La investigación con psilocibina, éxtasis, ayahuasca y otras sustancias psicodélicas muestra resultados muy prometedores frente a la depresión y otros trastornos mentales. La clave está en el cambio de paradigma terapéutico que se abre.
Las sustancias psicodélicas
(LSD, ayahuasca, éxtasis, ketamina, psilocibina…) suponen, en opinión de muchos
psicoterapeutas, una revolución en ciernes que abre la
puerta a un nuevo paradigma para el manejo de trastornos mentales como la depresión,
el síndrome
de estrés postraumático, la ansiedad y
las adicciones.
Su potencial se empezó a
investigar en los años 50, pero su uso con fines recreativos, ligado
sobre todo al movimiento contracultural en los Estados Unidos de los años 60,
llevó a prohibirlas. A partir de los años 90 volvieron a los laboratorios
científicos, principalmente europeos, y en la actualidad viven un boom de
proporciones nunca vistas, con infinidad de investigaciones abiertas
en algunos de los centros más prestigiosos en ambas orillas del Atlántico.
Estos son algunos ejemplos de
tratamientos psicodélicos que cuentan, hasta la fecha, con una mayor
acumulación de evidencia en investigación:
- Ayahuasca para la adicción al alcohol.
- MDMA (éxtasis) para el estrés
postraumático.
- Psilocibina para la depresión.
- Ketamina para la depresión.
De momento, la terapia
con ketamina es la única comercializada; el resto permanece en distintas
fases de investigación, pero ya hay estudios en fase III, que es la última
antes de la aprobación definitiva.
Una alternativa frente a la
depresión
¿Por qué se buscan
alternativas para trastornos tan prevalentes como la depresión? Para algunos
científicos, los fármacos antidepresivos clásicos no resultan en absoluto
eficaces. Este es el parecer de José
Carlos Bouso, psicólogo, doctor en farmacología y director científico
de la Fundación Iceers. “Cada vez hay más pruebas de que los antidepresivos se
comportan igual que un placebo y de los problemas a largo plazo de muchos otros
medicamentos psiquiátricos”, asegura.
Sin llegar a ser tan
rotunda, Matilde
Elices, psicóloga e investigadora del Hospital del Mar, cree que,
aunque “estos fármacos son eficaces para muchos pacientes, la depresión es un
trastorno recurrente” en hasta el 50% de los casos. Ante este panorama, y sobre
todo “en los pacientes resistentes a los tratamientos antidepresivos de primera
línea, necesitamos encontrar alternativas porque sabemos que lo que
tenemos no funciona demasiado bien”.
Los antidepresivos clásicos se
dirigen a las causas biológicas de la depresión, mientras que los psicodélicos
pretenden abordar el problema de una forma diferente, teniendo en cuenta que en
las enfermedades mentales influyen otros elementos. De hecho, los
tratamientos surgidos a partir de este nuevo paradigma reciben la denominación
de terapias asistidas con psicodélicos. “Lo que inducen estas sustancias es
una experiencia psicológica en la que las personas pueden trabajar sobre los
problemas que les conciernen”, expone Bouso.
Cómo es la experiencia
psicodélica
El grupo de Elices ha
participado en el ensayo clínico más amplio realizado hasta la fecha para
tratar la depresión con psilocibina, que es el principal
principio activo de los hongos psilocibios, también llamados hongos
mágicos. Han participado 233 pacientes, en los que se compararon tres dosis
de psilocibina: 25 miligramos, 10 miligramos o 1 miligramo. “Comprobamos que
los pacientes que recibían la dosis más alta se beneficiaban mucho más”,
resalta la psicóloga. La sesión en la que se administra el psicodélico es el
centro del tratamiento, pero también se desarrollan sesiones previas de
preparación y posteriores, denominadas de integración.
Sesiones de preparación
En las sesiones de
preparación, que se llevan a cabo días o semanas antes de la experiencia con
psilocibina, se explica al paciente cómo va a ser la vivencia desde el
punto de vista emocional y cómo puede ayudarle personalmente. “Conocemos al
paciente y nos conoce, le enseñamos algunos ejercicios de relajación que le
pueden ayudar si aparecen síntomas de ansiedad y practicamos algo que se llama
el enraizamiento, que es una forma de dar la mano para que sienta que estamos
ahí”, explica Elices. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los
participantes nunca han probado un psicodélico, por lo que pueden enfrentarse
al tratamiento con cierto miedo. Pero tampoco conviene, según Elices, que se
generen demasiadas expectativas sobre los resultados: “Cuanto más abierta se
muestre la persona ante la sesión, más fructífera será”.
Sesión principal
La experiencia psicodélica en
la que se administra la sustancia dura unas seis horas y su intensidad “es muy
variable, dependiendo de la dosis y de la persona”, indica la
investigadora. Se lleva a cabo en un contexto cuidadosamente preparado, en el
que lo fundamental es la relación terapéutica, es decir, quién acompaña al
paciente, así como el lugar en el que se realiza. Lo ideal es que la sala tenga
un aspecto lo menos hospitalario posible: acogedora, con luz tenue, una cama
cómoda… Este último mueble es esencial porque el paciente suele permanecer
tumbado, con un antifaz y unos auriculares con una lista de reproducción de
música que le va a acompañar durante toda la sesión. “La intención es
que sea una experiencia de introspección”, revela Elices. Dentro de la
habitación hay dos terapeutas, a ser posible un hombre y una mujer. Cuando
finaliza la sesión, los efectos de la psilocibina se han pasado completamente y
el paciente regresa a su domicilio en perfectas condiciones.
El contenido de la
experiencia, de ese estado alterado de la conciencia, varía mucho de un
paciente a otro, pero habitualmente tiene un carácter muy personal y
biográfico. “Con frecuencia aparecen recuerdos, cosas que han pasado hace
tiempo y el paciente revisita”, señala Elices.
El director científico de la
fundación Iceers explica que la experiencia psicológica que proporcionan los
psicodélicos suele ser muy intensa y en muchas ocasiones no es placentera. Los
efectos de la administración de éxtasis en individuos con estrés postraumático
ilustran muy bien esa forma de acercarse a la propia enfermedad de una forma
diferente. “La MDMA sitúa a las personas en un estado de relajación, de
ausencia de miedo, en la que pueden enfrentarse a sus recuerdos traumáticos,
a esos sentimientos que tienen bloqueados en su vida cotidiana”, relata el
experto. “De ese modo pueden volver a tener el control de sus emociones”.
Sesiones posteriores a la
experiencia
Un día después de la sesión
principal comienza la llamada fase de integración, que se prolongará durante
otras dos sesiones en las siguientes semanas. El objetivo es “integrar
la experiencia dentro de la propia historia del paciente y de su entendimiento
de la depresión”. La psicóloga explica que quienes participaron en el
ensayo clínico eran personas que ya habían probado varios tratamientos frente a
la depresión, por lo que “habitualmente tienen una carga bastante importante
relacionada con la enfermedad y muchas veces se produce una suerte de
inflexibilidad cognitiva que hace que sea muy difícil que puedan pensar o
generar soluciones diferentes para su problema”.
La idea es que la
psilocibina destape “algunos de los canales bloqueados y
posibilite pensar acerca del estado de ánimo, la depresión o las conductas de
una forma diferente. Y eso es lo que hacemos en lo que llamamos la
integración”.
Fármacos útiles, pero no la
panacea
Los fármacos psicodélicos
tienen un buen perfil de toxicidad (en los ensayos clínicos
no se han apreciado efectos adversos graves) y múltiples ventajas, como su
rapidez de acción. Por ejemplo, la ketamina empieza a hacer efecto frente a la
depresión en la primera semana, mientras que los antidepresivos tradicionales
tardan varias semanas.
Sin embargo, los trastornos
mentales son muy complejos y frente a ellos no existen las balas
mágicas. En palabras de Bouso, “estos fármacos tienen su utilidad, pero
mientras no empecemos a poner la mirada en los determinantes sociales y
culturales de la salud mental, no vamos a solucionar nada”.
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