El psiquiatra y el psicólogo clínico son dos profesionales de la salud mental, pero es importante distinguir entre uno y otro. En el caso de la depresión, según la intensidad del cuadro, el paciente podrá recibir tratamiento psicólogo, psiquiátrico o ambos.
Alicia Cruz Acal
A pesar de que su visibilidad
e investigación son cada vez mayores, aún son numerosas las incógnitas que
rodean a la salud
mental, empezando por los profesionales que se encargan de
cuidarla. El psiquiatra y el psicólogo son las figuras más reconocidas
en este ámbito, pero incluso en esta afirmación estamos cometiendo ya un
error de base. “Al psicólogo hay que añadirle un apellido, pues los hay de
muchos tipos. La persona que estudia psicología tiene que especializarse en
alguna rama. El que se ocupa de problemas mentales es el psicólogo
clínico”, aclara Manuel
Martín, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud
Mental (Sepsm).
Repetimos y corregimos
entonces: el psiquiatra y el psicólogo clínico son las figuras más reconocidas
en este ámbito. Sí, es cierto que ambas se encargan de abordar la salud mental
de sus pacientes y, aunque en algunos puntos coinciden, son varios los aspectos
que nos llevan a asegurar que se tratan de profesiones diferentes. La
primera distinción que hay que hacer es la formación que hay detrás de cada una
de ellas. Como detalla Martín, “el psiquiatra es médico. Estudia medicina
(seis años) y más tarde hace la especialidad en psiquiatría (otros cinco). El
psicólogo hace el grado de psicología y luego se especializa”. Además, “si el
psiquiatra tiene que aprobar un examen, que es el MIR, el psicólogo clínico
hace el PIR”.
La formación de estos
profesionales hace que también los recursos de diagnóstico y
terapéuticos sean distintos. En este sentido, el psiquiatra está preparado
para diferenciar los trastornos psiquiátricos de otros físicos que puedan
presentarse como patología psiquiátrica. En el caso concreto de la depresión,
el experto señala que es fundamental conocer su origen. “Hay cuadros
depresivos que están relacionados con circunstancias ambientales adversas.
Pueden surgir, por ejemplo, en el contexto de un tratamiento farmacológico que
provoca síntomas propios de esta enfermedad”, indica Martín, quien agrega que
“es frecuente en pacientes que reciben quimioterapia o
tratamiento de corticoides”.
En cuanto al
reconocimiento, tienen la facultad de diagnosticar depresión tanto el
psicólogo clínico, como el psiquiatra, pero este último, afirma el
especialista, “puede hacer un diagnóstico diferencial más completo, al incluir
también todos los orígenes posibles que procedan del campo somático”.
¿Tratamientos
excluyentes?
Según la gravedad de cada
caso, el paciente con depresión recibirá un tratamiento concreto. Ante
depresiones leves o moderadas, “una indicación muy aceptada es la
psicoterapia, herramienta con la que cuentan los psicólogos”, manifiesta
Martín. Por su parte, continúa, además de la psicoterapia, el
psiquiatra “dispone de la farmacoterapia o de otras terapias biológicas,
que están más indicadas en la depresión más grave”.
En resumen, desde el punto de
vista terapéutico, una persona con depresión leve puede acudir tanto al
psiquiatra como al psicólogo clínico, “pero si se trata de un cuadro grave en
el que estén implicados tratamientos de base biológica, el psiquiatra
puede prescribir y hacer una indicación farmacológica”.
Eso sí, es necesario
aclarar que ambos tratamientos son perfectamente complementarios. De hecho,
“la mayoría de los trastornos mejora con un abordaje conjunto”, afirma Martín.
Una visión que comparten desde Clínicas Origen, cadena española de psicología y
psiquiatría. “Frente a la creencia generalizada de que un especialista
sustituye al otro, hay que explicar que se trata de dos tratamientos
complementarios y no excluyentes. Pilar
Conde, directora técnica de esta red de centros, detalla que “si la
persona se muestra receptiva a la medicación, se puede plantear el
abordaje terapéutico junto al farmacológico y, tras la estabilización,
el psiquiatra irá realizando una retirada progresiva de las pastillas”.
No obstante, cuando el
paciente rechaza la farmacología, se plantea empezar con la terapia. En caso de
que al mes no se observe mejoría, es necesario “abordar en terapia la
importancia de tomar medicación”, subraya Conde.
En este punto, la especialista
expresa que es muy importante “distinguir entre tristeza, melancolía o un
estado de apatía pasajero y depresión”. Esta última, según con la
Organización Mundial de la Salud (OMS), es un trastorno mental frecuente que se
caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer,
sentimientos de culpa o falta de autoestima,
trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de
concentración.
De esta forma, no deben
considerarse normales estos síntomas cuando se prolongan más de dos semanas y
no se presentan de forma aislada, sino juntos dentro de un cuadro general de
abatimiento. “El apoyo de las personas del entorno resulta vital porque a
quien se encuentra deprimido puede faltarle la motivación para pedir ayuda.
Este es el primer paso para salir de ella”, recuerda Conde. La experta concluye
que, según el grado de severidad de esta enfermedad, se puede precisar desde un
primer momento la toma de la medicación, que se combina “con la activación
conductual, proceso en el que se lleva a cabo una planificación progresiva. Con
ella, se van retomando actividades abandonadas, ya sean de ocio o en las que se
tiene una responsabilidad, como los estudios o el trabajo”.
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