NUEVA YORK._ No se puede decir que
fue amor a primera vista, pero sí al primer tacto. El es ciego y ella también.
Pero a pesar de la limitación física, Ignacio Vargas, nativo de Vicente Noble,
un municipio de Barahona al Sur de la República Dominicana
y la boricua María Vargas, de 61 y 49 años de edad respectivamente viven un
ardiente amor como cualquier pareja de novios o esposos normales.
Ignacio, perdió la vista al sufrir
de glaucoma crónica en su natal República Dominicana y por su situación
económica y las limitaciones médicas de su país, quedó completamente ciego
cuando tenía 18 años de edad.
Dijo que fue muy traumático, pero
siempre mantuvo la esperanza, aunque le angustiaba pensar que tendría que
pasarse toda la vida sentado frente a su casa, bajo las compasivas miradas de
vecinos y transeúntes.
Con 31 años de edad, sus padres,
Juan y Serpia lograron traerlo a Nueva York y un mes después, Ignacio se
inscribió en la
Escuela Católica Guía para Ciegos, donde aprendió a leer y escribir
con el sistema Bradley, diseñado para los no videntes.
A los tres meses, el dominicano
podía andar por toda la ciudad solo. En República Dominicano, no pudo avanzar
del séptimo curso de la primaria.
Dijo que cuando consiguió la
independencia en la escuela de Nueva York, fue como si hubiera vuelto a ver.
Durante dos décadas, trabajó como
empleado en una empacadora de productos en Queens y luego se retiró. Ahora es
un jubilado.
María, nació en Eloísa (Puerto
Rico) y tras sufrir de retinitis pigmentosa, a los cuatro años de
edad ya estaba comenzando a perder la vista.
Pero logró graduarse de bachiller,
porque la pérdida de su visión fue gradual. Con siete años, llegó a Nueva York
junto a su madre, estableciéndose en Brooklyn.
En un intento por esconder su
ceguera cuando joven, hacía uso de su privilegiada memoria. Cuando entró al
noveno curso, la pizarra y los exámenes se le esfumaban de la vista y decidió,
frustrada, no continuar los estudios.
Relata que le daba vergüenza que la
gente supiera que era ciega, pero al cabo de algún tiempo, la estrategia no le
funcionó y dijo lo que estaba ocurriendo con sus ojos.
En 1985, la inscribieron en la
escuela judía para ciegos, donde aceptó su ceguera. Narra que le huía a su
primero bastón que ahora es su mejor amigo.
Aida Rivera, amiga del dominicano,
sirvió de "enlace" para que la pareja se conociera telefónicamente.
Posteriormente se reunieron en Manhattan, donde Ignacio se le dijo que estaba
enamorado y quería casarse con ella.
En los dos primeros meses, caminaban
agarrados de manos por las calles, visitan con frecuencia un restaurante de la
cadena Caridad en la calle 191, donde degustaban camarones guisados. Tienen un
hijo llamado Jordan que no heredó la ceguera de los padres y sobresale por
inteligente con apenas 5 años de edad.
Hoy, día de San Valentín, el
dominicano y la puertorriqueña ciega siguen viviendo su ardiente amor de primer
contacto y lo celebrarán en el mismo restaurant de su preferencia.
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