Hay algo intuitivo acerca de la idea
de que el ejercicio hace que uno se sienta mejor consigo mismo.
Y, tras varias décadas de investigación, hay médicos que
prescriben clases de acondicionamiento físico para los pacientes diagnosticados
con depresión, a menudo para complementar el tratamiento psicológico o con
medicamentos.
Pero luego, ocurren cosas como la publicación de los
resultados de un estudio que demuestra que lo contrario (1).
Una de las razones de que se den estas situaciones es que
recopilar información sobre los efectos del ejercicio con respecto a la
depresión es más difícil de lo que uno espera.
Problemático
El estándar de oro para la investigación es el ensayo
controlado aleatorio, en el que la mitad de las personas que reciben el
tratamiento y la otra mitad, no. Nadie sabe a qué grupo del estudio pertenece.
Con un nuevo medicamento, es relativamente fácil: la
persona recibe la píldora real o un placebo.
Con el ejercicio es mucho más difícil. Por un lado, la
gente sabe si está haciendo ejercicio o no. Además, es difícil obligarla a
hacer ejercicio, por lo que algunos estudios les permiten a las personas elegir
qué grupo en que grupo prefieren estar, lo que sesga los resultados pues
quienes disfrutan haciendo ejercicio tienden a beneficiarse más.
En el caso del estudio mencionado, hubo críticas por la
manera en la que se realizó (2).
Algunos expertos destacaron, por ejemplo, que en la
investigación no se midió la cantidad real de ejercicio que hicieron las
personas, simplemente se les pidió que llevaran un diario, lo que plantea la
cuestión de si la gente podría haber exagerado la cantidad de ejercicio que
hacían sólo para complacer a los investigadores.
Además, las personas que previamente no habían respondido
a los antidepresivos fueron excluidos del estudio y quien sabe si éstas podrían
haber sido sólo las personas que realmente beneficiarse de hacer ejercicio.
Entonces, ¿dónde nos deja esto?
Bufandas
heladas y bicicletas acuáticas
El mencionado estudio es uno de los muchos realizados en
este área, por supuesto, así que para una evaluación más exhaustiva recurrí a
Cochrane, una organización sin fines de lucro que hace revisiones sistemáticas
de estudios de salud.
La combinación de los datos de treinta ensayos diferentes
de países tan diversos como Tailandia, Dinamarca y Australia mostró que en
general se ha demostrado que el ejercicio tiene algunos beneficios para las
personas con depresión. Pero cuando sólo se incluyen los estudios mejor
diseñados, el efecto es muy leve (3).
De manera que parece que el ejercicio podría ayudar un
poco, lo que a su vez lleva a la pregunta de por qué. Y ha habido algunos
intentos extraordinarios para responderla.
Una teoría es que el ejercicio libera endorfinas y el
neurotransmisor dopamina, que hacen que uno se sienta bien.
Está también la teoría que se originó en las saunas y
baños de vapor de 1970 de Escandinavia y que se conoce como la hipótesis
termogénica, la cual asegura que el aumento de la temperatura corporal libera
endorfinas. Los participantes que se sentaron en la sauna se sentían mejor que
aquellos que simplemente se sentaron en un banco. Una nota curiosa al margen de
este estudio: a los participantes se les pagaba en cerveza (4).
Pero, ¿puede el ejercicio mejorar el estado de ánimo,
incluso si uno no termina caliente y sudoroso?
Los investigadores han intentado todo, desde hacer que
valientes voluntarios utilicen bicicletas de ejercicio mientras sus cuellos
están envueltos en bufandas llenas de hielo, hasta el ciclismo en agua fría con
sólo la cabeza por encima de la superficie (5).
El estado de ánimo de los ciclistas bajo el agua no
mejoró, pero sí el de los que llevaban bufandas heladas, aunque uno podría
pensar que más bien estaban aliviados al quitarse esos paños congelados y los
termómetros rectales que habían estado midiendo su temperatura.
O
quizás…
Tal vez no es un efecto químico, tal vez el hecho de salir
de la casa, formar parte de un grupo o el placer de adquirir nuevas habilidades
o ver las mejoras en los niveles de aptitud es lo que hace la diferencia.
Por su parte, el profesor William Morgan, de la Universidad de
Wisconsin-Madison en Estados Unidos, propuso una idea simple.
Se llama la hipótesis de distracción y, como seguro ya
adivinó, la teoría es que el ejercicio alivia la depresión, pues cuando estamos
distraídos no nos preocupamos. Sin embargo, el efecto desaparece después de 24
horas, por lo que necesitamos buscar más cosas con las cuales distraernos (6).
Los resultados de las pesquisas de Morgan pueden ser
reconfortantes para la gente que no está tan interesada en el ejercicio:
sentarse en una habitación tranquila en un sillón de cuero antiguo por un rato
parecía hacer que la gente se sintiera igual de bien que sudando en el
gimnasio.
Cualquiera que sea la razón, un punto importante para
terminar es que el ejercicio puede ayudar, pero no es una panacea para la
depresión.
La naturaleza de la condición significa que después de
seis meses muchas personas se sentirán mejor, independientemente de su
tratamiento.
En resumen, el ejercicio no va a curar al mundo de la
depresión, pero sigue valiendo la pena intentarlo. En última instancia, si hace
que se sienta mejor, ¡hágalo!
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