Las relaciones sentimentales de los millennials y la generación Z se desarrollan en un mundo distinto. Caen viejos mitos y triunfa la libertad, pero las redes sociales, la hipersexualización o el individualismo añaden dificultades.
Cuando Alejandra de Pedro empezó a ejercer como psicóloga, pensó que en su consulta observaría grandes diferencias generacionales entre los adultos jóvenes y el resto de los adultos en las problemáticas de pareja. Para su sorpresa, muchas de las dificultades persistían, aunque con algunos matices.
La autora del libro Me
cuesta tanto olvidarte (La esfera de los libros, 2023) apunta que los
jóvenes siguen cayendo en los mismos patrones que los de más edad a pesar de
tener mucha más información, psicoeducación, las claves para saber cómo
identificar una relación
tóxica… “Lo cual nos indica que, a veces, la teoría no es suficiente,
sino que es más bien una cuestión emocional y los problemas emocionales son
siempre los mismos”, asegura.
Relaciones sentimentales en la
era de las redes sociales
Las redes sociales y las aplicaciones
de citas irrumpieron con fuerza en las relaciones amorosas y su
papel se ha consolidado. No se trata tanto de juzgar su influencia como de
valorar los aspectos que se pierden con un uso demasiado intensivo de la
tecnología, como puede ser el lenguaje no verbal. “Hay cosas que se pierden
y también hay capas de complejidad añadida porque todos los mensajes que
enviamos quedan en un registro constante y permanente”, resalta la
psicóloga. Si a alguien le han dejado y quiere entender la razón, puede repasar
y analizar esas conversaciones para intentar averiguar qué ha pasado. “Cosa que
nunca va a lograr porque puede que interprete una cosa y, en realidad, haya
pasado algo totalmente distinto”, apostilla. De este modo, se crea un caldo de
cultivo que puede contribuir a enredar y tergiversar aún más la situación.
Una de las habilidades más
importantes que se están perdiendo es la asertividad, es decir, “la capacidad
de decir cosas incómodas como, por ejemplo, ‘no me gustas,
¿te importa si quedamos como amigos?’”. La psicóloga explica las principales
razones de esta incapacidad: “Hay mucha ansiedad social y los jóvenes tenemos
mucha fobia a las conversaciones por teléfono y en persona. Preferimos
contestar algo muy escueto o, directamente, hacer ghosting y
no contestar”. El resultado es que la otra persona, aquella que es abandonada
de esta forma tan impersonal y con tan poca consideración, “lo va a vivir con
muchísima angustia”.
Pasar página en los tiempos
del ‘ghosting’
Pasar página después de una
relación nunca fue fácil. Sin embargo, ahora se añade una nueva dificultad:
el ghosting. Dejar a alguien de forma silenciosa, sin una
explicación y sin dar señales de vida, lleva a que incluso las relaciones que
no han sido demasiado profundas sean difíciles de olvidar. “Para pasar
página son necesarios los cierres, aunque sean simbólicos”, expone de
Pedro. “Hoy en día, muchos jóvenes, sobre todo en las relaciones más efímeras,
carecen de ese cierre porque desaparece sin más una persona con la que te has
acostado y has generado un vínculo”.
A lo anterior hay que añadir
que nos solemos empeñar en comprender a toda costa lo que ha pasado “y muchas
veces lo entendemos a base de machacarnos a nosotros mismos con lo que hemos
hecho mal o con lo que deberíamos haber hecho de forma muy distinta”. Asimismo, ejerce
una poderosa influencia la tendencia a “proyectar todo tipo de cosas en la otra
persona”. Más aún si la conocemos desde hace poco tiempo; ahí las
posibilidades de proyección son infinitas. Además, contamos con las redes
sociales y el recurso de repasar una y otra vez las conversaciones de whatsapp
buscando resquicios en una especie de bucle que no tiene fin.
¿Por qué somos tan negativos
en las relaciones?
La inseguridad en las
relaciones sentimentales y la inclinación a la negatividad son dos de los
elementos que se mantienen de generación en generación. ¿Por
qué tendemos a verlo todo tan negro y sufrimos tanto en las relaciones? La
psicóloga alude a la teoría del apego que, como su nombre indica, se basa en la
relación de apego durante la infancia con al menos uno de los cuidadores
principales. En función de esta relación se forman modelos internos y formas de
comportamiento que se mantienen a lo largo de la vida, condicionando también
las relaciones adultas.
En palabras de de Pedro,
cuando somos niños hay “una especie de alarma que se enciende cada vez que no
estamos en sintonía con nuestra figura de apego, ya sea nuestro padre, nuestra
madre u otro cuidador”. Con el paso del tiempo y una vez superada la infancia,
“esa misma alarma queda latente y se vuelve a activar en una relación de
pareja”. Y lo hace “cada vez que mi pareja no me comprende o cuando yo me
encuentro mal y mi pareja no lo está entendiendo”. Lo que varía son las
reacciones de cada persona ante esa alarma, aunque suelen ir en la misma
línea: hay quien tiene pensamientos muy negativos, otros evitan los
conflictos, algunas personas optan por atacar, otras por manipular… Y
siempre con el mismo objetivo, que es “volver a encontrarnos bien, pero como no
sabemos qué hacer con esa emoción de miedo e inseguridad, tendemos hacia ese
tipo de reacciones negativas”.
Mucha información emocional,
mala gestión de las emociones
Algo que distingue a
la generación Z y a la de los millennials es que disponen de mucha más
educación emocional y no les cuesta hablar de lo que les pasa y
mostrar abiertamente sus emociones. “Esto era impensable en generaciones
anteriores; si alguien decía que estaba pasando un mal momento se veía muy mal
y suponía un estigma”.
Los jóvenes de hoy saben
identificar mucho mejor las emociones positivas y negativas. “Los psicólogos ya
no tenemos que explicarles qué es la ansiedad”, resalta la psicólogo. Pero
ahora el problema es el contrario: “El total desenfreno, hacer caso a las
emociones por encima de todo, cuando tengo un impulso tengo que
satisfacerlo, cuando tengo una emoción negativa significa que tengo que dejar
mi relación…”. Ninguno de los dos extremos es bueno y, en definitiva,
“no se trata de reprimir, pero tampoco dejarnos llevar por ese malestar por
completo”. La solución pasa no tanto por controlar las emociones -”porque
controlar implica reprimir”- como por aprender a regularlas. “Los jóvenes de
hoy tienen muchas dificultades con la regulación de emociones. Las reconocen
mejor pero no saben qué hacer con ellas”.
Individualismo e
hipersexualización
El individualismo imperante es
otro de los factores que contribuye al fracaso de las relaciones sentimentales.
“Está genial que aboguemos por la independencia, por no tener que depender de
nadie”, aclara la psicóloga. Pero el valor que la sociedad otorga a los
atributos individualistas no aporta nada bueno a las relaciones. Hasta el
punto, según de Pedro, de “poner en un pedestal ciertos rasgos
psicopáticos”. Se ensalza de tal manera a los CEO de las empresas y
otras personas que supuestamente llegan muy lejos que se
pierde la valoración de las personas como seres sociales que dependen de otras
personas. “Tenemos muy desprestigiados los atributos que realmente nos permiten
sobrevivir”, concluye.
Tampoco contribuye a mejorar
las relaciones sociales y sentimentales la hipersexualización. De
Pedro valora muy positivamente que el sexo haya dejado de ser un tabú y que
queden lejos los tiempos de la represión. No obstante, el aumento de actos tan
abominables como las agresiones grupales revela que algo no va bien. “Yo creo
que es fruto
de la pornografía”, apunta. “Espero que pronto entre en vigor algún
tipo de regulación porque hay jóvenes que están expuestos a ella desde antes de
recibir información supervisada acerca del sexo”. Una de las consecuencias es
que las adolescentes sienten “muchísima presión por ser atractivas”, y otra que
“está mal visto querer una relación cerrada y amar a tu pareja”. Por supuesto,
el machismo también tiene mucho que ver con este estado de cosas.
¿Se puede mantener una
relación abierta sin volverse ‘loco’?
Muchas personas piensan que
los seres humanos somos monógamos o, como dice de Pedro, “monógamos en serie”,
lo que significa que vamos encadenando una relación sentimental tras otra. Sea
cierto o no desde el punto de vista evolutivo, la realidad es que cada
vez son más las parejas que deciden mantener relaciones
abiertas y muchas lo hacen de una forma muy ordenada y madura,
estableciendo desde el principio las condiciones: si se pueden mantener
relaciones sexuales con otra persona en el domicilio común, si la otra persona
puede ser un conocido…
Aun así, las relaciones abiertas
distan mucho de ser perfectas. La razón fundamental es que suponen una
complejidad añadida que, al final, es fuente de problemas. El mayor peligro,
según la psicóloga, es recurrir a ellas como si fueran un parche.
“Al igual que antes había parejas que entraban en crisis y decidían tener un
hijo porque pensaban que les volvería a unir, hoy en día hay jóvenes
que se sienten agobiados en la relación y su manera de solucionar el problema
es empezar una relación abierta”. Pero se trata, nuevamente, de un parche.
Por lo tanto, la única manera
de que una pareja abierta pueda funcionar es que se opte por ella como una
forma de relación que está alineada con los valores de las dos personas, pero
no como manera de solucionar posibles problemas sentimentales. En este sentido,
la psicóloga aprecia que muchos jóvenes forman parejas abiertas “de
manera muy consciente y con intenciones muy buenas y muy saludables”. El
problema es que con el tiempo se vuelven complicadas y surgen las
inseguridades.
¿Adiós a los mitos sobre el
amor romántico?
Los mitos sobre el amor
romántico han contribuido, tradicionalmente, a abonar la frustración. “Yo creo
que hay muchos mitos que se están deconstruyendo”, asevera la
experta. “La mayoría de personas con las que hablo no creen que haya una media
naranja o alguien esperándolos y son conscientes de que hay veces en las que
simplemente tienes que encontrar a la persona que te hace bien y que no
necesariamente va a ser el príncipe azul”.
Ahora bien, un mundo sin mitos
es prácticamente imposible. Unos se van y otros ocupan su lugar. “Sigue
habiendo muchos mensajes que nos hacen daño, como el que asegura que, si es la
persona con la que te vas a casar o la persona indicada para ti, no vas a
sentir ningún tipo de duda; lo vas a saber al 100% siempre”.
En la generación que ha
crecido con las redes sociales, la tendencia a la comparación genera mucho
sufrimiento. “Y además, a veces es una comparación artificial: me estoy
comparando con un vídeo que alguien ha hecho de su viaje, que ha
editado y le ha puesto música para que parezca mucho más emocionante de
lo que ha sido realmente”. Quien ve ese video en su casa se siente mal porque
no está acumulando esas experiencias.
Además, tras el tiempo perdido
durante la pandemia se vive “con mucha más angustia, mucha más prisa por
devorar anécdotas y personas”. Algo que se traslada a las relaciones, que
suponen la utilización de personas “como si fueran experiencias que
tenemos que acumular, más que personas con las que nos estamos vinculando”.
Al final, “es el consumismo trasladado a las relaciones”.
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