Por: BERNARDO
VEGA
Hasta
la semana pasada la frase que encabeza este artículo era considerada sabiduría
convencional entre los que opinaban sobre política en la Argentina. Pero este
domingo 15 pasado los candidatos presidenciales Macri y Scioli, en un debate
muy civilizado y de gran altura, por primera vez en la historia de ese país
expusieron a los votantes sus ideas y, más importante aún, se interpelaron
mutuamente.
Más de
la mitad de los argentinos los escucharon. Escribimos estas líneas antes de
conocerse el resultado del voto de antes de ayer. Según las encuestas previas
al debate Macri llevaba una delantera. El que estaba mejor optó pues, para
debatir.
Estos
intercambios entre candidatos presidenciales tan comunes en Estados Unidos
(¿recuerdan al sudoroso Nixon?) también han llegado a prevalecer en
Centroamérica, en Honduras en el 2013, en Costa Rica, El Salvador y Panamá en
el 2014 y este año en Guatemala. Allí han sido auspiciados tanto por organismos
del sector privado como por universidades. Algunos que estaban mejor, mejoraron
con el debate, otros empeoraron. Algunos que estaban abajo subieron y otros se
hundieron más. En fin, que los cambios en los posicionamientos resultantes de
debates no son predecibles.
¿Se
van a quedar República Dominicana y Haití como los únicos países de la región
cuyos candidatos no aceptan ir a debates electorales? ¿Por qué estos debates
nunca han tenido lugar entre nosotros?
Cuando en las elecciones de 1962 Viriato Fiallo enfrentó a Juan Bosch, este último, excelente orador, donde evidenció sus cualidades fue en el debate, pero no contra Fiallo, sino contra el padre Láutico García, el cual ganó rotundamente.
Cuando en las elecciones de 1962 Viriato Fiallo enfrentó a Juan Bosch, este último, excelente orador, donde evidenció sus cualidades fue en el debate, pero no contra Fiallo, sino contra el padre Láutico García, el cual ganó rotundamente.
Yo
mismo decidí esa noche votar por don Juan. En 1966, con las tropas
norteamericanas en el país, no había ambiente para un debate verbal, con
trasfondo de tiroteos. Entre 1970 y 1994 ese extraordinario orador que fue
Joaquín Balaguer (en 1930 al discursear este joven a favor del candidato
Trujillo las masas gritaron: “¡Qué gallo que canta!”) rehusaba auspiciar
elecciones democráticas, como también rechazó participar en un debate electoral
con Antonio Guzmán en 1978. En 1982, con su visión ya muy afectada, Balaguer
tan sólo aceptó debatir por separado, Jorge Blanco apareciendo un día con su
familia y al siguiente Balaguer con una cacerola en la mano.
Balaguer
tampoco debatió con Jacobo Majluta en 1986 y menos aun en 1990, como tampoco en
1994 contra otro igualmente fogoso orador como lo fue José Francisco Peña
Gómez. En 1996 Leonel Fernández rehusó debatir con Peña Gómez, como tampoco lo
hizo Hipólito Mejía en el 2000 contra Danilo Medina. Leonel Fernández, quien se
consideraba muy superior intelectualmente a los otros candidatos tampoco
debatió en el 2006 o en el 2008 y todos sabemos que en el 2012 tampoco hubo
debate.
¿Se
romperá el maleficio y tendremos debates antes de mayo próximo entre Medina,
Abinader y los otros, o seguiremos siendo el único país de la región donde se
vota sin debates y sólo en base a “spots” publicitarios y caravaneos?
El que
luce estar mejor posicionado es el presidente Medina. Si se mantiene la
sabiduría convencional “el que está mejor no debate”, Medina rehusará hacerlo,
más cuando sus silencios han devenido en un tema importante en las críticas
electorales hacia su gobierno. Luce, pues, que tendremos que esperar hasta el
2020.
Se me
ocurre proponer algo que aseguraría ese debate: que se modifique la ley para
que los pagos que hace la Junta Central Electoral (JCE) a los partidos tan sólo
se inicien después de un primer debate. Si no nos hablan y se critican entre
ellos públicamente, nada de plata de nosotros los contribuyentes y votantes.
“El votante, unido, nunca será vencido”.
“El votante, unido, nunca será vencido”.
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