Por: Maria Fatima Seppi Vinuales
La generosidad ilimitada puede estar vinculada con
inseguridades o baja autoestima. ¿Por qué puede ser perjudicial? En este
espacio lo debatimos.
Saber poner límites a la generosidad es importante para
establecer vínculos sanos. Hay quienes por naturaleza suelen «darlo
todo» en sus relaciones; desde cuidados hasta regalos o la simple
disposición de estar ahí siempre. Pero, ¿cuándo se vuelve perjudicial? ¿En qué
momento hay que poner freno?
Lo cierto de todo es que hay muchas situaciones en las que
hay que saber decir «no» para no comprometer el bienestar propio. Ser generosos
todo el tiempo puede conducir a que los demás se aprovechen o no asuman sus
responsabilidades. ¿Quieres saber más al respecto? Sigue la lectura.
¿Por qué es importante poner límites a tu
generosidad?
Poner límites a la generosidad también implica resguardar y
cuidar la relación. Para que un vínculo funcione y se sostenga en el tiempo,
debe ser justo; las personas implicadas deben sentir que dan y reciben lo
mismo, y no que una de ellas se esfuerza y da de manera continua,
mientras que la contraparte solo está en posición de recibir.
Por otro lado, esto tiene que ver con una cuestión de
autocuidado y autorespeto. Es decir, aprender a tender la mano y ayudar a otros
sin que eso signifique exigirse o comprometer el propio bienestar. Regularse en
la generosidad y hacerse respetar hace parte de las habilidades
sociales, tan necesarias para la salud mental.
Asimismo, el hecho de poder decir «no» también
tiene que ver con la responsabilidad. Cada quien debe ser el propio
capitán de su vida. Eso no quiere decir que no podamos buscar un «copiloto» en
ciertas ocasiones.
No obstante, hacerse cargo de las decisiones y no depender
de la generosidad de los demás también forma parte del crecimiento.
Algunas claves para poner límites a tu
generosidad
La generosidad es una virtud que
puede contribuir al establecimiento de buenas relaciones, tanto personales como
laborables. Sin embargo, mal utilizada puede derivar sentimientos de
frustración o enojo. Por eso, conviene poner en práctica algunas
recomendaciones para ponerle límite siempre que sea necesario.
No personalizar la ayuda
Quizás en un principio te parezca que eres la única persona
que puede ofrecer ayuda, y que si no lo haces tú, nadie lo hará. Sin embargo,
esto no es cierto.
Elegir hasta dónde puedes ayudar
Si te sientes a gusto ayudando, está bien. Si está en tu
esencia hacerlo, no intentes cambiarla. Pero lo cierto es que tampoco
puedes intentar resolver la vida de todas las personas que te rodean. No
te hace bien ni a ti, ni a tu entorno.
En cambio, lo que puedes intentar es ofrecer tu apoyo, pero
también dejar un margen de acción para que el otro también se active. O bien,
sugerir a que lo hable o intente con alguien más. En definitiva, se trata de
colaborar y no de cargarse con una mochila que no te pertenece.
Aprender a ver la generosidad como una
elección, no como una obligación
Es importante que sepas que puedes decir que sí y que no;
la generosidad debe ser espontánea y fluida. Cuando sientes que «te acorrala»
como en un callejón sin salida, es porque es impuesta. En ese caso, es
necesario que te escuches y puedas decidir hasta dónde eres capaz de dar y
seguir.
Aceptar que no siempre vas a dejar conforme a
todo el mundo
Complacer a los demás nunca debe ser una opción. No todos
siempre quedarán conformes, pero está bien. Poner límites también implica que
habrá quienes se molesten o no puedan aceptarlo.
Aprender a aceptar y pedir
Muchas veces, quienes se caracterizan por ser demasiado
generosos se quedan a mitad camino al momento de pedir
ayuda o de aceptar detalles de las demás personas. En este
sentido, hay que aprender a reconocer el tiempo y el esfuerzo que se
dedica a otros, y que es bueno que la balanza se nivele entre el dar y
recibir.
Evitar siempre decir que sí
Hay que ser conscientes de que cada persona tiene su propia
vida, sus planes y sus compromisos. Por eso, en muchas ocasiones es mejor decir
que «no» y priorizarse.
La «hiper» generosidad, ¿para qué?
Para quienes practican la generosidad sin límites también
es hora de preguntarse para qué lo hacen. En muchos casos, ese patrón
es el compañero de una baja autoestima, de la inseguridad, de la
complacencia o de la búsqueda de aceptación y reconocimiento por parte de
otros.
Entendida de esta manera, es perjudicial tanto para uno
mismo como para los vínculos que se quieren forjar. Mientras que se ignoran los
deseos y necesidades propias, las relaciones se vuelven interesadas y carecen
de reciprocidad.
Ahora bien, toda esta situación puede conducir a
comparaciones —«no dan como yo doy»— o a falsas expectativas —«ahora
doy para recibir después»—; pero cuando eso no sucede, se va generando
frustración y hasta rencor.
En última instancia, ser demasiado generosos puede ser la
manera de ser el centro de atención. Es decir, implica cierto egocentrismo que conduce a actuar de tal modo.
Fuente:
https://mejorconsalud.as.com/
0 Comentarios