Por: Cándido Mercedes
“Si es difícil medir el tamaño y poder de la delincuencia organizada en el mundo, es aún más complicado dimensionar acertadamente los estragos del lavado de dinero en los sistemas económicos…”. (Edgardo Buscaglia: Lavado de dinero y corrupción política).
La sociedad dominicana no ha tenido un narcoestado, empero,
si tiene un fuerte componente de la narcoeconomía. El narcoestado sí contiene,
en gran medida, la narcoeconomía. La narcoeconomía se constituye en un
subproducto, en un derivado del narcoestado, en un proceso de maduración. La
narcoeconomía es la etapa de crecimiento, de la economía sumergida (actividad
económica que se desenvuelve al margen de las normas legales), que en su fase
de madurez penetra los poros del tejido empresarial y con ello, social,
político e institucional.
La narcoeconomía es conducida por el narcotráfico como fase
de expansión empresarial y social. Tanto el narcotráfico como la narcoeconomía
son una consecuencia de la debilidad del Estado, de la fuerte debilidad de las
instituciones, del poco control, regulación e inobservancia de los aparatos de
dominación del Estado en las distintas esferas: militar y civil. Obviamente,
que han de existir determinadas complicidades en estamentos del Estado para que
el negocio del narcotráfico, a través de la narcoeconomía, prospere. Agentes
policiales, militares y políticos conforman y configuran todo un entramado
societario para que el conjunto mafioso pueda articularse y alcanzar el éxito
con “cierta certidumbre”.
La democracia de papel en que vivimos, la mediocracia, hace
que la bastedad de los negocios del narcotráfico, transformados en la
narcoeconomía, se cuelen por todos los intersticios de la economía. Que la
economía real, la economía de burbuja, la economía subterránea (economía
oculta, informal, economía negra) encuentren su cauce.
Tanto el narcotráfico como la narcoeconomía producen como
corolario social los delitos de cuello blanco, empresariales y del Estado,
mediando la delincuencia política. Se produce una metamorfosis que tiene como
enclave la impostergable e inevitable necesidad de los narcotraficantes de
“lavar su riqueza”. Se transforman muchos de ellos en empresarios y desde el
Estado cooptan y capturan determinados funcionarios para viabilizar de manera
más eficiente, más expedita, todo el proceso y adentrarse en las comunidades:
en los tejidos de los distintos roles sociales, status y su simbología.
El narcotráfico y la narcoeconomía forman parte relevante,
crucial, del crimen organizado. Para Anthonny Giddens y Philip O. Sutton el
crimen organizado “Son ciertos tipos de actividades que presentan muchos rasgos
de los negocios convencionales, pero que se basan en transacciones ilegales. En
el crimen organizado se encuadra el contrabando, el juego ilegal, el tráfico de
drogas, la prostitución, el robo a gran escala y las formas de protección
mafiosa, entre otras actividades. Con frecuencia se basa en la violencia o en
la amenaza para llevar a cabo sus actividades”. En nuestro país con el peso tan
estentóreo de la economía subterránea (informal, oculta), el crimen organizado
tiene mayor eficiencia para el blanqueo de dinero. El lavado se hace más
expedito donde se maneja el dinero “líquido”. Verbigracia: bombas de gasolina,
bombas de gas, transporte, discotecas, restaurantes, propiedades inmobiliarias.
A partir de los años 90 del siglo pasado la “geometría
organizativa” del crimen organizado se transformó en nuestra sociedad. De ser
un país puente del narcotráfico se produjo un mercado y de ahí derivó el
microtráfico. Hoy, puede decirse, que parte significativa de la violencia es
una consecuencia de este, donde operan determinadas bandas que son los canales
de distribución para responder a la demanda.
En medio de una anomia institucional, de una involución de
la calidad de la democracia (2012-2020), era cuasi “natural” el auge del
narcotráfico y de la narcoeconomía. En el interregno 2000 2020 ,a lo largo de
esos 20 años, el narcotráfico creció de manera pavorosa. El crimen organizado y
la corrupción despiadada a partir del 2005 constituirían el matrimonio
perfecto. Allí donde existe una alta corrupción administrativa, como germen de
la acumulación originaria de capital, encuentra el crimen organizado mayores
espacios para su florecimiento. A más corrupción más debilidad del Estado. A
más Estado débil mayor corrupción y mejor penetración de la narcoeconomía y del
narcotráfico.
A partir de 2012 con mayor fortaleza, el narcotráfico
comienza a incidir en la política a través de tener candidatos, de apoyar
candidatos y en menor medida, de tener su propia gente en el Congreso. Una
inmensa mayoría de los congresistas no han sido tocados por el narcotráfico,
sin embargo, la narcoeconomía es abierta. El puente del dinero ha jugado un
rol, sino extraordinario, sí a tomar en cuenta para el análisis de tendencia
del peligro potencial a la democracia.
El costo de la política, la plutocracia y con la
desgarrante cleptocracia, la partidocracia se ha mancomunado con esos sectores
generando leyes y no aprobadas otras que vendrían a controlar y regular el
potencial del dinero ilícito. Prueba al canto: la Ley de Lavado 155-16 fue
desfigurada en el Congreso para evitar que los partidos políticos fueran
sujetos obligados. El Anteproyecto de Ley de Extinción de Dominio tiene
alrededor de 8 años y no la aprueban. Ahora, en el Código Penal, la Cámara de
Diputados quería pasar que los partidos no fueran sancionados penalmente cuando
hayan cometido un delito penal. Eso quiere decir que, aunque ni la
narcoeconomía ni el narcotráfico no han penetrado al Congreso, si ha logrado
cooptar a algunos y capturar parte de la política de ese órgano del Estado, en
lo que tiene que ver con leyes esenciales, vitales, contra la corrupción y el
crimen organizado.
La partidocracia es, a decir verdad, la más responsable.
Los partidos políticos como institución son hoy la cantera para que el dinero
fluya. ¡No hay debates de las ideas, de programas, de proyectos, de visión de
país! Plutocracia, dinero, se imponen. Por eso, son muy contados los
congresistas académicos, intelectuales, catedráticos universitarios, políticos
profesionales, representantes decentes de las comunidades. El dinero es el
único canal de la “persuasión”. En una sociedad de 48,000 kilómetros cuadrado y
10.7 millones de personas, donde nos conocemos todos, los partidos son los
agentes principales de este auge de la narcopolítica y del narcotráfico.
Aprovechando la situación de pobreza y vulnerabilidad de la
inmensa mayoría de la población, juegan en un día a dar algo material, en
especie o en dinero. Por eso vemos todavía esa ilegitimidad y perversidad de
los cofrecitos y barrilitos. Es como si quisieran crear una democracia lavada
en dinero. Nos falta estudiar como país la economía política de la
narcoeconomía, de la corrupción. Funcionarios públicos, intereses privados. Los
efectos del crimen organizado sobre el crecimiento, la inversión y el gasto público.
Lo que hay que subrayar es, como nos dice Alejandro
Gutiérrez en su libro Narcotráfico “El narcotráfico no atiende banderas
políticas. En todo caso, las utiliza para acrecentar su influencia”. Podemos
decir que todavía en nuestro país el narcotráfico no se ha constituido en un
poder fáctico. En el plano de la narcoeconomía tiene un peso que no se ha
cuantificado por ser en gran medida una economía sumergida, revestida de un
testaferrismo sin par donde se ocultan los actores y accionistas verdaderos.
Difícil de descifrar objetivamente, sin embargo, tiene un peso en el PIB
dominicano de: 3%…5%… 7%…, no lo sabemos.
Todavía tenemos tiempo de evitar que la política y la
delincuencia organizada se matrimonien. Están en la fase de noviazgo tenue. Nos
encontramos sí con un fuerte componente de lavado de dinero. Falcón es una red
delictiva que se define como nos diría las Naciones Unidas contra la
Delincuencia Transnacional “un grupo estructurado de tres o más personas que
exista durante una cantidad de tempo estable y que actúe concertadamente con el
propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos tipificados con miras a
obtener directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de
orden material”.
Falcón es narcotráfico, narcoeconomía, financiamiento
ilícito de campañas políticas, lavado de dinero, sobornos, tráfico de
influencia; tipos penales que forman parte del crimen organizado. El periódico
El Nacional escribió que el dinero involucrado en Falcón ronda los RD$50,000
mil millones de pesos (“$50 mil millones en bienes ocupados en operación
Falcón, incluyen 12 gasolineras, tres condominios en Santiago, tres dealers,
apartamentos y villas en Punta Cana y SD, 20 vehículos de alta gama y otros
bienes”.). Nos dice Edgar Buscaglia en su libro Lavado de Dinero y Corrupción
política que “el lavado o blanqueo de dinero, es decir, capitales, activos o
recursos de procedencia ilícita, es el tipo penal que engloba el intento de
legitimar capitales sucios e integrarlos a la economía legal…”.
Tenemos que decir que esta partidocracia nuestra comienza a
perfilarse que la corrupción, en sus más diversas dimensiones, confluye en el
peldaño de la delincuencia organizada por sus resultados y el daño infligido a
las instituciones y por ende a la sociedad. Es obvio que el crimen organizado
tiene como soporte facilitador la pobreza, la desigualdad, la enorme exclusión
social, el desempleo y la penosa condición material de existencia en nuestra
sociedad. Nuestra partidocracia trasnochada no puede ni debe politizar las
luchas contra el narcotráfico, la narcopolítica, la narcoeconomía y el crimen
organizado. Deben pautar, reflexionar, repensar y reencaminarse en su accionar
y reclutamiento de los actores políticos. ¡Como nos advierte John Bailey en su
libro Crimen e Impunidad “La política es poder y decisión”!
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