Por VENECIA JOAQUIN
En el país se ha multiplicado la delincuencia. Son muchos los factores que han influido. Dentro de ellos, la injusta distribución de la riqueza, los pobres abandonados, la falta de educación y oportunidades para desarrollar las potencialidades, la corrupción y narcotráfico permitidos, poderosos abusando de infelices. Estos males, entre otros, arropan la sociedad. Aplastan los valores morales, cívicos y espirituales.
Estas fuentes de aprendizaje negativas, difundidas por los medios de comunicación sin ser castigadas ni corregidas, neutralizan las voces y acciones ejemplares de padres de familias que siembran sanos principios en los hijos. En medio de este mundo de antivalores, que terminan con la paz, las miradas se dirigen hacia el Todopoderoso, a Dios, hacia Jesucristo, hacia los que proclaman sus palabras y evangelios. Buscamos ayuda. Respuestas que serenen el espíritu y devuelvan la esperanza.
Indiscutiblemente, tenemos un sistema, donde hierven males sociales que complacen a los verdaderos delincuentes, formando niños agresivos, que roban y matan. Ellos no lo entienden. En vía de formación, hay vacíos y caos en su mental al observar las injusticias sociales, que aceptan en unos y castigan a otros. De ahí, que se arriesgan, deciden jugar la ruleta de la suerte.
Otros, se esfuerzan por no caer en las garras de este monstruo que sin control, asesina no una persona sino una colectividad. Así anda nuestra patria. Es una empresa, una maquina productora de ladrones y criminales, bajo la mirada indiferente de los encargados de salvar el alma de la sociedad y la impotencia de los dirigentes.
Cada vez que sale a la luz pública la acción delictiva de un niño, formado en esta empresa – país, los representantes de las iglesias o instituciones religiosas deberían aprovechar para elevar su voz en contra del sistema que lo educa. De nada sirve castigarlo, meterlo a la cárcel, cambiar las leyes para darle 15 años o cadena perpetua. Eso no cambiara su alma ni el país que lo produce. Es la posición más fácil y cómoda para los legisladores, tribunales y encargados de hacer y aplicar las leyes. Lo más efectivo pero difícil es legislar en contra de las raíces de los males.
No me sorprende que tomen el camino fácil. Lo que me preocupa son las iglesias, religiosos, el Cardenal, obispos, sacerdotes, sectas, pastores, que no aprovechan ese fruto del sistema vigente, ese niño asesino o ladrón, para abogar por cambios en la estructura social y mejores ejemplos de los dirigentes.
Los religiosos deberían recordarle a la población, la existencia de Dios y el comportamiento de su hijo, Jesús. Refrescar la memoria sobre la intima satisfacción que produce la paz interior, estar en armonía con la conciencia. Deben ayudar a frenar la ambición sin medida que deforma a los niños y a los pobres que observan. Los empuja al delito en su afán de imitarlos o para sobrevivir. Para estos deformadores sociales los congresistas deberían pedir prisión y las iglesias apoyarlos. Sus asesinatos sutiles, elegantes, son colectivos.
Por otro lado, la justicia aplicada por los hombres no debería estar divorciada de los principios cristianos. El Cardenal apoya más años de prisión para castigar los niños que incurren en actos delictivos, criminales. Su posición es “clara y radical”. Nada de “paños tibios”. Pero ¿Qué hacer con el sistema social que los deformas, con los que lo establecieron y mantienen? Conociendo de las fuentes de aprendizajes llena de antivalores en que viven estos niños, me gustaría que el Cardenal dijera ¿Qué haría Dios para ayudarlos? ¿Cómo hubiera actuado Jesús?. ¿Y su Santidad, el Papa? ¿Apoyarían más años de cárcel para castigarlos sabiendo que son frutos de este sistema? ¿Qué harían con esta estructura? ¿La cambiarían, inyectando principios cristianos? A veces pienso que hasta mi iglesia se ha dejado atrapar por el sistema y los poderosos. Oh, Dios, que angustia.
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