«No hables más sobre ello, no lo pienses más:
la crisis de hoy es el chiste de mañana». Cuando el presente es sombrío, el
futuro es siempre un lugar tentador donde ir a calmar las ansiedades, una
promesa de consuelo para muchos, como la invocada por el escritor H.G. Wells en
labios de uno de sus personajes.
Sin embargo, saltar de la literatura a la vida puede ser difícil,
especialmente cuando azota una crisis económica y tienes que comenzar tu andadura
laboral.
Cuando la economía se enferma, los periódicos y las
televisiones se llenan de gráficos de curvas y barras. El resumen que nos
hacemos casi todos es inmediato: cuando esas líneas rojas van hacia abajo, es
que vienen años duros; cuando suben con colores verdes, lo peor ha pasado. Y
por el medio, el que más o el que menos se habrá dejado algunos pelos en la
gatera. Pero la vida sigue, pensamos.
Pero la vida no sigue. Al menos, no igual para
todos: no para los jóvenes. Las generaciones que comienzan a trabajar en
tiempos de recesión quedan dañadas incluso cuando la crisis termina, algunos de
por vida, advierten los expertos.
Y pronto los televisores van a volverse a llenar de líneas
y barras. Rojas. La crisis sanitaria incuba (y manifiesta ya) una nueva
crisis mundial. La segunda en una década para una generación atrapada
entre ellas (los millennials, nacidos entre 1981 y 1993) y otra que
va a recoger su testigo: la generación Z (de 1994 a 2010), que ya teme ser
conocida como la Generación Covid.
Algunas generaciones quedan atrapadas en sus comienzos laborales: acaban siendo demasiado inexpertos y demasiado mayores.
La trampa vital
«Muchas de las personas que entran en el mercado de trabajo
durante una crisis no sólo sufren un mayor riesgo de desempleo e
infraempleo durante ese periodo, sino que se ven lastradas en su
porvenir. Esa caída transitoria de ingresos tiene una alta probabilidad de
tener efectos permanentes», advierte Ignacio González, investigador y profesor
de Economía de la American University (Washington D.C, EE.UU).
González le explica a BBC Mundo cómo es esa trampa vital.
Primero llega el daño: la crisis económica, y la
competencia por los escasos puestos de trabajo es feroz, especialmente si se
genera mucho desempleo persistente.
Y los jóvenes comienzan a escuchar argumentos repetidos.
Primero es: «No te contrato porque no tienes
experiencia suficiente».
Con el paso del tiempo eso se convierte en: «No te contrato
porque tienes espacios en blanco en tu CV».
Y cuando acaba la recesión, pasa a ser: «No te contrato
porque, en realidad, puedo tener a alguien más joven con la misma
experiencia«.
De alguna manera, ya están marcados: acaban de convertirse
en perfiles inexpertos para puestos acordes a los de su edad y candidatos
demasiado mayores para competir con los nuevos jóvenes por esos puestos
iniciáticos y de escaso salario.
Y como toda maldición, va acompañada de su profecía.
«A partir de ahí, es muy probable que sus carreras
laborales acaben caracterizándose por trabajos intermitentes o de
escasa calidad, sufriendo una caída de ingresos que condiciona toda su
vida», sentencia González.
«Estas personas acumulan menos riqueza (ahorros), tienen
dificultades para acceder a la vivienda en propiedad (su escaso ahorro se va en
el alquiler y tampoco les van a dar un crédito por su discontinuo historial
laboral) y, en general, ven truncados sus planes de vida y de formación
de familia, con todos los problemas psicológicos que van asociados a ello»,
explica el economista de la American University.
Si se te cierra la puerta al mercado laboral al principio, los planes de vida quedan condicionados para siempre porque es un momento clave, advierten los expertos.
Pobreza, divorcios y vidas sin hijos: la generación que ya
estuvo allí
«¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha
sido hecho? Lo mismo que se hará; y no hay nada nuevo bajo el sol» (Eclesiastés
1:9).
A su manera, la ciencia económica sigue la misma
lógica que ese proverbio bíblico. Cuando un economista te habla de lo que
va a pasar en el futuro, suele tener su cabeza en el pasado: en la evidencia
acumulada.
Para conformar parte de esa evidencia, los académicos
Hannes Schwandt y Till M. von Wachter (Northwestern University y Universidad de
UCLA, EEUU) bucearon, en un estudio reciente, por los registros estadísticos de
EEUU para seguir la vida de cuatro millones de estadounidenses que
saltaron al mercado laboral durante la crisis de 1982.
Como si fueran fantasmas de Cuento de Navidad de
Dickens, los agarraron de la mano y revisitaron los nervios de sus primeras
experiencias laborales, anotaron sus salarios, se colaron en sus momentos
felices (compra de vivienda, bodas, niños) y pasaron por sus días aciagos
(divorcios y alcohol, enfermedades, depresiones, etc.) hasta llegar con ellos a
la vejez e, incluso, al final de sus vidas.
Y entonces compararon sus trayectorias con las generaciones
colindantes a ellos cuya andadura comenzó en tiempos mejores.
Poco más de un año de recesión -comenzó en julio de 1981 y terminó en noviembre de 1982, según la Reserva Federal- provocó que aquellos desafortunados jóvenes acumularan unas pérdidas de ingresos media de un 9% solo en los primeros 10 o 15 años, según los cálculos de von Wachter, siendo peor para los trabajadores con menos formación.
En de 1982 tuvo menos matrimonios, más divorcios y menos hijos.
Esto significa que sus pérdidas en ese periodo de más de
una década pudieron oscilar entre los 19.000 y los 36.000 dólares (a precios
actuales), según su investigación.
Pero no solo eso, al llegar al corte de edad de 50-55 años
habían tenido menos matrimonios y, al mismo tiempo, sufrido más
divorcios. Y sus posibilidades de tener un hijo también fueron inferiores a
las de las otras generaciones.
Muertes por desesperación
El deterioro de su vida también llegó a su salud, desgrana
la investigación.
Su esperanza de vida se había recortado de seis
a nueve meses respecto a la media esperada. El efecto que
tuvo la crisis fue de «una muerte adicional cada 10.000 personas por cada punto
porcentual de aumento en la tasa de desempleo» en sus inicios laborales.
«Estos aumentos de la mortalidad derivaban principalmente
de enfermedades relacionadas con conductas poco saludables como fumar, beber y
mala alimentación. En particular, descubrimos un riesgo significativamente
mayor de muerte por sobredosis de drogas y otras conocidas como ‘muertes por
desesperación’ (suicidios y deterioro por adicciones)», explica Schwandt.
La crisis desaparece y los daños permanecen. 16
meses sobre toda una vida. La histéresis de nuevo, en todo su esplendor.
«El desempleo suele asociarse con problemas
relacionados con la salud mental», le explica a BBC Mundo.
«Depresión, ansiedad… el miedo a no poder ganarse la vida
influye, pero no solo: el trabajo es una plataforma de contactos sociales y de
autoestima», reflexiona.
Urbanos-Garrido cuenta como al principio de encontrarse en
una situación de desempleo, la salud general puede incluso mejorar, pero poco a
poco la sensación de angustia va creciendo y, para muchos, la falta de
empleo acaba siendo una obsesión que va quitándole color e
importancia al resto de la vida, incluida la salud.
«Al principio, el estrés desciende al tener más tiempo
libre y se benefician de no sufrir enfermedades relacionadas con el trabajo
-como los accidentes-; pero a medida que la situación de desempleo se alarga su
estado se va deteriorando en forma de ansiedad, consumo de alcohol, de
tabaco, obesidad y mala alimentación en general… se va descuidando,
pero el individuo sigue reportando que su salud es buena. Sus pensamientos
están en su situación laboral y lo demás no lo considera un problema», explica.
También advierte de que no es irrelevante el momento de
sufrir el desempleo: «Si el problema no es individual, sino una situación
general de crisis, los problemas mentales se agravan», cuenta.
Como si se tratara de un contagio de
desesperanza para el que no hay mascarillas.
¿Es ya el destino de la generación millenial y la
generación covid?
Fernando tiene pareja y un niño de dos años. Fernando ha
sido conductor de autobús, vigilante de seguridad y albañil, a veces (muchas)
en la economía informal. Fernando y su familia se fueron a vivir hace un año
con sus padres a Soria (España) porque perdió su trabajo y sus ahorros no eran
suficientes. Fernando, 34 años, ni siquiera se llama Fernando porque no quiere
que aparezca su verdadero nombre en este reportaje de BBC Mundo. Dice que siente
vergüenza.
«Fíjate tú, vergüenza, con lo joven que empecé a trabajar.
Pero me ocurre», dice.
Marta Vegas García es
también española. Más joven, 23 años. Es ingeniera biomédica y además tiene un
máster. Hace una semana publicaba una llamada si no de auxilio, sí de incredulidad en
su cuenta de Linkedin:
«Actualizo mi CV, no hay respuesta; adapto mi CV
dependiendo de la posición a la que aplico: no hay respuesta; contacto con
empresas y trato de ser proactiva […]. No hay respuesta. Me siento
invisible».
«No se nos valora», le dice Vegas a BBC Mundo. «Vemos
frustrados nuestros sueños y nuestro futuro», se lamenta, y aunque asume que la
crisis sanitaria influye, no parece muy convencida de que sea el único motivo.
«Coincidimos todos -dice refiriéndose a sus amigos-, vemos
imposible la emancipación, acceder a una vivienda y no digamos ya formar
algún día una familia».
He ahí el hilo que une la Gran Recesión de 2008 y la crisis
de la covid-19 en 2020. A dos desconocidos como Fernando y a Marta. Uno, millennial;
la otra, de la generación Z.
No están solos.
Parecen representar los sentimientos de muchos de sus coetáneos.
Los jóvenes tienen muchos problemas para acceder a una vivienda en propiedad, según muestran los datos. Y la covid va a empeorar la situación.
Basta con escribir en el buscador de alguna red
social «A mi edad, mis padres…« y los mensajes se repiten en
varios idiomas:
«A mi edad, mis padres tenían trabajo y casa, yo solo tengo
ansiedad».
«A mi edad mi padre tenía dos hijos, casa, trabajo fijo,
coche y varios años cotizados. Yo no tengo nada de eso».
«A mi edad, mi padre tenía cotizados 10 años y yo vivo de
trabajos precarios y en una habitación».
Y algunos aún ni se imaginaban que llegaría la crisis del
coronavirus.
El coronavirus, ¿la puntilla?
«Yo creo que el bicho este ha sido la puntilla para nuestra
generación», dice Fernando refiriéndose al coronavirus.
Su intuición es buena. «Hay un número notable de
trabajadores que, como consecuencia de haber sufrido desempleo en la anterior
crisis y no haberse consolidado en un puesto de trabajo, también lo
están sufriendo en ésta», observa Ignacio González, de la American University.
«Hay mercados laborales, como el español, que nunca
llegaron a recuperarse completamente, por lo que iniciamos esta crisis con unos
niveles de desempleo muy altos», señala.
Es decir, está hablando de vidas con problemas desde
hace una década.
Así, si la crisis de 1982 tuvo efectos en las vidas de
aquellos jóvenes, ¿qué se puede esperar de la de 2008, definida por el Fondo
Monetario Internacional como «el colapso económico y financiero más grave desde
la Gran Depresión de la década de 1930»?
¿O en esta del coronavirus, que el Banco Mundial prevé que
el PIB se contraiga más del doble que en la anterior?
Algunos expertos ya ven algunos daños en la vida de
los millennials, que se pueden apreciar haciendo una especie de
gira mundial por el desastre.
Las condiciones de trabajo de los ‘millennial’ en muchos países de Europa son peores que las que tenía la generación anterior a su edad.
En Europa, su desempleo y precariedad laboral eran
ya mayores antes de la crisis de la covid-19, que los sufridos por la
generación que los precede cuando tenían su misma edad (véase gráfico
superior), según un informe del centro de investigación CaixaBank Research.
En EEUU, la riqueza neta mediana (activos financieros e
inmobiliarios menos las deudas) de los millennials de entre 25
y 34 años (en 2016) es un 60% inferior que la que disponía un joven de la
generación X cuando se hallaba en la misma franja de edad, según el citado
informe.
En España, los datos son aún más sangrantes: su riqueza
mediana es de 3.000 euros, frente a los 63.400 euros de los que
disponían entonces sus homólogos de la generación anterior.
Y la vivienda, claro. El número de millennials con vivienda
propia en EE.UU. es 8 puntos porcentuales menor, según el centro de
investigación The Urban Institute. Peor en España: un 44% frente al
65% de la generación X (CaixaBank Research). Y en Reino Unido, un tercio de
ellos nunca podrá permitirse una vivienda, según el think tank Resolution
Foundation.
En América Latina la crisis de 2008 pasó
de puntillas, pues la región se encontraba en un momento de creciente
prosperidad. Y, sin embargo, «el porcentaje de latinoamericanos que
declararon no tener suficiente dinero para procurarse una vivienda creció en
casi 20 puntos entre 2012 y 2019 hasta alcanzar un alarmante 40%», según un
informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Además, esta vez la crisis no va a pasar de largo: tras los
confinamientos, cerca del 65% de los hogares más pobres de la región había
sufrido al menos una pérdida de empleo entre los miembros de la familia, de
acuerdo al mismo organismo.
Y el BID señala: más de un millón de estudiantes dejarán
los estudios debido a la pandemia, con la consiguiente pérdida de poder
adquisitivo en el futuro.
Pie de foto,Es la primera generación desilusionada con la democracia a nivel mundial, según una encuesta de la Universidad de Cambridge.
Algunos estudios pronostican el daño para las nuevas
generaciones en US$10 billones a nivel mundial por este
motivo, como señala el instituto Brookings, con sede en Washington.
Y hasta el Foro Económico Mundial ve peligrar sus pensiones
para el año 2050, cuando llegue la edad de retiro para ellos, debido a su
escaso ahorro.
¿Se puede hacer algo?
Llegados a este punto, ¿se puede hacer algo para
detener esa aparente cuesta abajo de la generación millennial y
sus sucesores?
«Hay mucho margen para mejorar la respuesta», afirma el
economista Ignacio González desde Washington D.C.
«En este contexto de estrés financiero para muchas
familias, es fundamental diseñar políticas públicas que garanticen el acceso a
una vivienda asequible y establecer mecanismos de transferencias de
rentas desvinculados del historial laboral, como las rentas mínimas.En
materia laboral, el objetivo sería evitar que la precariedad laboral y la caída
de ingresos que sufren muchas personas durante la crisis se cronifiquen y, por
supuesto, que eso no condicione a la baja sus futuras pensiones», explica.
«Los afectados en estas generaciones, con dos crisis
consecutivas, lo van a tener difícil sino se habilitan mecanismos de
redistribución, tanto intrageneracional (de ricos a pobres dentro de una misma
generación) como intergeneracional», zanja.
La profesora Urbanos-Garrido, de la Universidad
Complutense, concuerda en las medidas de transferencias de rentas, y
añade: «Los sistemas de salud también deberían adaptarse para
atender los crecientes problemas mentales que, probablemente, se van a repetir
en la presente crisis».
No parece muy claro que estas generaciones tengan esperanza
en recibir alguna ayuda.
Una reciente encuesta realizada por la Universidad de
Cambridge a casi cinco millones de personas reveló que los jóvenes de 18 a 34
años son los más desilusionados con el funcionamiento de la democracia.
«Esta es la primera generación de la que se tiene memoria
en la que una mayoría global se muestra insatisfecha [en esa franja de edad]
con la forma en que funciona la democracia», alerta Roberto Foa, autor
principal del informe.
Una llamada de auxilio o quizá un grito de advertencia.
Fuente BBC Mundo
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