Existe una relación entre el uso problemático de la tecnología y la salud mental en la población infanto-juvenil, con un menor bienestar emocional y mayores tasas de depresión. Psiquiatras y psicólogos consideran que la vigilancia por parte de los padres y educadores es insuficiente.
María R. Lagoa
“Existe un boom de malestar emocional en nuestros jóvenes”, asevera Abigail Huertas, portavoz de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y Adolescente (AEPNyA), quien habla de un origen multifactorial: “Con la pandemia se ha incrementado el consumo de estas tecnologías, han disminuido sus relaciones presenciales, en algunos casos han surgido problemas económicos en las familias o han perdido algún ser querido”. Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, psiquiatras y psicólogos advierten de las consecuencias del uso y abuso de los dispositivos de pantallas en la población más joven.
Ignacio Civeira,
responsable del primer centro integral y público de prevención e investigación
en adicciones comportamentales, en el Hospital Gregorio Marañón, también alude
a un conjunto de causas y a las características propias de la edad que convierten
a los adolescentes en individuos más vulnerables. Factores neurobiológicos
(tiene que madurar el lóbulo prefrontal, que se encarga de controlar los
impulsos), externos como los familiares, internos (dificultades para
socializar, la impulsividad, la falta de motivación, el fracaso escolar o el
aislamiento) e incluso genéticos. Pero no duda de la relación con un mal uso de
redes sociales y videojuegos: “Un uso excesivo o adictivo se asocia con la
posibilidad de depresión,
cuadros de ansiedad,
dificultades académicas y sociales. Ya existen estudios que lo relacionan con
el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, y trastornos obsesivo
compulsivos”.
Precisamente cuando estábamos
inmersos en la pandemia de la Covid-19, Unicef España, la Universidad de Santiago
de Compostela y el Consejo General de Colegios de Ingeniería Informática
pusieron en marcha un estudio para hacer un diagnóstico del uso e
impacto en la adolescencia de internet, las redes sociales y, por
extensión, de las tecnologías para la relación, la información y la
comunicación (TRIC). Participaron 265 centros educativos de todo el país, lo
que supuso disponer de una muestra de casi 50.000 adolescentes de entre 11 y 18
años de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO).
Las conclusiones son
reveladoras de una realidad que coloca al conjunto de la sociedad frente a un
desafío trascendental, que es un uso responsable de la tecnología,
especialmente por los más jóvenes. Es un objetivo perfectamente viable,
según Dafne Cataluña,
psicóloga y fundadora del Instituto Europeo de Psicología Positiva: “Las
tecnologías han venido para quedarse y tienen muchos beneficios si aprendemos a
relacionarnos con ellas de forma equilibrada”.
La práctica totalidad de los adolescentes
que cursan ESO (94,8%) dispone de teléfono móvil con conexión a internet,
dispositivo al que accede a los 10,96 años, por término medio. El 59,4%
acostumbra a dormir con el móvil en su habitación y el 21,6% lo usa más tarde
de las 12 de la madrugada, triplicándose en esos casos las tasas de
sexting, de ciberacoso, contacto con desconocidos o apuestas online. Un 31,6%
invierte más de 5 horas diarias en el uso de internet y las redes sociales,
porcentaje que asciende hasta un 49,6% el fin de semana.
Un porcentaje muy alto (98,5%)
está registrado al menos en una red social y otro igualmente elevado (83,5%) en
tres o más. Un 61,5% reconoce además que posee más de una cuenta o perfil
dentro de una misma red social (un perfil blanco para los progenitores o
público en general y otro más personal para relacionarse con los pares). Las
redes sociales de mayor aceptación son Instagram (con un 79,9% de usuarios) y
TikTok (con un 75,3%), aunque en este apartado cabría incluir también a
YouTube (90,8%) y Twich (49,4%). El 99% hace uso de alguna aplicación de
mensajería, el 95% usa habitualmente WhatsApp y el 59,2% Direct. Más de
la mitad de los adolescentes utiliza las RRSS para hacer amigos y el 44,3% para
no sentirse solos.
En contraposición, llama la
atención el escaso nivel de supervisión que ejercen madres y padres, “no del
todo conscientes de su papel como modelo en el uso de las pantallas, de la
necesidad de acompañamiento y de establecer una buena higiene digital en el
hogar”. Sólo el 29,1% refiere que sus progenitores les ponen normas;
el 24% limitan las horas de uso y el 13,2% los contenidos a los que acceden. Un
36,7% informa de que sus padres acostumbran a utilizar el móvil en las comidas
y el establecimiento de normas y límites se reduce a la mitad en la segunda
etapa de ESO.
¿Uso problemático de internet
o adicción?
A pesar de que el uso
problemático de internet (UPI) aún no es considerado como una adicción por la
OMS, el estudio asegura que se está convirtiendo en un problema de salud
pública. El trabajo cifra en un 33% el porcentaje de estudiantes de ESO
que estaría comenzando a desarrollar un problema real con el uso de
internet y las redes sociales (más de 600.000 adolescentes). El porcentaje es
significativamente mayor entre las chicas y se incrementa a partir de los 14
años. “A pesar de no poder establecer relaciones de causalidad, es indudable la
asociación entre el UPI y la sintomatología depresiva en la población
infanto-juvenil, con tasas tres veces mayores de depresión grave o
moderadamente grave”, reza el informe de Unicef.
Al mismo tiempo, se constata
una correlación negativa entre el UPI y el bienestar emocional, la satisfacción
vital e incluso la integración social. Las tasas de una utilización
problemática son significativamente mayores entre aquellos cuyos progenitores
acostumbran a hacer uso del móvil durante las comidas y,
especialmente, entre los adolescentes que se conectan a partir de la
medianoche.
Cataluña señala que hay otros
estudios que indican que la mayor afectación se produce entre los 18 y 21 años
y cuando existe baja
autoestima: “Las personas con baja autoestima pueden engancharse a las
redes sociales con más facilidad”. Civeira añade que los varones se vuelcan
más en los videojuegos, siendo las escasas habilidades sociales, los
escasos recursos para afrontar situaciones que les provocan estrés, el mal
ejemplo de los padres, la impulsividad y las disfunciones ejecutivas, los
factores de riesgo. Las chicas tienden a tener más problemas con las
redes al buscar una satisfacción que no encuentran en su vida o una
sensación de reconocimiento.
Aunque Huertas insiste en que
no es la única causa en el aumento del malestar emocional de la población
infanto-juvenil, coincide en el papel que están ejerciendo las redes
sociales: “Hay un sufrimiento importante y el consumo de redes puede
estar perpetuándolo o favoreciéndolo. La adicción a videojuegos está más
documentada”. En su opinión, el consumo inadecuado de redes no es tanto una
conducta de adicción como una conducta de riesgo, que propicia contactos de
riesgo, acoso o exposición
del cuerpo: “Son un nicho de información perniciosa que muestra una
realidad postiza que puede hacer percibir como mala la propia realidad”. La
portavoz de la AEPNyA alerta sobre el acceso a redes cada vez más temprano: “No
están diseñadas para los menores. Es como si pones a un menor de edad a conducir
un coche deportivo”.
Las causas que pueden
desencadenar una adicción tiene que ver con el diseño de algunas herramientas
tecnológicas, dirigido a provocar impulsos dopaminérgicos en el sistema
nervioso central: “Es la respuesta y la gratificación inmediata. Los
chavales lo sienten como un refugio, se relacionan más fácil a través de las
pantallas, es más fácil no mostrar lo que o quieren, tiene que ver con las
dudas propias de la adolescencia”.
Pautas para un uso responsable
de las tecnologías
Existe coincidencia en el
mensaje final: se puede hacer una utilización saludable de las tecnologías
pero hay que trabajar desde la infancia poniendo límites. “El uso
responsable es posible, la clave es hacerlo desde la infancia poniendo límites,
evitando que nuestros hijos reciban solo sensaciones inmediatas y fomentando
todo aquello que viene del esfuerzo. Las tecnologías no pueden ser la
única fuente de ocio, hay que promover que hagan deporte y actividades
saludables”, enfatiza Civeira.
El acceso a redes requiere de
una supervisión de los progenitores, pero las administraciones y las
instituciones educativas también tienen responsabilidad: “La Administración
tiene que hacer que se cumplan los límites de edad legales para el acceso y
tiene que haber actividades extraescolares con propuestas deportivas y de ocio
alternativas”.
“Lo primero, primerísimo,
sería hacer el control parental, todos lo hemos escuchado pero pocos lo
hacemos, y es muy importante”, recomienda Cataluña, quien aboga por una
actitud restrictiva que fomente la autonomía: “Hay que hablar para hacer que
nuestros hijos piensen, activando un pensamiento crítico sobre las
consecuencias negativas que tiene un mal uso”. La psicóloga considera esencial
crear dentro del hogar espacios totalmente libres de tecnologías y evitar
utilizarlas como refuerzo positivo cuando el niño se porta bien.
Huertas subraya la importancia
de que los progenitores ofrezcan un ejemplo positivo y de que asuman la
obligación de educar a los adolescentes “porque les hemos colocado en una
posición vulnerable”. Deben pactar las condiciones: “Los aparatos no son
propiedad de los hijos, sino de las familias. Deben además hablar de lo que
significa su consumo; si detectan por ejemplo que han visto porno, preguntarles
por qué lo han hecho, cómo lo han conseguido, etc.”. Esta psiquiatra
desaconseja totalmente brindar estas herramientas a menores de 5 años y
sobre todo a niños de menos de dos años. El motivo es que está demostrado que
impacta en el neurodesarrollo del niño. Los colegios, por su parte, tienen que
educar en la gestión de emociones y en el uso de tecnología porque es un
problema emergente y las administraciones deben desplegar políticas sociales
destinadas a este fin.
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