Lo bueno de las redes sociales tiene que ver con el descomunal alcance
que tienen a nivel mundial. Desde sus inicios, el avance experimentado ha
pasado a ser un boomerang. Y eso es una gran cosa.
Pero lo malo de esas prodigiosas herramientas de la civilización, al
mejor estilo del siglo XXI, lo constituye el ´ñangarismo´ que atrapa a las
personas hasta lo insulso.
En los diálogos –en ocasiones que parecen no tener límite- a
través de Facebook, Whatsapp, Twitter y otros se cometen asesinatos insalvables
contra el idioma español. Errores de redacción, faltas ortográficas, falsas
abreviaturas son solo parte de la tenebrosa práctica de deformación del idioma de
Cervantes. No menor de ahí debe ser en otras lenguas.
Las redes sociales se han “cualquierizado”, para utilizar un término muy
a lo dominicano. Pero eso no pasa solo en este país. Con decir que hay hogares
donde la comunicación padre-hijo/a, madre-hijo/a, entre hermanos o entre
parejas es algo así como que uno de ellos está en Júpiter y el otro en Plutón.
Millones y millones de horas/hombre, horas/mujer, horas/juventud
se invierten cada día a nivel mundial en prestar atención a diálogos
intrascendentes a través de ese prodigio del siglo XXI. Lo trivial se ha
apoderado de un público que no repara en el más mínimo esfuerzo de hacer un
mejor aporte a la sociedad.
Cada día que transcurre, semana tras semana, mes por mes, millones
de seres humanos en todas las latitudes -y por desgracia eso va en aumento cada
minuto que transcurre- viven conectados a Facebook, Twitter, Whatsapp,
Gmail, Youtube, Google, Yahoo, Badoo, Instagram.
La adicción de muchas personas a tener cada vez más seguidores en las
redes sociales va convirtiendo en autómatas a quienes incurren en ello.
Esta práctica ha dado como resultado que jóvenes en todos los países del
mundo, diseminados en las distintas latitudes, se pasen una buena parte de su
tiempo “en blanco”, con poco o ningún contacto de conversación, y viviendo bajo
el mismo techo.
Cual si fuera una enorme contradicción, el modernismo de las
comunicaciones ha dado lugar a que cada vez más haya menos oportunidades para
que las familias puedan interactuar en la armonía que reina en los hogares.
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