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Los intelectuales y el poder

Los intelectuales dominicanos son una bagatela, un rubicundo silencio. ¿Qué podrían hacer en medio de una campaña electoral asimétrica, desproporcionada, tan parecida al modelo político que nos gobierna? Uno no hace discurso de deseos frente a la realidad agobiante, yo reconozco lo difícil que les resulta a intelectuales con comillas y sin comillas conseguir la suciamente judaica comida de todos los días. Pero vale la pena pensar que algunos escribieran sobre la idea de la libertad.
Y no estoy hablando de algo abstracto. Colocada en el centro de nuestras propias vidas, la libertad es esencialmente la satisfacción de todas las necesidades del sujeto, materiales y espirituales, en el seno de la cual decidimos situar nuestros actos, libre y soberanamente. Siempre recuerdo aquella expresión de los marxistas de la década de los años sesenta en la Universidad, quienes acuñaron una idea de la libertad que dejaba pensando a muchos. Provenía del pensamiento de Hegel, y daba una idea gnoseológica de lo que puede considerarse un acto de libertad. “La libertad es la conciencia de la necesidad”- gritaban los discutidores en los pasillos de la UASD- , dando a entender que lo que le da un carácter conmovedor a la libertad es actuar con plena conciencia, sin condicionantes; algo que históricamente en nuestro país han impedido el autoritarismo y la corrupción. Así como la miseria material y la ignorancia.
Ese es un nicho adecuado para combatir desde la perspectiva intelectual. Un intelectual debe ir más allá de la doxa, de la opinión. Por ejemplo derribar todo el “prestigio” del voto como un acto  supremo de la libertad individual. ¿Votar me hace ser libre? Es en el mito de la libertad individual sobre lo que se empina el engaño del sufragio, he escrito mucho sobre ello. “Tú decides”- dicen los anuncios de la Junta Central Electoral, mientras Roberto Rosario se muestra sonreído-. ¿Pero qué es lo que decido? ¿Yo decidí construir la ilusión de mi libertad dejándome manipular en el voto? ¿Puede mi voluntad oponerse a la rutina de la corrupción en el gobierno? ¿Fue mi voto el que impuso las prioridades en la inversión pública? ¿El barrilito, las exoneraciones, las nominillas, yo las decidí con mi voto? ¿Mi voto me libera del miedo, de la intimidación por mi hambre a través de la tarjeta solidaridad, el bono-gas, el bono-luz, el bono-a los choferes?  ¿Mi voto llevó a Gonzalo Castillo a Obras públicas? ¿Mí voto consolidó al grupo económico que sostiene la reelección? La realidad del sufragio se puede entonces disfrazar de democrática, pero el espesor de la corrupción, la amplia franja de la pobreza y la ignorancia la convierten en una caricatura de la libertad.
En la concepción clásica el Estado representativo sólo es posible donde la nación ha devenido sociedad civil. La ignorancia, la miseria y el miedo no pueden subvertir el sentido de la libertad que debería tener el ejercicio del sufragio (En Rousseau se trata de una unanimidad de aceptación: enajeno mi libertad para participar en la soberanía). Nuestra realidad es, sin embargo, diferente.En cierto modo ésta es una sociedad secuestrada, sus instituciones no son funcionales, y los personalismos subordinan todo el tinglado de la manipulación pública aprovechándose de la riqueza del Estado. En realidad,  no hemos devenido  en sociedad civil; y es lo que explica que cada cierto tiempo aparezca un grupo económico, y un “líder” mesiánico pretendiendo atribuirselos dones de la excelsitud. ¿Cuál debería ser, entonces el papel de los intelectuales? Poner ideas en circulación, labrar un espacio de libertad, combatir el lado infame de la vida en que nos han obligado a vivir tantos falsos profetas. En medio de semejante atmósfera, ¿se puede concebir a un intelectual coartando la libertad, fundiéndose en la degradación hasta la más abyecta postura del sujeto no pensante, instrumental? Es sobre la idea de la libertad que estamos discutiendo, aunque muchos serviles cooptados por cargos y salarios lo quieran ignorar. Porque los intelectuales dominicanos de hoy son una bagatela, un rubicundo silencio.

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