Por: RAFAEL
ESCOTTO
El veintiséis de enero, día de Duarte,
independientemente de que el Gobierno por comodidad burocrática quisiera
convertirlo en otro día mas, escuché al amanecer la voz del patricio como si
leyera el cuento de Juan Rulfo «Diles que no me maten». Ciertamente no pude
resistir la tentación de volver al maestro de la narrativa breve mexicana.
Diría Rulfo, parece que alguien quiere confiar «en el
olvido» de este prócer leal a la patria y por eso varían su natalicio con tan
maliciosa ingratitud. Así es la actuación de los que pretenden rebelarse contra
el heroísmo y ofender las sagradas convicciones de los hombres venidos al
mundo, como Juan Pablo Duarte, para liberar pueblos sin reclamar la gloria.
No importa que muevan la fecha originaria del
natalicio del patricio ni que el pueblo desorientado extravíe tan apoteósico
acontecimiento, siempre habrá alguien sobre este solar que clave la bandera
tricolor en un lugar extraordinario como símbolo imperecedero para que nunca
nadie intente ignorar que hubo un hombre con un alma ardorosa y sensible que no
fue indiferente al llamado superior de su pueblo cuando la necesidad de
conquistar su libertad le consternaba y demandaba el auxilio salvador de sus
mejores hijos.
Sin embargo, el liderazgo político del actual
gobierno, en estos tiempos ignominiosos en los que se ultrajan nombres insignes
que la Patria debe cuidar con anhelo y fervor como se atesoran las prendas más
preciadas así como también deben valorarse y conservarse los monumentos o los
próceres que la historia y la circunstancias nos han reservado para exaltar los
méritos de la patria.
Ahora bien, cuando el concepto de patria ha sido
irrespetuosamente retorcido para tratar de reducirlo y mal utilizar su
eminencia para aprovecharse de los sentimientos del país y con ello poder
lograr labrar fortunas y edificar nombres o ídolos de barro que se desploman al
más mínimo soplo de una brisa ligera del rechazo de una población consciente.
Cabe preguntarnos frente a lo anterior, ¿habrá acaso
una consciencia real frente a un pueblo tan decepcionado que parece que ha
perdido la capacidad para reflexionar lógica y racionalmente? O sería, en el
peor de los casos, que los nuevos científicos y estrategas de la política
habrán creado un nuevo modelo del hombre dominicano que por un obscurantismo
bien orquestado desde la cúpula del poder es incapaz de llegar a comprender en
su intimidad que está siendo conducido a su propia desgracia, como el que
camina vendado hacia el patíbulo y a otra crucifixión inmerecida e injusta.
Lo sano que quedaba de un pueblo como el nuestro, que
ha sido tan abusado y maltratado hasta la saciedad, se ha consumido hasta el
grado de lo que podríamos llamar una desintegración social plena.
Por una crisis de valores al Gobierno le da lo mismo
tratar de convertir el veintiséis de enero en veinticinco, como si quisiera
montar a todo el mundo en la guagua de Juan Luis Guerra. El veinticinco de
enero Duarte, con enfado y tormento razonable, pateó la lápida sagrada y
dijo: «Diles que no me maten».
0 Comentarios