Pilar Laguna
“¡Me muero de risa!” Seguro que hemos dicho esa frase más de una vez al estallar en una risa desbordante, aunque no vayamos más allá de agujetas en el estómago. Hay pocas muertes documentadas como causa directa de la risa incontenible pero existen trastornos que, sin llevar al otro mundo al riente, pueden dar un susto de muerte a quienes ven su buen humor interrumpido por una pérdida de consciencia en mitad de las risotadas.
Cientos de trabajos científicos concluyen los beneficios
para la salud mental y física del buen humor y del optimismo, incluso de
la risa con fines terapéuticos,
frente al pesimismo o un carácter sombrío. Sin embargo, son más desconocidos
ciertos aspectos negativos de las carcajadas exorbitantes que pueden
llevar a un síncope en personas sanas, o de la risa patológica desencadenada
por algunas enfermedades y que no se relaciona con el estado emocional ni con
situaciones divertidas.
Para empezar, hay muchos tipos de risa y no todas tienen
los efectos deseables que se proclaman para la salud ni están relacionadas con
una percepción de felicidad. Se puede ser profundamente infeliz y, sin
embargo, reír con franqueza ante un chiste o una situación cómica; o
ser feliz en tu vida cotidiana y apenas reaccionar ante lo que a otros les
resulta desternillante. De hecho, hay gente que se ríe por todo, o gente que
nunca ríe, incluso personas que tienen miedo a la risa (geliofobia).
La risa suele ser sincera y genuina, espontánea ante un
estímulo agradable que nos hace cómplices de quienes la comparten, pero
también se da la risa cínica, hueca o hipócrita, incluso agresiva y
despectiva con los demás; o una risa de compromiso, puede que
inoportuna; o risa nerviosa que no responde a ninguna gracia,
sino al estrés; o risita “tonta” de quien no sabe cómo reaccionar,
o la risa “floja” que casi nos desmadeja ante una situación
hilarante. Y luego están las risas tras consumir ciertas sustancias o las risas
de las cosquillas, que tienen otros mecanismos fisiológicos. Pero también
hay risas macabras, psicopatológicas (como la del Joker
interpretado por Joaquin Phoenix) y esas otras risas, que generalmente son
involuntarias e incontrolables y provienen directamente de la sintomatología de
trastornos orgánicos o mentales.
El humor y la risoterapia se
recomiendan desde hace años como tratamiento complementario en algunas
afecciones, sobre todo de salud mental, pero la risa puede tener un lado
oscuro que, afortunadamente, es muy infrecuente. Y es que morir de
risa es posible, aunque muy improbable.
¿Reír es siempre beneficioso?
Robin Ferner, profesor honorario de
Farmacología Clínica en la Universidad de Birmingham (Reino
Unido), publicó en el British Medical Journal (BMJ,
2013) la mayor revisión bibliográfica conocida sobre los efectos de la risa en
el organismo. Y lo hizo con no poca carga de escepticismo y de sentido
del humor al sintetizar la acción terapéutica o dañina de lo
risible. Conclusión: la risa no siempre es beneficiosa y sus
daños son directamente proporcionales a la “dosis” o intensidad con que se
produzca, siendo la risa incontrolable la más perjudicial. Pero sus bondades
son más habituales que las maldades, según este investigador, que advierte que
“los beneficios de la risa más que demostrarse se han asumido”.
La revisión de Ferner abarca todo lo publicado desde 1946 a
2013 en el BMJ, remontándose al caso de muerte de una niña de 13
años tras un episodio prolongado de risa (1898). Agrupa todos los artículos
desde el punto de vista psicológico y psiquiátrico, cardiovascular,
respiratorio, metabólico, obstétrico, otorrinolaringológico, inmunológico,
neurológico, gastrointestinal, musculoesquelético y del tracto urinario.
“La risa no es una broma”, arguye, advirtiendo que a
pesar de sus múltiples beneficios “también podría producir síncopes,
rotura cardiaca o esofágica, protrusión de hernia abdominal, ataque de asma, enfisema
interlobulillar, cataplexia, dolor de cabeza,
dislocación de mandíbula o incontinencia".
Ferner recoge resultados de estudios variopintos que
concluyen que grandes carcajadas pueden causar síncope, quizá por
una respuesta neural refleja al aumento de la presión intratorácica que
acompaña a una risa muy intensa; o por estenosis carotidea bilateral, anomalías
conductivas o arritmias.
Afirma que las carcajadas también podrían producir daños respiratorios,
ya que la toma rápida de aire puede provocar inhalación de cuerpos extraños;
que en pacientes con asma se potencian los ataques; que puede causar neumotórax,
incluso que un enfisema interlobulillar (sucede con grandes esfuerzos de parto,
defecación, ataques de ira…)
podría aparecer tras descomunales carcajadas. En el sistema
musculoesquelético también podrían darse problemas, como que se desencaje
la mandíbula o aparezca un hematoma en el recto a
consecuencia de una hilarante risoterapia. Y en el tracto urinario unas
risotadas pueden causar incontinencia o enuresis risoria (literalmente, hacerse
pis de risa).
Sin embargo, recoger estos datos no infiere ningún tipo de
alarma. El investigador británico ironiza en sus conclusiones y se inclina por
un escaso riesgo y mayor beneficio de la risa, aunque quedarían por comprobar
otros aspectos como “que las bromas pesadas te pongan enfermo o que un chiste
de mal gusto cause disgeusia (sabor amargo)”. Puro sentido del humor para un
artículo científico sobre la risa.
Morir literalmente de risa
Históricamente se habla de dos personajes de la Grecia
Antigua que murieron de risa: el pintor Zeuxis, que murió en 398
A.C. tras un ataque de risa relacionado con una pintura de Afrodita, y el
filósofo Crisipo de Solos, que murió riéndose de que un asno al que
había emborrachado con vino empezó a comer higos. También hay referencias
a Martín el Humano, Rey de la Corona de Aragón a principios del
siglo XV, de quien dicen que las carcajadas estentóreas que le provocó el bufón
de la Corte terminaron con su vida.
Hay pocos casos contemporáneos de “hilaridad fatal”
reportados en la literatura científica. Uno de ellos se refiere a un albañil
británico de 50 años que en 1975 estuvo riéndose compulsivamente mientras
disfrutaba de la serie The Goodies, hasta que le dio un paro cardiaco.
Otra situación distinta es la que relatan investigadores de la Universidad de
Colorado (Estados Unidos) en Annals of Internal Medicine (2012).
En este caso era una mujer, también de 50 años, con varios problemas de salud,
a la que se recomendó dejar la medicación antipsicótica porque tenía una
arritmia grave, pero ella decidió seguir tomándola. Al cabo de un mes su
compañero de trabajo contó un chiste que le provocó una risa intensa y
sostenida durante 2 o 3 minutos, hasta que se desplomó repentinamente. Los
paramédicos que certificaron su muerte encontraron fibrilación ventricular
seguida de asistolia (incapacidad de bombear sangre al corazón).
El síncope inducido por la risa
En este caso ya no hablamos de decesos, sino de desmayos.
En 1997 se describió en Estados Unidos el caso de un paciente que perdió la
consciencia transitoriamente tras unas estrepitosas risas cuando veía la serie
televisiva Seinfeld. Y este fue el nombre que por entonces se le
dio al fenómeno conocido hoy como “síncope inducido por la risa” o
“síncope gelástico” (no confundir con las crisis gelásticas de epilepsia) ni
con la cataplexia.
Es un síndrome raro, pero de buen pronóstico (salvo
que la persona al desmayarse se golpee accidentalmente la cabeza). Se cree que
está causado por mecanismos vasovagales que son similares a
los de un síncope por tos, con pérdida de consciencia muy breve y que no suele
dejar secuelas ni malestar. Son ataques que no conllevan salivación espumosa,
vómitos, mordida de lengua, incontinencia urinaria, dolor de cabeza, o dolor muscular.
Es decir, sin convulsiones que no sean las sacudidas propias
de la risa y, en la mayoría de los casos, sin que medien trastornos
cardiológicos o neurológicos reseñables.
Para Alexander Kim, cardiólogo del Medical
College de Nueva York, este fenómeno es más bien un
subtipo del síncope benigno llamado Valsalva, en el que una alteración de
los arcos reflejos del sistema nervioso autónomo lleva a hipoperfusión cerebral
global (pérdida brusca del conocimiento por bajada del flujo sanguíneo
cerebral). Además, un grandioso ataque de risa tendría efectos neuroendocrinos
y vasculares que también podrían jugar un papel en el desmayo.
“El síncope inducido por la risa es una rara entidad cuyo
origen se sospecha neuromediado y de tipo situacional”, según médicos del Hospital del Bierzo (León),
que publicaron en la Revista Española de Geriatría y Gerontología (2015)
el caso de una mujer de 67 años que perdía el conocimiento durante
escasos segundos con la risa provocada por cosquillas, sin ninguna
patología subyacente de importancia. Se le recomendó que no incidiera en esas
prácticas y no volvió a ocurrirle.
Por su parte, neurólogos del Hospital Princesa Alejandra
de Brisbane (Australia) seleccionaron el caso de un hombre
de 61 años que sufría un síncope dos veces por semana, bien por conversaciones
humorísticas o al disfrutar de su sitcom favorita (la
británica Fawlty Towers)”. Tenía obesidad mórbida, diabetes y apnea del sueño y
cuando reía con ganas le faltaba aire, se le ponía la cara muy roja y los ojos
en blanco, hasta quedarse inerte durante un minuto y recuperarse como si nada
hubiera pasado.
En algunos casos esto sucede en mitad de reuniones
sociales, generalmente durante comidas. Según David Clarke,
profesor emérito de Medicina en la Universidad de Stanford (San
Francisco, Estados Unidos), hay personas que pueden tener un espasmo laríngeo
tras una risa intensa cuando han comido y bebido generosamente, desmayarse y
despertarse pronto sin pérdida de esfínteres o síntomas convulsivos. Su
paciente pudo tener un laringoespasmo “precipitado por reflujo gastroesofágico grave,
que puede llegar a producir un síncope tras la combinación de comida abundante,
varias cervezas y ataques de risa”.
Neurólogos de la Universidad de Kyoto (Japón)
han publicado recientemente en Neurology and Clinical Neuroscience (diciembre
2020) sus hipótesis sobre “Comer, reír y crisis tónica y síncope de la
risa en personas de edad avanzada”. Relatan cómo un paciente de 73 años lleva mucho
tiempo desvaneciéndose después de carcajadas vigorosas solamente
durante las comidas a la vez que mantiene conversaciones divertidas. Se
siente mareado, se le dobla el cuello hacia adelante y el cuerpo se le pone
rígido durante unos 30 segundos. Esa especie de “congelación” del cuerpo nunca
le sucede mientras come sin reír o ríe sin comer, según advierten los
familiares que atestiguan el fenómeno.
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