Llevar un ritmo de vida acelerado nos impide conectar con lo que sucede en el presente. No podemos disfrutar del hoy por pensar en el futuro.
Una agenda completa, realizar
una actividad pensando en la que sigue, en cómo prepararnos. Correr de un lado
para el otro; incluso, sentirnos culpables cuando nos decidimos a tomar un
tiempo libre, son síntomas de que llevas una vida acelerada. Es como si la
creencia de la productividad nos atravesara, dominando nuestro trabajo, pero
también nuestro ocio.
En este vertiginoso ritmo,
transcurre nuestra vida diaria. Sin embargo, vivir bajo presión y estrés genera
las condiciones propicias para la ansiedad, la depresión, entre otras
dificultades. Entonces, ¿cómo aprender a parar el ritmo? A continuación,
algunas recomendaciones para reducir la velocidad con la que llevamos nuestras
vidas.
¿Cómo bajar el ritmo de vida
acelerado? 5 cosas que puedes hacer
Imagina esta escena: caminar a
ritmo rápido hacia el trabajo, mientras vas bebiendo un café y enviando
mensajes de voz para organizar la oficina. ¿Notas algo extraño en esta
situación? Al parecer no, porque es la que vivimos a diario. Estamos
anestesiados frente a esta cotidianidad. Sin embargo, con el tiempo, nuestro
cuerpo y nuestro ánimo nos harán notar que el estrés prolongado no se lleva bien con la salud y la
calidad de vida.
Por eso, si buscas un cambio
en algunos aspectos, a continuación, encontrarás algunas recomendaciones para
poner en práctica una vida más tranquila:
1- Aprender a identificar
prioridades
Para poder reducir el ritmo acelerado de vida, es importante que podamos identificar
cuáles son las tareas que tenemos por delante y jerarquizarlas. Como
dice un refrán popular, «el que mucho abarca, poco aprieta», apelando a que es
mejor poder empezar y terminar una actividad que iniciar varias en simultáneo y
dejarlas a mitad de camino.
Algunas preguntas para
establecer prioridades pueden ser las siguientes:
- ¿esta tarea puede resolverse mañana?,
- ¿qué pasaría si dejo esta actividad para
más tarde?,
- ¿existen consecuencias significativas de
dejar esto para mañana?,
- ¿cuál es la urgencia de este asunto?,
¿alguien más depende de que realice esta actividad?
En general, las respuestas
pueden darte una nueva perspectiva de las cosas. Y es que no ocurre nada, por
ejemplo, cuando decides no responder un correo a las 11 de la noche.
2- Establecer límites
Tenemos que aprender a decir
que no y saber delegar o pedir ayuda. Muchas veces, el FOMO (fear
of missing out) nos lleva a decir que sí a todo, para no quedarnos afuera.
De este modo, estamos en todos lados, pero sin estar en realidad presentes, ya
que siempre nuestra cabeza termina un paso más adelante, pensando en lo que
sigue. Saber elegir es también aprender a darle valor a aquellos momentos en
donde nos interesa estar presentes en cuerpo, mente y corazón.
Algunas frases para practicar
límites de manera asertiva pueden ser:
- «Hoy no puedo ayudarte, pero me ofrezco
para hacerlo otro día»,
- «no puedo resolverlo en este momento, pero
podemos coordinarlo para otro momento»
3- Poner un nombre a ese
tiempo de descanso
Esta es una de las
recomendaciones de Robert Poynton, en su libro, «Pausa: no eres una lista de
tareas pendientes». Este autor menciona que muchas personas identifican el
sabbat o el domingo como un día de descanso. Pues bien, sugiere que podamos
ponerle un nombre, a ese momento que decidimos tomarnos para el descanso.
De esta manera, lo creamos
para que sea posible; por ejemplo, a través de rituales (darse un baño
de espuma, reservarse una tarde de masajes, etc.), y lo respetamos. Durante ese
descanso, las redes sociales deben quedar a un lado.
4- Introducir pausas a lo
largo del día
En vez de actuar en piloto
automático, tenemos que aprender a parar, a tomarnos un breve instante antes de
continuar con lo siguiente. Para hacerlo, podemos realizar algunos ejercicios de respiración o de estiramiento.
No es necesario que hagamos
pausas largas: por el contrario, pueden ser varias
durante el día, pero de menor duración. Los momentos de descanso nos ayudan a
enfocarnos, a prestar atención a otros aspectos de la vida, salirnos del
torrente sin fin de pensamientos.
Por último, existe una palabra
de origen sueco, «fika», que señala el momento de una pausa
para disfrutar de un café y que invita a tratar de recuperar un estilo de vida,
en donde hay un retorno a la simpleza, al descanso, a esas pequeñas cosas
diarias que nos hacen bien. Sea un café o 15 minutos de una canción que nos
gusta mucho, vale la pena desconectarse, durante breves momentos.
5- Realizar ejercicio físico
Es una de las formas más
completas de cuidarnos: liberamos el exceso de energía, cuidamos nuestro
cuerpo, fortalecemos nuestro sistema inmune. Sin lugar a dudas, la
sensación de bienestar que surge tras practicar algún deporte es
una forma de reducir el ritmo de vida acelerado.
Hacer más es tener mayor
ansiedad, más cansancio y menos disfrute
La sociedad en la que vivimos
considera que más es mejor. Así lo señala Poynton, en su
mencionado libro. Por eso, estamos presos del mandato de producir y de hacer.
Incluso, aplica con el tiempo libre: hay que exponer en las redes sociales que
estamos descansando, viendo una serie o que nos tomamos la tarde, para
hacer trekking.
Bajo este paradigma, es lógico
que estemos cansados, la mayoría del tiempo, y viviendo en un
ritmo estresante. Sin embargo, es importante tener en cuenta que esta
condición, además de traer ansiedad, tiene severas consecuencias sobre nuestra salud.
Desde erupciones o manchas en la piel, alteraciones a nivel endocrinológico
hasta otros cuadros más complejos como depresión.
Vale la pena detenerse y
pensar que correr para llegar antes, no siempre es mejor.
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