Me cuento entre los que irán a Santiago este
domingo para acompañar a los cibaeños en el nuevo capítulo de la lucha contra
la corrupción y la impunidad que cada día se fortalece con la incorporación de
los más variados segmentos de la población dominicana.
Después de tantos años escuchando que predicábamos
en el desierto los que enarbolábamos la necesidad de una reacción colectiva
frente a los niveles de descomposición social generados por la corrupción e
impunidad, que se reproducen en delincuencia, arriba, por abajo y en todas las
direcciones, tenemos que celebrar el sacudimiento que se produce actualmente en
la conciencia social de los dominicanos.
Es muy alentador comprobar que las nuevas
generaciones, especialmente de las clases medias más conscientes y menos
dependientes de la ignorancia, las migajas del reparto y del temor, se están
levantando para exigir un reordenamiento de este terruño, que es el único lugar
donde no seremos nunca extranjeros, y porque las puertas de la emigración se
están cerrando progresivamente.
Hay que repetirlo una vez más: ya no podremos enviar al exterior los dos
millones de dominicanos que emigraron en el último medio siglo; ya Estados
Unidos no volverá a otorgar residencia a un millón 305 mil dominicanos, como
ocurrió entre el 1970 y el 2015, y la inseguridad no podrá ser contenida si no
comenzamos una gran batida contra el robo del patrimonio colectivo, que al
exhibirse impunemente se convierte en un patrón cultural de vida y un incentivo
para que cualquiera salga a “buscarse lo suyo” sin respetar la menor normativa.
El ritmo ascendente en que se mantiene la demanda de poner fin a la
impunidad es indiscutible y ya lo perciben hasta los mayores beneficiarios de
la corrupción que por lo mismo hacen mayores esfuerzos por estigmatizar la
movilización social, atribuyéndola a intereses empresariales y otorgándole un
carácter sedicioso. Intentan intimidar con la amenaza de soltar paleros, pero
saben que ese intento de remedio podría alimentar exponencialmente la llama
verde que recorre el país.
Por otro lado, hay quienes apuestan al cansancio, a que el movimiento se
frustre, incluso meten cuñas tratando de alentar posiciones irreflexivas que
puedan espantar a los sectores menos acostumbrados a las luchas
político-sociales. Sobre esto tienen que mantenerse alerta los líderes y
voceros de la movilización. Su multiplicidad, variedad y espontaneidad, es su
fuerza y al mismo tiempo su peligro.
La presión social por la sanción de los últimos escándalos de corrupción
-OISOE, Tucanos, Odebrecht, CORDE, CEA- no puede cesar y todavía espera la
incorporación de muchos ciudadanos y ciudadanas. La ausencia de respuestas
gubernamentales y judiciales se basa en que el tiempo los beneficia. Pero eso mismo
determina que hasta los más conservadores estén llegando a la convicción de que
sólo elevando la presión se logrará alguna sanción. Y sobre todo que se
generarán las reformas políticas e institucionales para poner límite a la
malversación y a la putrefacción de la política.
Odebrecht tiene que marcar un punto de inflexión. La República
Dominicana fue -proporcionalmente- el mayor escenario del escándalo de
corrupción internacional más sonado de la historia, incluyendo a Brasil. Y sin
este, que fue el exportador de los sobornos, el país registró 56 por ciento
sobre el promedio de los otros diez países involucrados.
Ya lo escribió el miércoles en El Nacional el profesor del periodismo
santiagués Carlos Manuel Estrella: “El Movimiento Verde hará historia en Santiago
este 26 (hoy) en acción ciudadana por el fin de la impunidad. ¡Caminemos por la
salud de la patria! Aunque llueva, como está pronosticado. La lluvia no paró ni
redujo el movimiento de la marcha verde el 5 de marzo en Puerto Plata.
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