Por: JUAN T H
El transfuguismo “forma parte del descenso de los
niveles éticos y estéticos en la política. Cambiarse de partido es un acto cada
vez más usual y rutinario. Se lo hace sin aflicción, sin remordimiento, sin
reproches de conciencia. Es parte del oportunismo político que campea con
desfachatez en la vida pública. Ciertos individuos suponen que el partido es
una suerte casa de cita en donde se puede dormir una noche y salir de ella al
día siguiente…”, afirma Rodrigo Borja en su Enciclopedia de la Política.
En la República Dominicana, como en muchos otros
países donde la política se ha degradado perdiendo su valor ético y moral, el
transfuguismo se expresa, no en el cambio de idea sobre un tema cualquiera, a
lo que todos tenemos derecho, sino en prebendas y privilegios económicos.
Un tránsfuga es una especie de traidor que alquila,
presta o vende sus ideas o simpatías políticas en busca de beneficios
personales o grupales sin importarle las consecuencias, que en nuestro país son
nulas.
Los tránsfugas los encontramos en el Congreso,
diputados y senadores votando por proyectos y resoluciones contrarias a los de
sus respectivos partidos por el cofrecito, el barrilito y otras
prebendas. Los vemos también en los partidos durante las campañas
electorales. El dinero del presupuesto nacional fluye por debajo de la
mesa. El tránsfuga lo acepta sin ningún rubor y sale a la calle sin importarle
lo que digan los demás. Es un desvergonzado, descarado y vil que perdió –si
alguna vez los tuvo- sus valores morales.
El cambio de chaqueta, como le dicen en algunos
lugares al transfuguismo, es una práctica desleal que debilita el sistema de
partido y la democracia misma creando incertidumbre y desconfianza en la gente
provocando una abstención cada vez mayor durante las elecciones.
Un “chaquetero”, “oportunista” o “tránsfuga”
prostituye la política, la convierte en un estercolero o pocilga donde solo
caben ellos. Merecen el repudio de todos los ciudadanos decentes y honrados. El
pueblo debe odiarlos, considerarlos sus enemigos. Mantener una relación de
amistad con un tránsfuga, llamarlo por teléfono, estrechar su mano, es
complicidad. El tránsfuga merece aislamiento, repudio, odio, no aprecio ni
solidaridad. Un canalla, traidor, debe ser tratado como tal.
No estimulo, ni respaldo el transfuguismo de ningún
partido, esté en el gobierno o en la oposición. Esa práctica es perjudicial
para la democracia. El transfuguismo, venga de donde venga, es malo.
Durante más de 14 años un proyecto de ley de partidos
políticos ronda el Congreso que controla en su totalidad el Partido de la
Liberación Dominicana, en el poder 16 de los últimos 20 años. Para mantener la
compra de conciencias y de voluntades no le interesa la ley de partidos. El PLD
no quiere controles. Al PRD, convertido en letrina política, tampoco.
A pesar de la instancia de la sociedad civil, los medios
de comunicación y de los partidos de oposición, el gobierno no aprueba la ley
para lo cual no requiere de nadie más. Tiene la fuerza en el Congreso para
conocer y promulgar la ley, como hizo con el proyecto reeleccionista, que en 24
horas se aprobó.
¿Cuánto vale un tránsfuga? Depende de su cotización en
el mercado de las pulgas y las garrapatas de los partidos. Depende de su nombre
y de la posición jerárquica que ocupe en tal o cual partido a la hora de
venderle su conciencia y su alma al peor postor. ¡Al Diablo!
(Nadie se le vende al mejor postor. En materia de
transfuguismo no existe “el mejor postor”, siempre es al peor, sea quien sea,
del gobierno o de la oposición)
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