Leemos -y escuchamos- distintos matices de ese
elemento de seducción y gancho de memorias e historias
Somos cuerpo, pero tal vez y más que todo, somos voz. Si
el ser humano es un compendio de tonos, vibraciones y modulaciones, quizás no
somos tan mortales como pensamos.
Está aquella voz que tuvimos
de niños, la que tenemos hoy, con la que reímos, lloramos, seducimos, ganamos y
perdemos, y la que tendremos al final cuando nos despidamos.
Con la voz nos enamoramos,
perseguimos eso que buscamos, agarramos y soltamos amores y desamores. Es que
en las vivencias que nos unen pese a nuestras diferencias, una voz puede ser la
responsable de llevarnos a un lugar que hace que algo cambie emocional o
físicamente en uno. Así como sucede en la película Her de Spike Jonze.
¿Pero qué es Her sino una gran
metáfora de la soledad, la tecnología y las redes sociales como las capitanas
de nuestras vidas gracias a esa voz femenina que ofrece un retrato visceral de
las ansias colectivas?
En la cinta, Theodore Twombly
(Joaquin Phoenix) enfrenta un proceso de divorcio que lo deja con unos huecos
afectivos que encuentran en un sistema operativo, en la voz de una máquina
(Scarlett Johansson), el amor. Pero para que tal amor ocurra, todo empieza en
la voz de Samantha, la voz que armoniza lo más sexual con lo más inocente y
tierno.
“La atención sobre la voz y el
significado al que nos remite comienza desde el vientre materno con la voz de
la madre. La voz marca, por otro lado, tu nacimiento, el momento en que sabes
que estás vivo porque lloras, de la misma manera que antes de morir das tu
última palabra. Toda la vida ese significante y referente de la voz te
acompaña”, dice Mirla Méndez Solano, directora asociada y catedrática auxiliar
del departamento de psicología de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río
Piedras.
Entonces, en este 14 de
febrero -la fecha que en el calendario de unos equivale a fanfarria, alegría,
peluches, flores y chocolates mientras para otros supone desánimo, apatía o una
prueba rotunda del consumismo- el amor, el deseo y todas sus secuelas reclaman
protagonismo en las conversaciones externas e internas que se suscitarán. En
ellas o en cualquier día de ese territorio del amor y el deseo, la voz es
esencia y protagonista.
Tonos y colores
Un estudio del Albright
College, de Pennsylvania, que se publicó en el Journal of Nonverbal Behaviour,
revela que ambos sexos emplean un tono de voz más bajo y un mayor nivel de
excitación fisiológica al dirigirse a su objetivo, como indica la nota que sacó
en 2010 WebMD sobre la investigación.
Bajar el tono de voz para
entrever la atracción, señalaron los investigadores, puede ser un
comportamiento que parte de los estereotipos culturales que se proyectan a
través de los medios de comunicación.
“Cuando una mujer baja el tono
de su voz puede ser percibido como su intento de lucir más seductora o
atractiva, y por lo tanto sirve como una señal de su interés romántico”, apuntó
una profesora de psicología de la universidad donde se desarrolló dicho
estudio, Susan Hughes.
Con los tonos de voz creamos
ilusiones y desilusión en igual medida y la realidad es que no le hablamos
igual a un niño que a un amante, un familiar o amigo, o al jefe, por ejemplo.
“El sonido de la voz de alguien puede afectar lo que pensamos de ellos”, afirmó
en esa línea Jillian O’Connor, una de las autoras de un estudio publicado en la
revista Personality and Individual Differences que analizó el vínculo de la voz
y las relaciones.
Se trata de un planteamiento
que en el amor o en la cotidianidad se puede entender muy bien porque un tono
permite que el interlocutor pueda percibir buen ánimo, coraje, decepción,
cansancio o ilusión.
Ocurre en la ficción también,
así como en Her, porque al fin y al cabo, como recuerda el crítico de teatro
Javier del Valle, la voz en la actuación es esencial en el entrenamiento del
actor.
“En los estudios de la
utilización de la voz, de dicción, hablamos del tono, de intenciones, de
matices, porque la voz te puede dar distintos colores. Hay actores, en la
radionovela, por ejemplo, que con su voz pueden enamorar, que puedes odiar o te
pueden hacer dudar. No estamos hablando de voces bonitas necesariamente sino de
la capacidad de interpretación”, explica Del Valle.
La voz ideal
Pero, ¿acaso hay algo que
construya la voz ideal? Tal vez, como otros rubros de la vida, las
subjetividades pueden dirigirnos a una respuesta. La delicada, la grave, la divertida
pero aguda, o la voz que parece salirse de su cuerpo para caminar por sí misma
por el vigor que se desprende de ella.
Según el actor y director José
Félix Gómez, uno de los histriones que tiene a la voz como uno de los elementos
insignia de su trabajo, varios aspectos hacen que ese sonido se torne difícil
de olvidar.
“El timbre de la voz es único
en cada persona, pero más allá del timbre, es la melodía que se le imparte a
ese instrumento. Luego está el intelecto, el ser, la interpretación que se pretende
alcanzar. Hay voces que, sin duda, poseen unos timbres que tienen un mayor
alcance, que calan más en el espíritu de otra persona”, comenta Gómez quien
compara la melodía de la voz con la canción que se produce con un instrumento.
“La voz tiene personalidad,
carácter, brillo, tono, volumen y color. Los cantantes, por ejemplo, tienen
algo más allá del tono y del timbre, que es el color. Hay voces que tienen
colores particulares, hasta se pueden degradar”, ilustra Méndez, por su parte,
al citar casos como el tenor y la mezzosoprano, si hablamos en clave musical.
A nivel cotidiano, la voz como
ese aspecto identitario que nos distingue de otros revela, como apunta Méndez,
estados de ánimo que van desde la exaltación, emoción, miedo, alegría, amor,
angustia y hasta decepción.
Por ello es que en la
actuación, como plantea Del Valle, un actor sabe emplear su voz -aparte de la
utilización de su cuerpo- para construir al personaje, sus circunstancias e
intenciones.
“Como cuando se tiene un arma
en la mano, el que sabe utilizar su voz reconoce específicamente el momento en
el que va a aumentar o bajar el tono, o la sílaba, la palabra o la frase en la
que aumentará el dinamismo con que habla, de la misma manera en que sabe cuándo
va a dar la estocada”, acota.
A través de la ficción o en la
más absoluta cotidianidad, una voz puede seducir y causar un impacto que en
muchos casos no tiene fecha de expiración. “Ay, aquella voz”, dice alguien
cuando recuerda a un novio del pasado, del que todo se ha ido excepto su voz.
“¡Te puedes enamorar por una
voz! Cuando no existía el chateo había gente que se enamoraba de la voz y
cuando se veían... porque creas este personaje”, señala Méndez quien, a nivel
del impacto que puede tener una voz, se acuerda de una comparación que hiciera
el escritor Julio Cortázar, esa voz que el mundo recordó el pasado miércoles
cuando se cumplieron treinta años de su muerte.
“En una de sus clases,
Cortázar compara el cuento y la novela con la fotografía y el cine, y cómo el
cuentista tiene que crear un impacto en pocas páginas mientras el novelista
debe mantener a la gente pegada a través de esas páginas. La voz es como el
texto leído donde el lector puede crear los ambientes, es el mundo de lo
sugerido”, sostiene Méndez.
José Félix Gómez discute que
esas voces que tienen esa cariz de algo único, inolvidable, tienen aparte de
todo “la forma y los recursos para poder llegar a esa persona”. Son las maneras
que alguien tiene de llegar a las emociones, los vínculos y otras palabras del vocabulario
del amor y sus distintas manifestaciones. De igual modo, como subraya, una gran
voz puede tener un determinado estado anímico o momentos que provoquen que no
resuene o no tenga el alcance deseado.
Méndez finaliza con una
reflexión de que en estos tiempos a veces enajenantes, a veces apabullantes,
“se ha perdido la capacidad de escuchar” pues no hablamos lo suficiente. Pero
ahí queda la voz, expectante por sonar con su magia, y los estímulos y efectos
que nos produce cuando se prende y recobra sus colores.
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