Uno de los clásicos del verano es la tripa hinchada. Los hábitos que adoptamos en vacaciones y los alimentos que ingerimos favorecen las digestiones pesadas y la distensión abdominal. Diego Prado, dietista-nutricionista, expone las principales pautas de alimentación para evitar este problema.
Autora: María Sánchez-Monge
La tripa
hinchada, denominada de forma un poco más técnica distensión abdominal,
es un síntoma muy frecuente que puede estar causado por enfermedades
digestivas, pero que generalmente se relaciona con los hábitos de vida. El
verano es un momento especialmente propicio para este problema porque, tal y
como explica a CuídatePlus Diego
Prado, miembro de la Comisión de Restauración Colectiva del Colegio
Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunitat Valenciana (CODiNuCoVa),
durante este periodo se “altera al mismo tiempo qué comemos, cuándo lo
comemos y cómo responde nuestro cuerpo al calor”. Esa combinación
“ralentiza la digestión y facilita que se acumulen gases”.
El dietista-nutricionista puntualiza que no hay un único culpable: “Es un
fenómeno multifactorial en el que el contexto estival pone a prueba la maquinaria digestiva”.
Uno de los cambios asociados a las vacaciones es la
modificación brusca de menú. “De los guisos y las verduras cocidas pasamos a
ensaladas muy voluminosas, frutas muy dulces, gazpachos, batidos y legumbres
servidas en frío y, a veces, menos cocinadas”. Todos estos alimentos y recetas
son saludables pero, según el experto “concentran hidratos y fibras fermentables
que ciertas bacterias intestinales aprovechan como combustible”. Si la
microbiota no está acostumbrada a ese volumen de fermentables, “produce más
hidrógeno, dióxido de carbono o metano… y el abdomen se distiende”.
También influyen las alteraciones en los horarios. Según
Prado, “con más horas de luz y vida social, es frecuente picotear durante el
día y reservar la gran comilona para cuando refresca”. El
resultado es que, de repente, el estómago “recibe un volumen alto y más grasa y
azúcares simples de una sola vez”. Esto lleva a que el vaciamiento gástrico se
retrase y aumente la sensación de plenitud. A ello hay que sumar, en muchos
casos, los efectos de los viajes, el jet lag y las
noches más cortas, que contribuyen a romper “los ritmos que coordinan las
hormonas del hambre, la saciedad y la motilidad digestiva”, de tal forma que el
sistema digestivo queda desincronizado y digiere más
lentamente.
Impacto del calor
El calor es otro factor importante. Ante él, el organismo
pone en marcha mecanismos para disminuir la temperatura y “deriva más sangre a
la piel y algo menos al aparato digestivo”, apunta el nutricionista.
Paralelamente, el estrés térmico “activa el sistema nervioso simpático -el
modo alerta-, que tiende a frenar los movimientos del
estómago e intestino”. Al tardar más tiempo en pasar por el tubo digestivo,
los alimentos tienen “más margen para fermentar”.
En cuanto al impacto de la hidratación, Prado resalta que
con el calor sudamos más y no siempre reponemos el líquido perdido a la misma
velocidad. Ante la menor presencia de agua, “el intestino se mueve peor y las
heces se resecan, prolongando el tránsito y favoreciendo los gases”. En el
extremo opuesto, “ingerir grandes cantidades de líquido muy frío en un corto
espacio de tiempo y junto con la comida aporta volumen y gas extra y puede
incrementar momentáneamente la sensación de estómago lleno”.
Finalmente, Prado apunta que el cambio de rutinas (comidas
fuera de casa, agua distinta, menos descanso, acostarse justo después de cenar)
y las sensibilidades previas (síndrome
de intestino irritable, intolerancias a ciertos carbohidratos, dispepsia funcional…)
“hacen de amplificador”. Por lo tanto, el verano no es el causante del problema,
pero lo potencia. “Cuando coinciden calor, deshidratación ligera, fibra
fermentable y horarios caóticos, la tripa protesta”, resume el
experto.
Alimentos menos recomendables frente a la tripa
hinchada
Prado subraya que no hay “ningún alimento prohibido,
cada alimento puede ser muy válido teniendo en cuenta, sobre todo, el momento
de la ingesta, la cantidad de alimento, el modo de cocinado, con qué otros
alimentos lo ingerimos y la frecuencia con que lo consumimos”. Por eso,
considera que no se puede demonizar ningún producto, “pero sí que nos tiene que
servir de guía para gestionarnos mejor a la hora de tomar decisiones sobre lo
que comemos”.
Aclarado este punto, reconoce que “sí que hay productos
que tienen un efecto directo sobre nuestro sistema digestivo de forma negativa y
de los que es mejor no abusar o reducir al máximo su consumo”:
- Grasas
de baja calidad y productos ultraprocesados.
No conviene abusar de frituras, rebozados, salsas cremosas, bollería
industrial o embutidos con alto contenido en grasa. Las comidas muy grasas
ralentizan el vaciado del estómago, provocando una sensación de pesadez
que dura horas. Los ultraprocesados, además, suelen estar cargados de
aditivos, exceso de sal y azúcares que alteran el equilibrio de nuestra
microbiota intestinal.
- Cereales
refinados, presentes en el pan, la pasta o la
cerveza. Cuando ingerimos harinas o cereales, conviene priorizar aquellos
que sean integrales, de grano entero, ya que son más saludables y
digeribles.
Los mejores alimentos para evitar la distensión
abdominal
“Los alimentos que facilitan la digestión y evitan la
pesadez y la distensión son los mismos que en otros momentos del año”, explica
Prado. En términos generales, es conveniente optar por “alimentos que sean
poco fermentables, bien cocinados, sin mucha carga de grasa, fáciles de
masticar y comerlos en los momentos adecuados y en las cantidades adecuadas”.
Estos son los principales:
- Verduras
y hortalizas cocinadas de forma suave. Calabacín,
zanahoria, calabaza, berenjena pelada, pimiento verde, judía verde tierna
o espinacas bien escaldadas. La cocción rompe fibras y reduce la
fermentación posterior. Mejor al vapor, hervidas o salteadas brevemente
que crudas. También son aconsejables la patata, batata y boniato bien
cocidas “y si las mantenemos 12 horas en el frigorífico obtenemos hidratos
de carbono resistentes que favorecen la producción de ácidos grasos de
cadena corta en el intestino que reducen la inflamación intestinal”.
- Frutas
poco fermentables y maduras, tomadas entre comidas.
Cítricos, arándanos, frambuesas, melón, kiwi, piña o plátano maduro suelen
generar menos gases. Entre horas y sin mezclarlas con comidas copiosas se
toleran aún mejor.
- Cereales.
Arroz integral en menor cantidad y bien cocido, pastas integrales o de
arroz o maíz al dente, pan integral de buena calidad con masa madre. Otros
como la quinoa o la avena bien cocinados también son buena opción.
- Legumbres
bien cocinadas. Es conveniente ponerlas previamente en
remojo y deben cocinarse lo suficiente para que queden muy tiernas. “Si no
consumes legumbre con frecuencia, empieza por pequeñas cantidades para
evitar las molestias de la hinchazón y los gases, hasta que tu microbiota
se adapte”, aconseja Prado.
- Proteína
animal. Pescado blanco o azul suave (caballa,
sardina) pero preparado sin frituras pesadas. Marisco y crustáceos al
vapor, carnes blancas como el pollo, pavo a la plancha y al horno y huevo
cocido o en tortilla francesa. “Son saciantes, requieren menos tiempo de
digestión que cortes grasos y no favorecen tanto la fermentación”.
- Grasas
de calidad. Aceite de oliva virgen extra añadido al
final, frutos secos naturales sin piel y en porciones pequeñas, aguacate.
“Las grasas enlentecen el vaciado gástrico: mejor usarlas como aliño que
como base del plato”.
- Lácteos
fermentados . Yogur natural de vaca o cabra,
kéfir de agua o de leche de vaca, quesos frescos de vaca o cabra. “Pueden
ayudar a algunas personas a mantener un equilibrio microbiano cómodo y sin
molestias digestivas”.
- Bebidas
templadas y sin gas. Agua a sorbos durante el día,
caldos claros fríos o templados, infusiones suaves. Evitar que toda la
hidratación llegue durante la comida para reducir la sensación de
plenitud. Descartar el gas y el alcohol.
Bebidas poco (o nada) aconsejables
Las bebidas que favorecen en mayor medida la distensión
abdominal son:
- Refrescos
carbonatados. Aportan gas (CO2 que entra directo al
estómago) y grandes dosis de azúcar/fructosa que pueden fermentar si
llegan al colon. Resultado: gases, plenitud rápida y más gases. “No son en
absoluto recomendables”. También hay que descartar “light” o “zero” con
edulcorantes (sorbitol, xilitol, manitol…) porque, aunque no llevan
azúcar, los edulcorantes se absorben mal y las bacterias intestinales los
fermentan con facilidad.
- Alcohol.
Cerveza, tinto de verano, sangría o cócteles combinan alcohol (irritante,
diurético y deshidratante), azúcar o edulcorantes y, a menudo, gas.
“Potencian la distensión, alteran el microbiota y favorecen la
deshidratación que enlentece el tránsito”.
- Zumos
y néctares industriales. Pueden acelerar la
fermentación y provocar picos de hambre posteriores que llevan a
atracones. Es mejor sustituirlos por frutas enteras.
- Bebidas
energéticas y muchas isotónicas comerciales.
Contienen azúcar o edulcorantes, junto con cafeína (o taurina) y, a veces,
gas. “La cafeína puede irritar y acelerar el tránsito en unas fases y
frenarlo en otras, generando molestias”, resalta el nutricionista, quien
añade que son productos “completamente desaconsejados que no tienen ningún
valor nutricional”.
Pautas para mejorar las digestiones
Junto a qué ponemos en el plato, en verano es importante
“ordenar cuándo, cuánto y cómo comemos y bebemos”, indica el experto de
Codinucova. Estas son las pautas que aconseja:
- Procurar
mantener la regularidad. “No comer apenas
durante el día y en grandes cantidades durante la noche es la receta
perfecta para un vaciado gástrico lento y más fermentación posterior”. Lo
más recomendable es mantener tres o cuatro comidas principales, con
volúmenes moderados, para que las señales de hambre y saciedad y la motilidad
intestinal se mantengan estables pese al calor.
- Vigilar
la cantidad y la velocidad a la que se
ingieren los alimentos.
- La
hidratación es importante y hay que
mantenerla a lo largo del día, principalmente entre comidas.
- La
forma de cocinar facilita la digestión: al vapor,
hervido breve, papillote, salteado suave o al horno a baja temperatura
rompen las fibras vegetales y hacen los nutrientes más accesibles,
reduciendo la fermentación posterior.
- Tener unos
hábitos de sueño adecuados y, en especial, no dormir justo
después de las comidas. “Un pequeño paseo suave antes de dormir o cenar
nos evitará toda la fiesta de síntomas digestivos”,
apunta el dietista-nutricionista.
- Evitar
el consumo de alcohol.
Fuente: https://cuidateplus.marca.com/
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