Centenares de años llevan la medicina y la farmacia intentando dilucidar porqué envejecemos los seres humanos. Y existen remedios desde hace miles de años, por desgracia todos desafortunados, que de forma más ó menos cruenta y sofisticada intentaban detener el envejecimiento. Afortunadamente, ahora hay respuestas, y posibilidades de tratamiento.
Desde
fórmulas de la antigua china que proponían beber perlas disueltas en vinagre o
una dieta basada en el consumo de carpas, peces célebres por su extraordinaria
longevidad, hasta bañarse en sangre
de doncellas, como la terrible condesa Estber Bathory que dio origen al mito
de Drácula. También, más recientemente, las inyecciones
de glándulas de mono usadas en lujosas clínicas antienvejecimiento para
intentar recuperar el vigor juvenil. Una curiosa terapia que pusieron de moda
los médicos del lll Reich y ha durado hasta bien entrados los años 70.
Y, por
desgracia, costumbres tan aberrantes como sacrificar tigres de bengala y
elefantes para conseguir, a través del consumo de algún órgano de estos
animales, algo parecido al rejuvenecimiento. Todo tipo de
insensateces se han sucedido en los últimos tres mil años para paliar el
envejecimiento.
El
problema es que, durante todo este tiempo, se veían los signos de la vejez y
sus huellas y enfermedades asociadas, pero no éramos capaces de saber
porqué envejecemos, y porqué nuestras células y tejidos dejaban
de funcionar correctamente.
En los últimos treinta años el
avance en investigación ha sido muy importante y, aunque es mucho más lo
que ignoramos que lo que conocemos, estamos dando por
primera vez en milenios pasos en el camino correcto.
De todas las teorías que se
manejan actualmente, hay dos que tienen especial importancia. La inmunológica, que describe cómo
el paso de los años deteriora nuestro sistema inmune.
Motivando, en unos casos, la inflamación del cuerpo como es el caso de la
artritis y otro gran número de enfermedades autoinmunes. Y, en otros, dejando
minadas y debilitadas las defensas y haciéndonos por tanto mas débiles frente a
las infecciones.
Todos estos procesos se han
puesto terriblemente de actualidad con la pandemia por la COVID-19. Al observar como el
sistema inmune fallaba estrepitosamente en unos casos o se superexcitaba en otros,
en ambos casos con terribles consecuencias.
En
cuanto a la piel y el pelo, hemos visto cómo sorprendentemente, en
personas sanas, se producían una serie de cambios en la piel.
Desde injustificadas caídas del cabello, irritaciones en la piel, aparición de
arrugas prematuras y un largo etcétera de pequeños signos que mostraban
un cierto envejecimiento acelerado de la piel y el
cabello.
Está
claro que esta época de cambios
dramáticos, de disrupción, inmovilidad, ruptura de hábitos, y
de ansiedad y estrés, más o menos consciente, está
produciendo una especie de oxidación que se ve, además, agravada por el uso de
la mascarilla, cuyo roce incesante oxida la piel. El
exceso de higiene es devastador, aunque sea necesario, para las células de la
piel.
Por
todo ello, y para prevenir este fenómeno de oxidación, tenemos que prepararnos.
¿Cómo? Primero reforzando nuestra
alimentación con el consumo de antioxidantes a través de frutas como los
arándanos, las moras o el tomate, muy rico en un
antioxidante llamado licopeno. También es importante ingerir vitamina
C, que, además de ayudarnos a generar colágeno, es un potente
antirradicales libres. Y, muy especialmente, en el cuidado de
nuestra piel, ya que se trata del órgano que más sufre de la superoxidación,
con el uso de cremas antioxidantes.
Estas
maravillosas substancias, casi todas naturales, tienen la capacidad de atrapar
los radicales libres, que es como se conoce a las pequeñas
partículas que oxidan nuestras células.
De
todas ellas, la más potente es el Fullereno.
Esta substancia que se encuentra presente en varios minerales es quinientas
veces más potente que la vitamina C y su descubrimiento
mereció el Premio Nobel para los doctores Curl y Kroto. Tiene, además, la
sorprendente capacidad de atrapar la
radiación WIFI impidiendo que llegue a la piel.
Fuente: http://diarioecologia.com/
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