Por: FRANCISCO S.
CRUZ
El acreditado economista y escritor Moisés
Naím –independientemente, a quien él le sirva en término
geopolítico-fáctico-ideológico- ha producido un texto (El fin del poder) de
medular observancia desde la perspectiva de la historia, la economía, la
sociología, el poder militar y, por supuesto, de la política universal al poner
sobre el tapete los cambios y mutaciones que ha sufrido el poder global –a
partir, en su opinión, del derrumbe del muro de Berlín (1989, pero que hay que
agregarle, creemos, un antes y un después: la Perestroika de Gorbachov y el fin
del Apartheid– que él sintetiza o condensa en lo que ha
denominado: “la revolución del más, que se caracteriza
por el aumento, la abundancia de todo (el número de países, la población, el
nivel de vida, las tazas de alfabetización, el incremento de la salud y la
cantidad de productos, partidos políticos y religiones); la revolución de la movilidad,
que capta el hecho de que no solo hay más de todo sino que ese “mas” (gente,
productos, tecnología, dinero) se mueve más que nunca y a menor coste y llega a
todas partes, incluso a lugares que hasta hace poco eran inaccesibles, y la
revolución de lamentalidad, que refleja los grandes cambios de modos de
pensar, expectativas y aspiraciones que han acompañado a esas transformaciones”,
pág. # 32. Ob. cta.
Para Moisés Naím –el paradigma
sociológico-organizacional de Max Weber presenta síntoma de agotamiento (en
otras palabras, la burocracia weberiana ya no da abasto a la “desvinculación de
poder y el tamaño”-, sencillamente el mundo se ha transformado y de esa
transformación o cambios “…se han beneficiado a los innovadores y a nuevos
protagonistas en muchos campos; entre ellos, por desgracia a delincuentes,
terroristas, insurgentes, piratas informáticos, traficantes, falsificadores y
ciberdelincuentes”. Y una de las grandes paradojas o conclusiones de los
peligros -latentes y reales- de esos resultados es –según Naím-: ¿Cómo
hacernos menos “vulnerable a las malas ideas y a los malos líderes”?
Precisamente, esa conclusión nos lleva a
plantearnos la siguiente interrogante: La debacle, pero de quién: ¿de los
partidos políticos o de sus cúpulas?
El fenómeno de nuestro sistema político y los
partidos tradicionales va a contrapelo a lo que Moisés Naím observa en todo el
mundo: que ‘…los partidos tradicionales son en su mayoría incapaces de ejercer
el poder que antes tenían”, pues sus cúpulas concentran mas y mas poder
decisorio, por supuesto, a costa de su democracia interna y la imposición, sin
refrendación eleccionaria, de una claque-jerárquica de fuerte tendencia
conservadora.
Para Moisés Naim “El poder se les está yendo
de las manos a los autócratas y los regímenes de partido único. Y también a
quienes gobiernan en las democracias más maduras e institucionalizadas. Está
escapando de los partidos políticos grandes y tradicionales y fluyendo hacia
otros mas pequeños con nichos mas focalizados y agendas muy especificas…”,
contrario, y como paradoja, en el obsoleto sistema de partido nuestro todo
luce, según algunos de sus dirigentes emblemáticos, “…con pie de barro…”, o si
no, “frizado”; pero jamás monopolizado.
Y finalmente, nos preguntamos: ¿puede ser un
problema de disciplina o de formación política que, en un partido equis, se
exprese con crudeza un evidente déficits de democracia?
Por ello, me da risa escuchar como nuestros
líderes y dirigentes (sin distingo de género y de ¡todos los partidos!), en su
afán de perpetuarse –a dedazos y sin refrendarse- se burlan de nuestra
inteligencia apelando a sofismas, a puntiagudos “análisis” y a cuentos chinos…
EL AUTOR es presidente del PLD en Washington, donde
reside.
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