Hay personas que piensan que van a
vivir toda la vida y por eso llenan su tiempo de compras sin límites, guardan dinero
para proyectos que nunca harán, trabajan como locos dejando las vacaciones para
luego, se olvidan de los verdaderos amigos y se rodean de aquellos que
significan negocios para hacer más dinero.
Hay personas, y las envidio, que piensan que tendrán una larga vida y que llegado un momento podrán gastar todo lo ganado, incluso dejan a Dios para un último instante y entonces empatarse con el cielo. Hay personas que no saben que el tiempo es corto, que es nuestro único tesoro, que no entienden que se nos ha dado la vida para vivirla intensamente y descubrir en ella el verdadero significado de la eternidad. Esas personas mueren en los mejores hospitales y en manos de los más inteligentes médicos.
Ayer le hablé a mi amigo Alfredo sobre esto. Me miró seriamente. Le conté sobre la muerte, sobre los tiempos, sobre el asombro de vivir, sobre la gran oportunidad que tenemos de disfrutar lo mucho o poco que tenemos. Le hablé una vez más sobre el tránsito de esta vida, de la obligación que tenemos de ser felices, de entender de una vez por todas que el futuro no existe, que es un invento de poetas, y una promesa de políticos, que lo único que tenemos es este presente, el cual debemos vivir con pasión, con alegría, con desprendimiento, haciendo el bien a nuestro paso, compartiendo lo que tenemos, siendo felices y haciendo felices a quienes nos rodean.
Antonio me invitó a cenar, le dije que quería comentarle algo. En aquel momento trabajaba yo en un banco y, por accidente, me había enterado de la cantidad de dinero que mi amigo tenía, y también de que ese no era el único banco donde depositaba, sino uno de ellos de un próspero negocio que le robaba la vida.
–¿Y de qué quieres hablarme? –me preguntó.
–He descubierto tu fortuna –dije rápidamente.
Mi amigo puso cara de susto y sospechó que vendría a pedirle dinero para alguno de mis culturales proyectos.
–No pongas esa cara –lo detuve en el acto– no vengo a pedirte, vengo a darte un consejo de amigo que te quiere.
Más relajado, pero no menos preocupado, centró su atención en mis declaraciones.
–Necesito que te dediques a vivir.
–Eso hago –me interrumpió.
–Estás equivocado, vivir es disfrutar de la vida, de lo que tienes, el dinero que acumulas no podrás gastarlo, debes aprender a vivir y ser feliz y hacer felices a quienes te rodean.
Entonces mi amigo perdió la paciencia y me acusó de loco, de irresponsable, me habló de los peligros del futuro, de la prima del dólar, de la hija que faltaba por casar, puso tantas excusas que me despedí con pena y abrumado.
Dos años después mi amigo moría y unos días antes de irse me mandó a llamar y estando al lado de su cama me confesó:
–Y yo pensé que el loco eras tú, loco fui yo que no te tomé en serio y me dediqué a vivir… se me quedan tantos proyectos por hacer, tanto mundo por descubrir, tantas conversaciones con amigos entrañables… me dieron la vida y no la entendí, en algún momento me sentí inmortal; ahora ya no tengo tiempo…
No supe qué contestar.
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