Las emociones y los estados de ánimo influyen en la
ingesta de alimentos, en los hábitos alimentarios y en el aumento de peso y
a la inversa: el tipo de dieta influye en el estado emocional y en la
resistencia al estrés.
El estrés fomenta el aumento de peso ya que en
situaciones estresantes se segregan corticoides y grelina que inducen la
selección de los denominados alimentos “confort” ricos en azúcares, grasas y
sal. “Este tipo de alimentos nos aporta una sensación inmediata de placer y
recompensa que disminuye la sensación de estrés percibido y refuerza
inconscientemente nuestro comportamiento estresante.
Los mecanismos físicos que intervienen tras el consumo de
estos alimentos inducen a seguir consumiéndolos además de favorecer el
sedentarismo y reforzar la apetencia por los alimentos confort, disponibles por
todas partes y de bajo precio.
“La publicidad subliminal y constante, los factores
socioeconómicos, laborales y familiares estresantes, la crisis económica y de
valores prolongada o la falta de tiempo y las prisas inducen el sedentarismo y
que afloren conflictos emocionales larvados, dando lugar a un cóctel servido
para aumentar de peso”, apunta la doctora.
En este entorno “obesogénico”, el factor emocional parece
explicar la mayor parte de los fracasos a largo plazo en los programas de
pérdida de peso. A pesar de la información sobre alimentación y hábitos de vida
saludable que llega a la población general a través de campañas de Salud
Pública, la prevalencia de obesidad no disminuye.
“Comemos para mucho más que mantener nuestras necesidades
fisiológicas, nutritivas o de supervivencia: para compartir, celebrar,
eliminar o mitigar emociones desagradables o como recompensa inmediata o
premio tras una jornada intensa de trabajo Todo ello es la clave por la que
tendemos a engordar o no mantener el peso perdido a pesar de saber
conscientemente cómo adelgazar.
Además, mantener el peso ideal a largo plazo se nos
hace muy complicado dado que vivimos en un mundo donde convergen:
globalización del modo de alimentación anglosajón frente al más saludable
mediterráneo, disponibilidad ilimitada de alimentos procesados atractivos y
apetitosos, estilo de vida sedentario, estados emocionales en los que prevalece
el estrés y la ansiedad, una pérdida de poder adquisitivo que redirige a los
alimentos más baratos y también más insanos y el hedonismo que busca el placer
y la recompensa inmediatos.
“En consecuencia, sólo el 10% de los individuos mantiene su
peso sin hacer un esfuerzo consciente”
Adictos a los alimentos sabrosos
Investigaciones recientes han concluido que los
alimentos muy sabrosos (confort) podrían inducir procesos adictivos.
Los hidratos de carbono refinados producen en el cerebro más serotonina,
dopamina, endorfinas y opioides que dan lugar a efectos sedantes y placenteros.
El rasgo que identifica una conducta adictiva es que la
persona se ve impulsada a realizarla a pesar de sus consecuencias
negativas, como respondiendo a un mandato interior, y no por propia
elección. Los adictos a la comida tienden a utilizar sustancias depresoras
(sedantes, tranquilizantes, somníferos, alcohol) o estimulantes (café, bebidas
de cola o cocaína) en exceso.
Uno puede considerarse potencial adicto a la comida si
trata de ejercer un severo control sobre el impulso de comer, independientemente
de la cantidad o frecuencia con que lo haga, o si tiene la impresión de que la
comida lo domina.
Los estudios neurocientíficos muestran que las personas
proclives a la adicción tienen niveles bajos de receptores de dopamina en
determinadas áreas del cerebro. Las personas obesas, al igual que las adictas a
la cocaína, tienen también niveles bajos de dopamina cerebral.
Estudios han demostrado además que en las personas
adictas a la comida se activan las mismas áreas cerebrales ante la
visión del alimento que en las adictas a la cocaína u otras sustancias o
conductas adictivas.
El problema surge si en lugar de utilizar la comida para
satisfacer el hambre, y sentir placer al hacerlo, se utiliza para tratar
de satisfacer necesidades emocionales legítimas pero no satisfechas
como sentirse querido, seguro o no angustiado.
7 claves para superar la adicción a la comida
1. Aspectos dietético-nutricionales: tomar
alimentos y suplementos que contengan precursores de dopamina como la tirosina
(por la mañana, cuando tenemos el pico de dopamina en el cerebro) y de
serotonina como el triptófano (por la tarde, cuando tenemos el pico de
serotonina cerebral).
2. Aprender a diferenciar “hambre” y “apetito”: el
hambre es la sensación fisiológica que permite satisfacer nuestras necesidades
biológicas mientras que en el apetito intervienen estímulos sensoriales y
emocionales de origen externo e interno, e influyen hábitos alimentarios y
numerosos aspectos socio-culturales.
3. Evitar alimentos adictivos o “confort”: ricos
en hidratos de carbono refinados y grasas, como alimentos para paliar emociones
negativas (ansiedad, depresión, estrés, soledad, etc.) o para utilizar como
premio o recompensa. Utilizar como alternativas ejercicio, música, hablar con
amigos, un baño caliente, etc.
4. Afrontar las dificultades de la vida de un
modo eficaz: debemos aprender a observarnos a nosotros
mismos para identificar el problema, los mensajes que nos envía nuestra mente
y, de forma asertiva, modificar la situación que genera el malestar. Si ello no
es posible, aprender a distanciarse del problema, a relativizarlo, a ser
positivos. Para frenar nuestro sistema de creencias adictivo, hay que adquirir
las habilidades para actuar ante la necesidad imperiosa de comer y las
herramientas necesarias para gestionar mejor nuestras emociones.
5. Aprender a desarrollar actividades
alternativas a la comida para enfrentarnos a situaciones
difíciles.
6. Respetar el ritmo diario de
trabajo-ocio-descanso: aplicar la regla de 8 horas para cada uno de
estos tres ámbitos de la vida.
7. Respetar la tríada alimentación
saludable-actividad física- relajación/control del estrés:
junto a una dieta variada, dedicar tiempo a la actividad física (mínimo 30
minutos/día) y a actividades de relajación (yoga, meditación, acupuntura,
‘mindfulness’ o atención plena).
Fuente: https://diarioecologia.com/
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