El control del hambre y la saciedad permite limitar la ingesta de alimentos y, con ello, evitar la obesidad. Conocer los mecanismos del organismo para regular el apetito ofrece pistas muy valiosas de cara al desarrollo de tratamientos.
El cuerpo humano posee
estrategias eficaces para limitar la ingesta de comida y, con ello, evitar el
aumento continuo de peso. El conocimiento de estos mecanismos es crucial para
el diseño de tratamientos para la obesidad. Sin embargo, dado que se trata de
un problema complejo y multifactorial, los avances no se producen con la
rapidez que sería deseable. Aun así, ya se conocen muchos de los secretos del
control del apetito.
Diversos estudios científicos han
demostrado que la regulación del hambre y la saciedad depende en gran medida de
una hormona, la leptina, que está alterada en las personas con obesidad.
Así funciona la leptina, hormona
del apetito
El descubrimiento de esta hormona
en los años 90 del siglo pasado avivó la búsqueda de terapias eficaces. No
obstante, pronto se moderaron las esperanzas. Así lo corrobora Sonia
Fernández-Veledo, investigadora del Instituto de Investigación Sanitaria Pere
Virgili (IIPSV), que forma parte, junto al CIBER de Diabetes y Enfermedades
Metabólicas (Ciberdem), del grupo de investigación en Diabetes y Enfermedades
Metabólicas Asociadas (Diamet), quien explica que “para el control del hambre y
de la saciedad, en nuestro organismo se producen de manera natural toda una
serie de hormonas y una de las más importantes es la leptina, que se produce
por la grasa”.
El hallazgo de que las células de
la grasa (los adipocitos) producen una hormona fue, en palabras de la
científica “un cambio absoluto de paradigma porque fue en ese momento cuando se
empezó a hablar de la grasa como un órgano endocrino y no solo de
almacenamiento de energía”. Nuestro organismo responde a la ingesta de
alimentos produciendo hormonas como la leptina, que “va al cerebro y manda la
señal de saciedad”. Por lo tanto, actúa como freno cuando ya se ha producido
una cantidad suficiente de ingesta calórica.
El descubrimiento de la función
de la leptina llevó, en un primer momento, a pensar en una aplicación
terapéutica directa: tratar a las personas con obesidad con esta hormona para
lograr que se sacien más fácilmente y, de esta manera, disminuyan su consumo de
alimentos. Pero pronto se descartó esta vía porque se observó que el mecanismo
de funcionamiento de la leptina está alterado cuando hay obesidad.
Es más, en estos casos se produce
un efecto que parece paradójico. “Los pacientes con obesidad producen muchísima
leptina”, señala Fernández-Veledo. Lo que sucede es que esta hormona deja de
promover la saciedad porque estos individuos desarrollan lo que se conoce como
resistencia a la leptina. “Es algo común a otras hormonas: cuando hay una
desregulación y hay hormonas que se producen en alta cantidad, el organismo se
vuelve sordo a ellas”.
Por eso, aunque tienen mucha
leptina, los obesos no se sacian fácilmente. Ante esta situación, el
tratamiento con leptina no tiene ningún sentido; lo que habría que hacer es
“intentar recuperar los sistemas que tiene nuestro organismo para controlar la
ingesta y el balance energético”.
En resumen, el cuerpo humano está
dotado de mecanismos que controlan la ingesta, el almacenamiento de energía y
el gasto energético, pero “cuando se instaura la obesidad, todos estos
mecanismos se alteran; entre ellos, la saciedad”, resalta la investigadora.
Todo ese entramado salta por los aires y esa es la razón por la que la primera
línea de tratamiento, basada en el ejercicio físico y la dieta, fracasa con
tanta frecuencia. Visto así, instar a personas que no se sacian fácilmente a
que reduzcan drásticamente su ingesta de comida no parece lo más lógico.
Objetivo: aumentar la saciedad de
las personas con obesidad
Partiendo de la base de que la
obesidad es multifactorial y es necesario diseñar distintos tratamientos que
cubran toda esa heterogeneidad, una de las estrategias que se están
investigando de forma más intensa es el desarrollo de fármacos que aumenten la
sensación de saciedad para reducir la ingesta calórica. “Es una línea
terapéutica que estoy convencida de que se explotará en los próximos años”,
asegura la científica.
Para ello, es necesario conocer a
fondo los mecanismos moleculares implicados, que es a lo que se dedica el grupo
de Fernández-Veledo. Recientemente, han demostrado un mecanismo que explica
cómo producen leptina las células de la grasa. El protagonista de sus últimos
estudios publicados es el succinato, que es un metabolito con múltiples
funciones. “Nuestra investigación ha supuesto un giro de 180 grados porque
descubrimos que el succinato, que tiene un receptor y que puede actuar
realmente como una hormona, juega un papel muy importante regulando la leptina
por parte de las células de la grasa”, resume la científica. Sus últimos
resultados se han publicado en la revista Cell Metabolism.
También han demostrado que los
pacientes con obesidad tienen este sistema hiperactivado, es decir, tienen
mucho más succinato y mucho más receptor del succinato en las células de la
grasa, “y esta es una de las razones por las cuales creemos que producen más
leptina”.
Este hallazgo del mecanismo por
el cual los adipocitos producen leptina podría convertirse, en un futuro, en
una diana terapéutica para la generación de fármacos. “Si conseguimos restaurar
este sistema al disminuir los niveles de succinato o bloquear el receptor en la
grasa, se produciría menos leptina y, de esta manera, podríamos recuperar la
susceptibilidad a la leptina en los pacientes con obesidad, es decir, recuperar
la función saciadora de la hormona”.
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