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Cuando Mateo empezó a amar la cultura

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YLONKA NACIDIT PERDOMO

Investigadora
Hoy tengo una historia literaria que contar: Es la historia de Mateo Morrison cuando empezó a amar la cultura.
El amor a la cultura llegó a Mateo en la soledad de la ciudad, en su recorrido por los ritos de la sombra;  le sorprendió  como un ébano idílico que, de costumbre, no ocupa horarios ni mapas que se entrecrucen en un espacio limitado; vino en la intemporalidad de la metáfora  con una sucesión de múltiples interrogantes.

Estaba Mateo, entonces, obstinado en abrir una ventana, en socorrer a las hojas de un cuaderno con un texto lanzado a la sonrisa,  para llenar  su corazón de una perenne epopeya.
Era joven Mateo, y tenía voz poética vibrante, potente. Era Mateo mirando, signando, la distancia de los mitos, y repensando las tendencias y las ideologías.
Lo encontré, lo descubrí; coincidimos en una tarde en que también soñaba con ser poeta; participé de su taller, de su  libertad, de su flexibilidad, de su apadrinamiento desinteresado, de su amistad genuinamente cálida, y de su dirección crítica capté los rasgos de su infantil adultez; participé de su buen sentido de la formalidad, de su gestión cultural exitosa y de su inmensa tarea –muy prodigiosa-, de darnos a los jóvenes de la generación  del 80, las claves de la escritura plural.
Mateo MorrisonMateo Morrison forjó a la generación de poetas del 80; fue tolerante con nuestras heredades existenciales, con nuestros descansos académicos, y las múltiples horas de ocio en el Paraninfo de Humanidades; Mateo nos abrió suSuplemento  Aquí a las “Nuevas Voces”, y nos tuvo como sus hijos creativos.
¿Por qué contar esta historia de Mateo? Pienso que es para situar su legitimidad como un promotor cultural sin fronteras.
Soy una de esas “Seis Mujeres Poetas” que  “debutaron” Al iniciar la primavera” del 87, y quizás  es necesario recordar con emoción esos años.
Mateo Morrison ha amado a la cultura como ha amado también a la democracia; él democratizó la cultura desde la UASD con una vitalidad fresca y renaciente.  No era él sólo un revolucionario, sino, además,  un artista de vanguardia.  Era,  sencillamente,  un ser excepcional cargado de esperanzas,  sin un balance de prebendas materiales, porque la época en que lo conocimos era un arquetipo  sutil de rompecabezas  lleno  de ideas, acción, ideologías y compromiso.
Mateo tuvo desde siempre un aprendizaje asombroso para amar a la cultura, que en buen sentido es  amar a la gente. Nadie ignora sus largas fatigas recorriendo los lugares  donde la gente necesita despertar a la libertad.  Nadie olvida su tránsito por los pueblos, por los polvorientos caminos del sur, con los bolsillos llenos sólo de besos,  amistad y poesía.
Pero nadie olvida que la cultura de estos últimos cuarenta  años le tiene reservado un lugar de honor inmenso, una cima que no tiene rivalidad alguna con nadie por su sencillez y elocuente bondad. Esta tarde es una muestra de las innumerables palabras que  pudiera  decir o escribir para hablarles del infatigable Mateo Morrison.
Mateo es un héroe de la cultura, un héroe dominado por su afán de servir; un héroe que tiene el privilegio de confluir y coincidir como contemporáneo eterno con  las más recientes  generaciones de escritores que a final de siglo XX y principios del XXI, quisieran cambiar el curso de la complejidad de nuestro destino como nación a través de la poesía. ¿Acaso,  Mateo, el “ser” dominicano tiene aún una oportunidad de alcanzar la línea del horizonte de la igualdad y de la justicia social?
¿Qué piensas de esta sociedad aglutinada en los paradigmas políticos de la simulación y el desamparo existencial?  ¿Hay acaso algún fin histórico común para los espacios culturales?
… Y para concluir con mis palabras, sólo me resta preguntarte: ¿Mateo, amigo poeta, aceptas celebrar tu cumpleaños número 68 en el Café Literario en complicidad y como una reverente  fiesta de la cultura?”.

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