Artículo de opinión
Por Yamire Hernández Castillo
El aprendizaje no es un espectáculo pasivo
Las
Buenas Prácticas Pedagógicas (BPP) son mucho más que un conjunto de
actividades; son un cambio de paradigma. Se definen por estrategias dinámicas,
creativas e innovadoras que convierten el aula en laboratorio activo,
propiciando en los estudiantes los conocimientos claros, precisos y, lo que es
más importante, una experiencia de aprendizaje que les sirve para la vida.
Esta
visión no es nueva, pero es urgente. Como bien lo resumió Benjamín Franklin:
“Dime
y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.”
Esta frase subraya la importancia capital de la participación. Sólo a través de
la inmersión se logra un aprendizaje profundo, significativo y que fomenta la
verdadera competencia.
Compromiso
ético del docente
El
rol del docente se transforma en el de facilitador, donde el estudiante es el
verdadero protagonista. Las BPP demandan una visión más práctica y un
compromiso ético que va más allá de la simple planificación. Exigen dedicación
de tiempo, una planificación meticulosa, el uso efectivo de recursos (incluida
las herramientas digitales innovadoras) y una retroalimentación continua que
promueva el trabajo en equipo, el pensamiento crítico y el aprendizaje
colaborativo, atendiendo siempre a la diversidad.
Sin
embargo, este compromiso se enfrenta a un verdadero muro de retos en el día a
día.
El
verdadero reto, obstáculos y sobrecarga
Las
Buenas Prácticas Pedagógicas exigen un
esfuerzo que a menudo choca con la
realidad, la falta de recursos adecuados, la sobrecarga de tareas
administrativas, la necesidad constante de formación continua y el complejo
manejo de las herramientas tecnológicas. A esto se suma la urgencia de integrar la
evaluación continua, la promoción de la creatividad y la dimensión
socioemocional de los estudiantes. Son factores que, en conjunto, limitan y
ponen lento este proceso transformador.
Avancemos
con lo que tenemos
Asumir
este reto significa avanzar. Que las limitaciones de recursos o tiempo no nos
paralicen, sino que nos obliguen a ser más creativos.
Para
empezar esta revolución, el docente debe enfocarse en los cimientos: conocer e
interactuar con los estudiantes con confianza, fomentar la participación (oral
y escrita), proporcionar retroalimentación efectiva y establecer objetivos
claros que tomen en cuenta los diferentes estilos de aprendizaje.
La
renovación de la enseñanza es un camino de pequeños pasos, donde cada logro por
mínimo que sea debe ser celebrado. La clave está en la intención: usar lo que
tenemos para lograr la transformación que nuestras aulas merecen.
Nota
de autor:
Yamire
Hernández Castillo
Coordinadora
pedagógica, más de 20 años en la docencia, maestra contratada en la Cátedra de
Letras Básica de la Universidad Autónoma de Santo Domingo UASD, tutora Programa
Nacional de Inducción Docentes de Nuevo Ingreso, Facilitadora Proyecto en
Valores Dominicana se Transforma.
Licenciada
en Educación, Mención Filosofía y Letras, Magister en Lingüística Aplicada a la
Enseñanza de la Lengua Española.
Mi
trabajo se concentra en acompañamiento a la practica pedagógica.
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