Desde
la formación de las grandes civilizaciones antiguas, el ser humano se ha caracterizado,
por ser, en palabras de Aristóteles: “Un animal político”. Un sujeto que
se sabe indefenso solo, ante un mundo
hostil y minado de conflictos, razones por las cuales construye en acuerdos
generales, y con el consentimiento de las mayorías, el Estado de derecho
moderno que conocemos; de tal modo, una vez instaurado este cuerpo político,
los ciudadanos asisten a la firma de un contrato social (Rousseau), en el que
ceden sus derechos a las autoridades elegidas, por la voluntad general democrática
de los pueblos.
Ahora
bien, este acto de desprendimiento social en aras del bienestar colectivo,
demanda como retribución acciones concretas por parte de las entidades de poder
erigidas por los ciudadanos, puesto, que si es cierto, que éstas ejercen un control
sobre los individuos, y que dicho dominio se hace efectivo para contrarrestar
el desorden, la anarquía y velar por la salvaguarda de las vidas y propiedades
de las personas, en la búsqueda de un estado de confort; no menos cierto
resulta el hecho, de que a las mismas les compete un compromiso social, de cara
a los ciudadanos.
Así,
los cuerpos de orden, organización y control de hoy, han sido construidos por
las sociedades para asegurarse paz, pero éstos aún en el siglo XXI, por ocasiones
padecen del mal de Alzheimer, olvidando su rol social, de
suerte que nuestros aparatos estatales de orden, devienen en monstruos
militares armados, monstruos que: abofetean, torturan, roban (macuteo) y matan.
Ante este panorama de violencias, se les han formateado las neuronas a: “LA
LEY Y AL ORDEN”. Puesto que sus tareas regidas bajo normas de
convivencias humanas, y en contacto directo con las leyes de la nación, quedan
negadas cuando por medio de actos delictivos se derrama sangre, en clara
violación de los derechos humanos de las personas.
Hoy
en día la vida, y solo ella en sí misma, vale, pues no solo el Tener agrega
valor, el Ser, por igual ha de apreciarse, y todo esto porque fuera de existir,
nada podríamos tener, luego, no neguemos la vida a nuestro prójimo, mas bien,
construyamos juntos generaciones preñadas de valores y virtudes, hombres y
mujeres educados en moral; pues: “Si educamos al niño de hoy, no tendremos
que castigar al hombre del mañana”. Pero si aún así el castigo es
forzoso, ahí están las leyes, primero que las balas.
El
escenario en el que hoy se produce la obra del orden, demanda y necesita con
urgencia formación en valores y cultura, policías de maleta, mas que policías
de macana, un cuerpo del orden revestido de respeto por sus iguales, y alejados
de la supremacía de un uniforme, detonante de actos arbitrarios e irracionales
con los cuales se sumerge a la ciudadanía en el llanto y el pesar, y que
nosotros entendemos como dolor de Patria.
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