Por: Carlos Hermoso
Son cada vez más reiteradas las acusaciones de “fascista”
contra la dictadura chavista. Este asunto alcanza más espacios en distintas
partes del planeta, dados los pasos que brinda el despotismo y los desarrollos
del fascismo, comenzando por Estados Unidos. Como es característico en este
tipo de régimen, el encabezado por Maduro acusa al estadounidense de fascista y
viceversa. Es que la política fascista se sustenta en buena medida en el
fariseísmo.
Pero no. La dictadura chavista actual no es un régimen fascista,
salvo en aspectos importantes de esa forma de dominación. Es un régimen
terrorista. Practica el fariseísmo y la mentira como sustento para hacer
política. Es extremadamente inescrupuloso. Su filosofía política, que la tiene,
descansa en el irracionalismo, que encuentra en el resentimiento la capacidad
para hacerse de una base material concreta: el lumpenproletariado.
Cuenta con varios de los rasgos del fascismo, pero no
alcanza a serlo plenamente. Son otras las latitudes donde el fascismo encuentra
las condiciones para su total realización: las naciones imperialistas. Veamos.
El fascismo
El fascismo es correspondiente con una fase del desarrollo
del capitalismo monopolístico. Aparece en medio de grandes crisis, o durante
crisis revolucionarias. Logra unificar a la sociedad para lanzarse a la
aventura de expandirse a la fuerza. La oligarquía se pone al frente y se impone
como capitalista total para atender la crisis con base en los requerimientos
que le permitan entrar a competir en el reparto de un mundo ya repartido. Se
cumple lo dicho por Mussolini en su folleto La dottrina del fascismo:
“Para el fascismo, la tendencia al imperio, es decir a la expansión de las
naciones, es una manifestación de vitalidad”.
El fascismo supone la expansión del mercado externo por la
vía de la fuerza. Las anexiones se convierten en el objetivo primero de los
Estados fascistas. Son las medidas de fuerza las que les permiten hacerse de
las determinaciones que sirven para elevar la cuota media de la ganancia de las
grandes inversiones, mientras incrementan la composición de sus capitales. La
expansión les permite hacerse de mercados, materias primas y trabajadores en
condiciones hasta de esclavitud, como aconteció durante la segunda gran guerra
por parte de los nazis. Muestra de ello es lo alcanzado por, entre muchos
otros, Krupp-Hoesch, Siemens, Bayer, Mercedes-Benz, BMW, Porsche-Volkswagen,
Audi, Allianz, BASF, Deutsche Bank, Dresdner Bank, y Hugo Boss, este último
como diseñador de toda la gama de los uniformes nazis. O las estadounidenses
IBM, General Motor, Ford, Coca-Cola, Dupont, principalmente.
La dictadura chavista actual no es un régimen
fascista, salvo en aspectos importantes de esa forma de dominación. Es un
régimen terrorista. Practica el fariseísmo y la mentira como sustento para
hacer política. Es extremadamente inescrupuloso
El fascismo es, ante todo, una ideología que brota de las
grandes potencias imperialistas que van tras la revancha. Supone desarrollo
industrial y, por ende, avance científico tecnológico, lo que le brinda una
elevada composición de capitales. De allí que los países emblemáticos sean la
Alemania nazi de Hitler, la Italia bajo la égida de Il duce, y el
Japón, bajo el principio del kokutai y la guía del emperador
Hiroito. La guerra, bajo estos liderazgos, arrojan más de 60 millones de
muertes, la inmensa mayoría, civiles.
Para el desarrollo de esa política, la oligarquía en
cuestión se sustenta en el irracionalismo más abyecto similar al que conducen
las ideas de Nietzsche. Destacan: el superhombre y el eterno retorno, que
coloca la idea mitológica en el centro de la política, ensalzando la guerra
como un acto virtuoso de depuración de la cultura. A su vez,
desarrolla la teoría de la división de la humanidad en una raza de señores y
otra de esclavos, el principio de la desigualdad de los hombres y el dominio de
un restringido sector de selectos. Muy parecido al wasp estadounidense:
blanco, anglosajón y protestante.
Eso explica la naturaleza política de corte fascista que
prevalece en los Estados imperialistas. A la hora de encontrarse en una crisis
que ponga en peligro el orden o apenas le cierre el paso para pugnar por la
hegemonía, apela a esta su carta más drástica: el fascismo. De allí que sea una
tendencia cuyo desarrollo encuentra bemoles, pero siempre está viva. El
fascismo surge de una estructura económica concreta. Aquella que cuenta con la
oligarquía financiera como hegemón. Trump es una muestra clara al respecto.
Tal vez sea China el Estado imperialista donde el fascismo
esté más desarrollado hoy día. El revisionismo chino, “comunismo” puro de
palabra, ha derivado en un Estado fascista. Sin embargo, no es precisamente la
potencia que busca expandirse con base en el anexionismo militar. Pese a todo,
el “collar de perlas” representa el proyecto militar articulado al de una
franja una ruta, lo que indica que se prepara para defender lo suyo o
expandirse más, a la fuerza.
De resto, las dictaduras en países de poco desarrollo
capitalista –que no han alcanzado la industrialización, ni la posibilidad de
convertirse en disputantes de mercados exteriores, de fuentes de materias
primas, ni tienen capacidad para realizar inversiones directas instalando
subsidiarias– expresan el fascismo en sus expresiones políticas para salvar el
orden.
España franquista sin dudas era un Estado que practicó el
fascismo en su sentido político en grado sumo, su sustento fue el
irracionalismo extremo. Hacer culto a la muerte de comunistas, intelectuales y
homosexuales, es un reflejo claro al respecto, que les permitió el trofeo de
dejar centenares de miles de familias de luto por el delito de tener un
integrante rojo. Participa en la ofensiva alemana contra la Unión
Soviética con la llamada División Azul, con cerca de 50 mil soldados. Pero no
buscaba España expandirse. Simplemente envió a estos hombres como pago por los
servicios prestados por los nazis en el genocidio contra el pueblo español que
encuentra en Guernica su emblema.
El fascismo supone la expansión del mercado
externo por la vía de la fuerza. Las anexiones se convierten en el objetivo
primero de los Estados fascistas. Son las medidas de fuerza las que les
permiten hacerse de las determinaciones que sirven para elevar la cuota media
de la ganancia de las grandes inversiones, mientras incrementan la composición
de sus capitales
América Latina, en países de muy poco desarrollo económico
e industrial, es escenario de experiencias fascistas rupestres. Gorilismo y
fascismo parecen sinónimos. Pero el fascismo agrega un enemigo concreto sobre
el cual recae el odio. “Muerte a la inteligencia” –consigna asignada al coronel
Millán-Astray ante Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12
de octubre de 1936– encuentra eco en los militares o milicos de buena parte de
Latinoamérica.
Pero sin dudas la experiencia más consecuente con el
fascismo, de todas las latinoamericanas, fue el proceso adelantado en Argentina
por Juan Domingo Perón. El país austral en esos tiempos era una de las
economías mundiales más importantes. Previamente, en 1895, fue considerada la
primera economía en términos del producto interno bruto per cápita. La
implantación de una política basada en el corporativismo fue una especie de
calco de la adelantada en la Italia fascista. Deriva en una estrecha relación
que sostuvo Perón con los nazis y con Franco. La protección que acompañó la
sustitución de importaciones marcaron una impronta que dividió a la sociedad
argentina. Terratenientes y sectores oligárquicos industriales, fracciones de uno
y otro sector, se enfrentaron coaligados contra sus pares. La incidencia
estadounidense hizo mella y, ya pasada la segunda gran guerra, fueron por lo
suyo y trabajaron en función de adocenar el proceso argentino para colocarlo a
su favor. El asomo de un proyecto nacional, en momentos de relajación de las
relaciones con los estadounidenses e ingleses –pasando por las contradicciones
que se generaron producto de que los argentinos coparon mercados de los
gringos–, dio paso a los consabidos condicionamientos imperialistas del nuevo
hegemón. La dictadura gorila de Videla y compañía no guarda relación con el
peronismo. Practica el terrorismo extremo, clara expresión fascista, pero
desarrolla una política absolutamente antinacional.
La dictadura chilena bajo el mandato del nefasto Pinochet,
ciertamente, fue fascista en la represión contra el pueblo, la clase obrera y
los comunistas y socialistas. El cercenamiento de las libertades públicas más
elementales y el terrorismo como práctica cotidiana, entre otros aspectos, le
brindan ese carácter. Pero Chile no cuenta con un desarrollo que le permita
disputarse mercados que no sea por la vía de la colocación del cobre con precio
competitivo.
Chavismo y fascismo
El hecho de que la dictadura chavista de Maduro no sea un
régimen fascista en toda regla, no significa que no sea consecuente con los
rasgos propios del fascismo en política. Pues sucede que Venezuela, lejos de
ser un país de alto desarrollo industrial, está desvencijado en la materia. A
eso la llevó la política erosiva instaurada desde 1989, profundizada en su
máxima expresión en el último lustro. ¡Qué mercado exterior podemos disputarnos
que no sea como oferente de materias primas!
Además del militarismo y el terrorismo, el chavismo cuenta
con un aspecto fundamental del fascismo: se asienta en el irracionalismo.
Además del resentimiento que sigue manejando en su discurso, entroniza los
sentimientos de odio y amor. A momentos, además de falsos, lucen ridículos los
de amor. Los de odio le quedan bien. Siguiendo el sainete preconcebido, se
presentan con la mayor desvergüenza hablando de amor por el pueblo.
Tiene la misma raíz de eso que fue definido en su
oportunidad como revisionismo de izquierda, con el sui generis mote
de “sindicalismo revolucionario” de Georges Sorel, y que sirvió de base a
Mussolini y al fascismo francés. En sus orígenes, aquel revisionismo –al igual
que este fascismo sin industria y sojuzgado por chinos y rusos– se presentaba
como socialista. De allí el nombre de su partido (Psuv), suerte de estructura
paraestatal en la cual muchos logran alcanzar mendrugos, mientras los
capitostes alcanzan fortunas producto de la corrupción y los negociados que
realizan con sus socios de la oligarquía financiera, de la cual ya son parte.
Además, el fascismo busca realizar su totalitarismo con
base en el control de los medios manu militari, con el control de
la información orientada a sus intereses de manera absoluta. Distinción de las
otras formas de dominación que la realizan con base en la implantación de la ideología
dominante de manera aparentemente consensuada.
Pero Venezuela está muy lejos de ser una potencia
industrial y por ende no puede aspirar a disputar la hegemonía mundial a nadie.
Por el contrario, se trata de un régimen sin sentido nacional –“cipayo” dirían
en Centroamérica–, postrado al diktat de China y Rusia a
quienes les ha vendido el alma. Ni siquiera puede rescatar una zona en
reclamación de Venezuela, en torno de la cual apenas puede hacer alharaca para
unir a la poca gente que le sigue.
Los rasgos fascistas del chavismo, sin embargo, son claros
y han resultados atentatorios de los más elementales derechos democráticos y
condiciones de vida de las mayorías nacionales. De allí que sigue haciendo
aguas. Falta canalizar la poderosa fuerza de la gente, siempre dispuesta a
echar fuera del poder a un régimen que, en la figura de Maduro, muestra una
pobre y desdibujada caricatura de il duce.
El autor es Economista y Doctor en ciencias sociales.
Profesor de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político.
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