proyectos importantes de una variedad estilística asombrosa.
Muchos de los dictadores del momento se decantaban por
aquellos edificios monumentales (con columnas clásicas, revestimientos con
estrías en sus superficies, entrada de gran escala con frontones y escalinatas,
riguroso orden en la colocación de las puertas y ventanas) que de alguna manera
establecían un diálogo con los patrones históricos para edificios
representativos del poder.
Esos modelos -inspirados en las ruinas romanas- que los
arquitectos del siglo XVIII asumieron como la manera de hacer buena
arquitectura quedarían arraigados en el imaginario colectivo de diferentes
generaciones. La dictadura nazi, por ejemplo, llegó al extremo de prohibir
cualquier intento de hacer una nueva arquitectura pues, según ellos,
representaba la decadencia del arte y la apropiación de un oficio de alto nivel
por simples artesanos de tendencia comunista.
Se ha comparado la arquitectura de la Era de Trujillo con
la promovida por el fascismo en Europa; se ha tratado de reducir toda la obra
construida dentro de los treinta y un años del régimen como resultado expreso
del dictador, como si él estuviera al frente de los cánones estéticos que la arquitectura
dominicana debía utilizar en nuestro territorio; se ha estudiado poco la
complejidad de un ambiente que la arquitectura reflejaba
Sin embargo, al detenernos a descifrar la manera en que la
arquitectura se diseminó en toda la República a mediados del siglo XX, podemos
comprender su uso para el discurso progresista en ese período traumático en la
historia dominicana.
La dictadura de Trujillo tuvo varias etapas en que la
arquitectura desarrolló sus modelos representativos, agrupados tanto en las obras
privadas como en las estatales. Sorprende cómo convivieron estilos
tradicionales con los vanguardistas, o los clásicos con los modernos en un
territorio tan controlado por el Estado.
Esto refleja que no hubo un intento de establecer una sola
manera de expresión sino que se daba apertura a los criterios estéticos de los
arquitectos y sus clientes, incluso desde el Gobierno. Es notoria, sin embargo,
la preferencia de los esquemas neoclásicos para edificios públicos en las
provincias (Gobernación, Partido Dominicano, Palacio de Justicia, etc.). Lo
interesante sería determinar si esa preferencia estuvo basada sólo en el gusto
de la clase que tomaba las decisiones o si formó parte de una política de
Estado para emplear una estética en particular que identificara al régimen.
Hace falta profundizar en tales motivaciones.
En este punto se puede asumir que los grandes
enfrentamientos filosóficos y políticos que el arte occidental mantuvo en la
primera mitad del siglo XX, con la publicación de manifiestos, creación de
agrupaciones, rechazos e invalidaciones de uno y otro bando, no formaron parte
del quehacer arquitectónico dominicano.
Si bien la arquitectura dominicana se mantuvo aislada por
las condiciones políticas sostenidas por la dictadura, los diseñadores locales
introdujeron vocabularios contemporáneos que ya daban la vuelta al mundo.
Incluso, algunas obras dominicanas de la época fueron verdaderos modelos de
originalidad y buen diseño referentes para toda la región.
TRES ETAPAS
Si intentamos organizar el proceso histórico de la
arquitectura durante la Era de Trujillo, se podrían identificar tres etapas en
ese proceso: a) de 1930 a 1941; b) de 1942-1948 y c) de 1949-1961. La primera
etapa tuvo menor impacto en edificios públicos debido a la baja disponibilidad
de recursos con que contaba el Estado, que seguía bajo los acuerdos con los
Estados Unidos fijados en la Convención de 1907. La dictadura se concentró en
organizar las finanzas, fomentar la producción, desarrollar obras de
infraestructura, mejorar edificios públicos y disponer de nuevos edificios de
baja escala para el control del territorio. Las obras más importantes fueron la
avenida Presidente Trujillo, nombrada George Washington en el borde marino (J.
R. Báez López-Pena, 1936) y el concurso y construcción del parque infantil
Ramfis (Guillermo González, 1937).
Sin embargo, en la década siguiente se alinearon varios
factores nacionales e internacionales que crearon las condiciones para una
verdadera política de inversiones públicas en edificios gubernamentales. Entre
1941 y 1948 la arquitectura desarrollada desde el Estado fue en aumento y se
contrataron arquitectos de buen dominio del oficio para el diseño de obras
importantes. Basta con recordar que de esos años fueron los proyectos del Hotel
Nacional, llamado luego Jaragua (Alfredo y Guillermo González, 1942), el campus
de la Universidad de Santo Domingo (J. A. Caro, G. González y J. R. Báez
López-Penha, 1942 en adelante), el Matadero Público (Henry Gazón Bona 1942), el
plan de construcciones de hoteles del Estado en cada provincia, el Mercado
Modelo (Henry Gazón Bona y J. R. Báez López-Penha, 1942), el conjunto de
edificios para las secretarías de Estado (1942), el Hipódromo Perla Antillana
(J. A. Caro Álvarez, Alfredo y Guillermo González y B. Martínez Brea, 1942), la
sede del Partido Dominicano (Henry Ganó Bona, 1944), el Palacio de Justicia
(Mario Lluberes, 1944), el Palacio de las Telecomunicaciones (L. A. Iglesias,
1944), el estadio de béisbol conocido como La Normal (Marcial Pou Ricart, 1945),
el Instituto Agrícola Nacional, conocido como Loyola, en San Cristóbal (Leo y
Marcial Pou Ricart, 1947), el Palacio Presidencial (Guido D’Alessandro, 1947),
así como hospitales, recintos militares, escuelas, monumentos, aeropuertos,
puertos, carreteras, puentes, viviendas de interés social, entre muchas otras.
En la tercera etapa, la arquitectura contratada desde el
Estado expandió su escala y resaltó la modernidad. A partir de 1952 se retoma
el ritmo de obras con edificios como el Palacio de Radio y Televisión (L. A.
Iglesias, 1952), la Secretaría de Educación y Bellas Artes (J. A. Caro Álvarez,
1954), la sede del Banco de Reservas (A. Aaron,1955), el estadio Trujillo, hoy
Quisqueya (diseño de Joseph Holman y construido por B. A. Martínez Brea,1955),
la sede del Banco Central (J.A. Caro Álvarez, 1956), el Palacio de las Bellas
Artes (Francisco Batista y Alejandro Martínez 1956), el conjunto de la Feria de
la Paz y Confraternidad del Mundo Libre (Guillermo González, 1955), el hotel
Paz (G. González y J. A. Caro Álvarez, 1955), el hotel El Embajador (Roy
France, 1956), el nuevo aeropuerto Punta Caucedo, la Basílica Nuestra Señora de
la Altagracia (A. D. de Segonzac y Pierre Dupré, 1952-1971), y una larga lista
de obras variadas de carácter público. Es notable la disminución de edificios
importantes en los últimos años de la dictadura, es decir, entre 1958 y 1961,
lo cual podría estar relacionado a los conflictos internos y externos en que se
vio inmerso el régimen.
Más allá de una lista de obras realizadas durante la larga
dictadura trujillista, es importante señalar la preferencia de estilos para
ciertas obras de incidencia local y las dirigidas a la promoción internacional.
De acuerdo con los especialistas, el régimen utilizó los códigos clásicos para edificios
que representaban el control del Estado. A este código pertenecen el propio
Palacio de Gobierno, las sedes del Partido Dominicano, las sedes de las
gobernaciones provinciales, los edificios militares y policiales, los recintos
para la Justicia, entre otros. Aquí el arquitecto preferido por el dictador fue
Henry Gazón Bona, militar e ingeniero, que incluso promovió la conveniencia del
neoclasicismo para representar la Era de Trujillo.
ARQUITECTURA MODERNA
En paralelo, el mismo régimen prefirió la arquitectura
moderna para aquellos edificios vinculados a la imagen internacional. Tal es el
caso del hotel Jaragua, el hotel Hamaca, la sede del Correo en Santo Domingo,
el conjunto de edificios para la Feria de la Paz, la Basílica de Higüey,
viviendas para la familia del dictador y sus colaboradores, estadios,
aeropuerto, entre muchas otras obras diseminadas en el territorio nacional. En
este grupo el arquitecto más destacado fue, sin lugar a dudas, Guillermo
González Sánchez, seguido de José Antonio Caro Álvarez, los hermanos Pou
Ricart, entre otros.
Esta dualidad conceptual demuestra que las preocupaciones
del régimen no estaban centradas en la unificación de un sólo modelo estético
de la arquitectura sino que se dirigieron a otros niveles del pensamiento
colectivo de los dominicanos. Con Trujillo desapareció la figura del
“Arquitecto del Estado” o “Arquitecto Municipal”, figura que existía para
garantizar políticas de buenas prácticas en el territorio o que actuaba en
defensa de los intereses colectivos en el desarrollo urbano.
FONDOS PUBLICOS
Si bien la lista de obras del régimen dictatorial de 1930 a
1961 es amplia, es importante señalar que se hicieron dentro de un marco de
garantías de fondos dominicanos de acuerdo con los excedentes de la economía
nacional. En tal sentido, mientras Trujillo no logró un acuerdo para la
amortización y pago de la deuda con los tenedores de bonos representados por
los Estados Unidos, las inversiones públicas fueron bastante limitadas. Una vez
terminado el control internacional sobre las aduanas, el Gobierno dominicano
dispuso de fondos para promover y construir las obras estatales que la nación
requería.
Al momento de su muerte, el dictador tenía planes
importantes para la ciudad de Santo Domingo. Aspiraba a desarrollar todo el
territorio disponible del antiguo aeropuerto General Andrews, iniciar nuevos
barrios para la clase trabajadora, liberar la incipiente ocupación de las
márgenes del río Ozama y preparar una nueva Feria Internacional para conmemorar
el centenario de la Restauración de la República.
EL AUTOR es arquitecto. Reside en Santo Domingo.
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