Por
Cándido Mercedes
“Libertad
es poder decir sí o no; lo hago o no lo hago, digan lo que digan mis jefes o
los demás; esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por tanto no
lo quiero. Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de
que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender”.
(Fernando Savater).
Buscando en mi memoria encuentro al Poeta Nacional de Cuba, el insigne Nicolás Guillén, quien en uno de sus poemas graficaba “Cualquier tiempo pasado fue peor”. Poniendo en perspectiva el acontecer institucional del país, se recrea, de manera floreciente y glorificada porque lo que estamos viendo es una revolución en el marco normativo en la sociedad dominicana.
El expediente del entramado
societario denominado “Anti pulpo” visibiliza el grado de degradación, de
putrefacción, de pus, en que nos encontrábamos como sociedad. Lo sabíamos, lo
percibíamos. Los estudios internacionales: Transparencia Internacional, Foro Económico
Global, Barómetro de Las Américas, OXFAM, Banco Mundial, Banco Interamericano de
Desarrollo, Latinobarómetro y varias encuestas de reconocidas firmas nacionales
así lo atestiguaban, como andábamos en materia de corrupción, de
institucionalidad y de impunidad. Sin embargo, la investigación Anti pulpo,
preliminar, empero, exhaustiva, objetiva y muy bien lograda, nos pone en la
ruta del comienzo de la lucha contra la impunidad, de la lucha contra la
delincuencia política.
Que este comienzo sea, como
nos diría el destacado y querido sociólogo César Pérez “Cambio del sistema
político en la gestión de la cosa pública y de la lucha política”. Desde la
dimensión técnico-jurídica se advierte un trabajo ponderado, donde abogados de
la defensa de los imputados han reconocido su acierto en la validez y
confiabilidad de la investigación. Lo que otros países han logrado desde hace
mucho tiempo, que es una justicia independiente, aquí comienza a aflorar ahora.
Por eso, somos el país líder en el ranking del coeficiente de impunidad en
materia de la corrupción pública. Mi memoria no alcanza a dibujar en el tiempo
un Procurador, desde el 1966, que no tuviera ligado a la militancia partidaria.
Reconocer es siempre un acto de
valentía, de humildad, de reciedumbre ética y de fortalecer que la realidad avance.
El Presidente con su voluntad y el desprendimiento que le asigna la
Constitución, ha interpretado las expectativas y anhelos de la sociedad. Él se está
convirtiendo en el catalizador de la fuente de energía de un pueblo que se cansó
de tanta y tanta corrupción y, peor, de la execrable impunidad.
Todo lo que estamos viendo es técnico-jurídico.
Es de justicia, es de leyes, es de la Constitución (340-06, 423-06, 10-07:
Compras y Contrataciones, Presupuestos, Contraloría y de la Constitución el
146, numerales 1, 2 y 3); violaban a granel las leyes en materia de corrupción.
¡No hay abusos, no hay atropellos, nada es indignante, no hay actos de cobardía!
Si lo técnico-jurídico prevalece, significa que no hay sesgamiento, que la
subjetividad no prevalece por encima de la objetividad, que lo político no
aborda y trasciende en toda su dimensión la disrupción en la justicia.
En todo acto de corrupción,
sobre todo público, encierra lo político. Porque la corrupción pública afecta a
la sociedad, erosiona al Estado y a sus instituciones, vulnera y trastoca sus leyes,
reglamentos, decretos, procesos y procedimientos. Todo lo público, con sus acciones
y decisiones, comporta siempre un acontecer político para bien o para mal,
cuando se trata de lo último ha de haber una voluntad política, ora para
modificar ese estado de cosa nostra, ora para mantenerla, como fueron los
últimos 16 años. Nada de persecución a la corrupción política. Las
instituciones creadas: PEPCA, Dirección de Ética, eran solo corbatas para
dibujar los espacios del gobierno electrónico.
El presidente Abinader que deje
que la justicia actúe, que no oiga esas voces del ciclo del pasado pidiendo su
intervención como si el ruedo del carro de la historia no pasara. Que no piense
ni por un instante, ni siquiera un segundo, lo que hizo Leonel Fernández cuando
el entonces Fiscal del Distrito Nacional, Guillermo Moreno, estaba investigando
la participación de los involucrados en la muerte de Narcisazo. Balaguer se
quejaría frente al entonces Presidente 1996-2000 y éste le respondió “Es que la
justicia es independiente”. El nonagenario ripostaría “Pero usted es que nombra
y quita”. Leonel no obró como estadista. Desvincularía a Guillermo Moreno. Aquí
lo político se sobredimensionó sobre lo jurídico, sobre la justicia, sobre el
estado normativo.
Somos una sociedad con una
profunda deuda social acumulada que se verifica en la pobreza, la exclusión, la
marginalidad, en la salud, en la economía informal, en la educación, en la
justicia, en lo institucional. Cuando mejoramos en los últimos dos peldaños, el
salto cualitativo será ciclópeo, extraordinario, pues sabemos que hay una estrecha
correlación entre el fortalecimiento institucional y el Estado de derecho y que
la prevalencia de la justicia en lo penal-institucional, repercute
significativamente en todos los planos de la vida humana de una sociedad, donde
devienen “el coraje para vivir, la generosidad para convivir y la prudencia
para sobrevivir”.
¿Qué ha pasado en nuestra
sociedad para que actores políticos sigan pensando como si la rueda del carro
de la historia no avanzara, repitiendo así el mismo libreto de los años 70 y 80
del siglo pasado? Lo primero es que no ha habido independencia de las
instituciones del Poder Ejecutivo, configurando a éste como cuasi un poder
absoluto y recreando la categoría del hiperpresidencialismo, quedando todo
subordinado al peso presidencial y dejando que sea la personalidad la que
marque la ruta en el cuerpo institucional y en el devenir de todo el tejido
social. Pautas, pues, para los autócratas y populistas. Lo segundo, era la
ausencia de una sociedad civil dinámica, activa, amplia y vigorosa que empujara
la participación y no dejara que la democracia sea solo para los partidos y sus
actores.
El tercer eslabón, es la no
comprensión y asunción de la democracia, en tanto sistema y el liberalismo.
Cuando hablamos de democracia liberal, estamos componiendo y cohesionando todo
a lo que atañe al Estado de derecho, al respeto a la libertad de expresión y a
las garantías individuales y al elemento social que el Estado ha de prohijar con
los seres humanos que habitan en ese territorio “Las democracias liberales
están llenas de controles y contrapesos pensados para impedir que un partido o fracción
acumule demasiado poder y para fomentar la conciliación de los intereses de
grupos diferentes”, nos señalaría Yascha Mounk.
Hoy en día podemos tener
demócratas, empero, no liberales. Liberales, sin embargo, nada de demócratas.
El hilo conductor, rector para un verdadero salto es la relación dialéctica de
dos categorías que se asientan en la superestructura, pero que operan y se
instrumentalizan en todo el cuerpo social. ¡Todo el río caudaloso de la
corrupción, el pico Everest de la impunidad, constituían ejes de la
contradicción entre la democracia el liberalismo!
El expediente Anti pulpo es la
clara evidencia de un orden distinto que coloca la historia en su verdadera
historia, sin arritmia, dejando atrás décadas de rueda circular, de tautologías
pesarosas y que nos redime como pueblo de lucha, de alegría y del canto
permanente de esperanza.
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