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Orgasmos mentales: ¿son posibles?

 (horizontal-x3)Algunos pueden disfrutar del sexo prescindiendo de su cuerpo y con el único uso de la mente


Algunos pueden disfrutar del sexo prescindiendo de su cuerpo y con el único uso de la mente. Ya hay gurús que entrenan en esas técnicas y especialistas famosas como Lady Gaga.

"Media hora de ejercicio físico y diez segundos de placer". Es la definición más triste de sexo que oí un día de boca de un conocido. El placer supremo, el motor que mueve el mundo, el detonante de tantas pasiones, la razón por la que muchos se condenaban al fuego eterno, –ya no, desde que el Papa ha reconocido que el infierno no existe y es solo una metáfora– es, simple y llanamente, una secuencia gimnástica con mínimos resultados.
Pero mientras unos necesitan invertir muchos minutos y energía en llegar al calentamiento global, a otros les resulta más sencillo. Es más, pueden hacerlo, incluso, prescindiendo de la actividad física y atajar, para llegar al orgasmo, con el único trabajo de sus neuronas: pensando, recreando, fantaseando o imaginando. Nada nuevo bajo el sol porque la cosa puede ir todavía a más, sin requerir siquiera del funcionamiento de nuestra cabeza, tan solo con nuestro inconsciente, que es lo que le pasa a esa afortunada franja de la población que experimenta orgasmos cuando está durmiendo.
El neurosexo está particularmente interesado en que lleguemos al clímax sin estimulación genital, de la misma forma que los sex exercices intentan no solo que corramos en la cinta del gimnasio, sino que nos corramos en ella –lo que se ha pasado a llamar coreorgasm– mediante una serie de practicas físicas, en un intento por separar cuerpo y mente. Barry Komisaruk es uno de los que más ha estudiado esta faceta de la sexualidad con experimentos en los que las mujeres llegan al clímax de diferentes maneras. Algunas solo pensando, otras con la combinación de ejercicios de respiración o ejercicios pélvicos más fantasías. Con lo cual ya está interviniendo la parte física de alguna manera. Barbara Carrellas autora del libro Ectasy is Necessary: A Practical Guide, es una coach sexual que vive en Nueva York y que enseña a llegar al clímax de una forma distinta; mediante ejercicios respiratorios y movimientos pélvicos. Su máxima es “dejemos de llamar al orgasmo algo que ocurre solo cuando estimulamos los órganos sexuales”. Y dentro de esta tendencia de “mira mamá, sin manos”, Lady Gaga es experta y ya ha reconocido su habilidad para “pensar orgasmos”.
Pero si hay algún campo en el que sea difícil separar sensaciones corporales de pensamientos, es en el sexo, porque aunque uno decida utilizar solo la materia gris de su cerebro para llegar al orgasmo, lo más probable es que en ese proceso de excitación mental le siga, inevitablemente, todo el cuerpo. Y si opta, como la gran mayoría, por usar la parte de su anatomía que empieza de cintura para abajo, es imprescindible que el cerebro se una a la fiesta para que esta acabe con fuegos artificiales. En 1992 Odgen, Whipple y Komisaruk realizaron experiencias medidas en laboratorio y llegaron a la conclusión de que el orgasmo mental, genera la misma respuesta física que cualquier otro: aumento de la presión sanguínea, aceleración del corazón, dilatación de las pupilas, etc.
Las personas que nunca han tenido problema para experimentar la petite morte puede que no hayan reparado en el mecanismo de este proceso, pero los menos afortunados –en su mayoría mujeres, pero cada vez más hombres– están más al tanto de esta sutil colaboración entre cabeza y cuerpo, que deben procurar para tener éxito. Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, “la escuela canadiense de sexología hace una diferencia entre orgasto y orgasmo, y el primer vocablo se utiliza para definir ese conjunto de sensaciones físicas que experimentamos, antes de llegar al segundo término. Un ejercicio que le ponemos a las mujeres que llegan a la consulta porque no experimentan el clímax, es que sientan un orgasto. Cuando ya han llegado a esa fase y empiezan a reconocer ciertos estímulos físicos, incorporamos la mente y les pedimos que además se imaginen situaciones o recreen fantasías sexuales. Incluso, en ocasiones, le pedimos que se imaginen un orgasmo, que lo finjan –todos hemos visto en las películas a personas en esa situación y podemos imitarlas–. En la consulta trabajamos mucho con las fantasías y hemos constatado que cuando a una persona le cuesta tenerlas es que hay un problema detrás”.
La mayor parte de los casos de anorgasmia son porque la cabeza nos juega una mala pasada y porque, aunque nuestro cuerpo puede responder a los estímulos físicos, no llega a establecerse esa conexión cuerpo-mente. “Generalmente esto ocurre en las personas que controlan demasiado y que les cuesta dejarse llevar”, comenta Molero. Pero, ¿no habíamos quedado en que la cabeza era parte esencial para llegar al final? La pregunta del millón sería en este caso, ¿qué grado de implicación mental es necesario y cuál es excesivo para llegar a tocar el cielo? “Una respuesta podría ser: pensamientos eróticos sí, preocupaciones no. Jugar sí, pensar no. Fantasear o recrear sí, racionalizar no”, afirma esta sexóloga.
Hace algún tiempo se llevó a cabo un estudio dirigido por Pascual De Sutter, profesor de sexología de la Universidad de Louvain, en Bélgica, entre 251 mujeres de entre 18 y 67 años. Las que llegaban al orgasmo más fácilmente tenían una gran facilidad para tener pensamientos eróticos; mientras que las que les costaba experimentar el clímax, fantaseaban menos o utilizaban su mente en otras cosas como preocupaciones, tareas que debían hacer después, trabajo, etc.
Cabe también preguntarse por qué demonios alguien podría estar interesado en tener un orgasmo solo con la cabeza, a no ser que sea alérgico al ejercicio físico o mantenga una insana relación con su cuerpo. Particularmente lo que más me gusta del sexo es la parte física, la piel, el contacto, el sudor y los fluidos, y creo que invertimos demasiadas horas con nosotros mismos y con nuestras cabezas para tratar ahora de ponernos como meta el auto sexo que no pase por los genitales. Según reconoce Francisca Molero, “yo creo que lo importante es integrar. No somos un cuerpo y una mente somos un conjunto global y cuanto más conectado esté todo, mejor funcionará. En sexología una de las máximas es la integración”.
Existe también algo que empieza a denominarse como “orgasmo cerebral”, aunque en realidad tiene poco que ver con la dimensión erótica. Su auténtico nombre es ASMR, las siglas en inglés para el término Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma. Las personas que experimentan esta sensación la describen como algo extremadamente relajante, que generalmente empieza con un hormigueo o cosquilleo en la cabeza y que va extendiéndose por la columna vertebral. Se siente como si se inyectasen pequeñas dosis de placer por todo el cuerpo que van en aumento hasta llegar a un estado de gran placidez. Las personas no tienen pensamientos eróticos ni se sienten excitadas sexualmente y además, esta experiencia dura más que un orgasmo, en ocasiones minutos. El desencadenante de este estado puede ser cualquier cosa: una persona, una imagen, un sonido la observación de una determinada actividad. La red se ha inundado de foros de reunión, comunidades y vídeos especialmente preparados para que los ASMR –parece ser que se nace con esta cualidad y no se puede adquirir– puedan tener su descarga de placer. Mientras muchos lo califican de frikismo, otros tratan de buscar su base científica. María, una rusa, es la gurú de este tipo de vídeos, en los que sale susurrando o haciendo diversas cosas con la mano, en principio tan poco excitantes como doblar toallas, pero parece ser que los disparadores o detonantes que con más frecuencia se asocian al ASMR son manualidades, manejo o manipulación de objetos o labores de atención a otras personas, como cortes de pelo, lavados y hasta exámenes médicos. Los 400 episodios de The Joy of Painting, un programa norteamericano dedicado a la pintura al óleo también causan furor. En ellos el pintor paisajista Bob Ross, que murió en 1995, enseña al público las técnicas de pintura mientras habla casi en susurros y muy despacio. Curiosamente, el programa tuvo mucho éxito y enganchó a un público muy numeroso, no siempre interesado en la pintura.


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